Capítulo 37: No digas esa palabra

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Era momento de marcharme; no sabía a dónde, pero necesitaba irme a un sitio en el que les fuera difícil encontrarme. Era una estupidez; sin embargo, lo que menos deseaba era que me hallaran Mich y Edward. No quería hablar, que él me expresara de nuevo sus sentimientos y que ella me obligara a confesar lo que me había pasado.

Pasé por donde Megan y el tipejo se estaban besando, pero no los encontré. Lancé un suspiro y preferí seguir con mi camino a la salida; a la que no fue muy difícil llegar, ya que la mayoría de las personas se habían marchado.

Era de madrugada, las nubes y la ausencia de luces prendidas en el vecindario me lo decían. Metí las manos dentro de mis bolsillos; me estaba congelando. Avancé por la acera sin saber a dónde ir, por lo que me mantuve absorto en mis pensamientos intentando averiguarlo.

Fue un sollozo lastimero lo que me sacó de mis cavilaciones, y es que, fue sencillo reconocer de quién se trataba. Megan lloraba en una esquina. Sola. A la intemperie con esa minifalda y aguardando por algo o alguien.

—¿Qué pasa? —le pregunté. Me aproximé a ella y me tomé la libertad de tocarle el hombro.

—¡Me botó! —vociferó, y zapateó, golpeando sus tacones con el concreto—. ¡Me dejó aquí cuando me prometió llevarme a casa! ¡Y es que no me quise ir con él a un cuarto!

Su aliento apestaba a alcohol y tenía todo el labial corrido en las comisuras de la boca.

—Ese tipejo no me daba buenas vibras —pensé en voz alta.

—¡Ahora no sé cómo mierda voy a regresar! —Agachó la cabeza y se abrazó a sí misma—. ¡Me escapé de la otra fiesta para venir acá!

Me di una palmada en el rostro, exasperado. De haber tenido al tipo enfrente, le habría estampado un puñetazo en la cara.

—Llama a Caroline o a tu padre —sugerí.

Hice lo impensable: la abracé. Creo que ambos lo necesitábamos.

—¡Se me acabó mi puta batería! —Se encontraba tan ebria que me correspondió el abrazo y recargó la barbilla en mi hombro—. ¡No me importa que mis padres me puteen, quiero ir a casa!

Me separé de ella. Había tenido una idea que solucionaría todo este problema.

La verdad es que me importaba más ayudarla que toparme con llamadas y mensajes de Mich y Edward. Saqué mi teléfono, lo prendí, e ignorando el resto de los pendientes, busqué el número de mi padre.

—Joshua, ¿por qué me llamas a esta hora? Pensé que te regresarías solo —dijo él del otro lado del teléfono. No se hallaba de buenas.

Tapé mi oído para escuchar mejor. Mi hermana se recargó en mi hombro.

—Encontré a Megan en una fiesta. Está borracha y no sabe cómo regresar. Me pellizqué el tabique de la nariz.

—¡¿Y Caroline?! —preguntó, alarmado.

—En la fiesta a la que sí les diste permiso de estar. Megan fue la que escapó a escondidas de ella a otra fiesta, en un vecindario distinto, y la persona que se la llevó se marchó, así que está aquí. ¿Puedes venir por nosotros?

—¡Mándame la dirección por mensaje!

Y me colgó.

Mi padre podría ser lo que quieran, pero al menos le importaban sus hijas lo suficiente como para ir a otro vecindario a las tres de la mañana por una de ellas.

Mientras trataba de escribirle con coherencia el mensaje a mi padre, sentí como Megan se abrazaba a mi cintura. Pronto llegaría nuestro padre por ella, así que ya no había problemas. No obstante, luego de pensarlo un poco, concluí que no deseaba volver a casa, ya que ese sería el sitio en donde me buscarían Mich y Edward. Ellos tenían que ir, pues él llevaba consigo el cargo de entregar a Caroline en la puerta de la casa y Mich había dejado sus cosas en mi habitación.

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