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Ya han transcurrido tres días desde que llegué el miércoles por la medianoche y no he sabido nada de nadie. Al principio disfruté mi soledad: escuchando música a todo volumen, caminar semidesnuda por toda la casa, pensar en cada detalle de cada rincón... pero estaba comenzando a sentir la verdadera soledad.

Las noches eran más largas de lo que parecían en Hogwarts, claro que preferiría estar con Pansy y Vera en mi habitación, platicando sobre los rumores que deambulaban por los pasillos que pasar más de cinco horas seguidas girando en mi cama, rebuscando la posición perfecta para dormir, envolviéndome en las sábanas, desnudándome por completo e intentando miles de formas para conciliar el sueño, para al final, deambular por la casa, cansarme para cuando se asomara el sol y dormirme toda la mañana.

Aunque no podía quejarme de la comida, nunca lo he hecho desde que conocí Hogwarts, ya que es el mejor lugar para comer. No había ni un solo rastro de algo comestible para cuando llegué, así que el profesor Snape me mandó por la mañana siguiente algunas cosas e ingredientes, al igual, que comida hecha y lista para comer. No sé porque se había ocupado por mí, pero el instinto paternal le nació de alguna parte misteriosa que jamás creía encontrar. El profesor Snape se encargaba muy bien de mí, a pesar de estar lejos tantos kilómetros, igual pensé que sería una orden de quien quiera que le mande, pero era apreciable.

Me desperté con apenas ganas de levantarme, pero hacia tanto calor que preferí una ducha refrescante para comenzar con la aburrida tarde que me esperaba, ya que eran las tres de la tarde para cuando me di cuenta.

Me tomé mi tiempo para prepararme y bajé al primer piso para ir directo a la cocina. Abrí el refrigerados, pero nada llamaba mi atención ni mi apetito, así que me di por vencida. Saqué unas cuantas frutas congeladas, saqué un aparato que servía para moler lo que sea.

Metí unas cuantas moras, fresas, leche y una pizca de azúcar junto con unas gotas de vainilla. Lo accioné, al principio me asusté ya que no la había usado jamás, pero sabía cómo hacerlo, así que no pasó nada malo.

Lo serví en mi vaso favorito, le puse una fresa de decoración y me fui directo a la biblioteca como los anteriores días. Me recosté en el sillón frente al patio trasero, en mano mi especia de malteada de frutos rojos y en la otra el libro "lo que el viento se llevó".

Después de leer varias y varias páginas, sentí venir la soledad tan temprana, llegando apenas en mi cuarto día, fuera de Hogwarts. Para animarme, me dispuse a levantarme de mi asiento y querer cambiarme de ropa, por mi bikini. Disfrutar de la tarde-noche en la alberca.

Al subir por las escaleras, escuché el timbre que llamaba a la puerta. Me detuve en seco, recordando que Snape había sido muy claro con las reglas: "No hablar con nadie", "No salir de la casa" y "No abrir la puerta si no soy yo".

Me acerqué lentamente, para no hacer nada de ruido. Me asomé por la perilla, y, en el pequeño hueco vi a alguien que no me esperaba encontrar: Narcissa.

-Linda, ¿puedes abrir?, sé que estás ahí -escuché su dulce voz, pero no respondí-. Veo que eres muy obediente, pero Severus me pidió que viniera a verte...

-Deme un minuto señ... ¡Cissy! -exclamé rápidamente. Fui corriendo por mis pantuflas a un lado del sillón dentro de la biblioteca y me los puse para volver a correr a abrir la puerta-. ¡Hola Cissy! -abrí con una gran sonrisa, haciéndome a un lado para que pasara.

-Hola ____, ¿Cómo has estado? -me preguntó mientras nos dirigíamos a la sala de estar.

-Pues... bien, todo bien...-respondí con un resoplido, tomando asiento en el sofá.

Hazme suspirar {Draco Malfoy y tú}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora