Capítulo 39

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NOAH

Sabía que había llegado el momento de ser sincera, pero me daba miedo desenterrar aquellos recuerdos; solo de pensar en volver a derrumbarme como me había ocurrido en ese armario me volvía loca de desesperación... pero Nicholas acababa de confesarme que estaba enamorado de mí y no podía resistirme a algo así.

—Mi padre era alcohólico, lo fue durante casi toda mi vida... Era corredor de Nascar —no mi tío sino él— y cuando se fracturó la pierna en un accidente tuvo que dejarlo. Eso lo transformó, dejó de comer, dejó de son- reír, dejó que la rabia y el dolor lo consumieran y entonces cambió. Yo solo tenía ocho años cuando le dio la primera paliza a mi madre. Lo recuerdo porque estaba en el lugar y en el momento equivocado cuando sucedió. Me caí de la silla por uno de sus golpes y acabé en el hospital, pero hasta que no cumplí los once años no volvió a ponerme la mano encima. A mi madre le pegaba casi todos los días: era algo tan rutinario que lo veía hasta normal... Ella no podía dejarle porque no tenía dónde vivir ni tampoco un buen sueldo para poder mantenerme. Mi padre cobraba una subvención de las carreras y así nos mantenía pero, como ya te he dicho, era un borracho. Cuando llegaba a las tantas después de haber bebido la pagaba con mi madre. Ella estuvo a punto de morir dos veces debido a los golpes, pero nadie la ayudó, nadie quiso aconsejarla y ella tenía miedo de que si lo denunciaba le quitaran mi custodia. Aprendí a vivir con ello y cada vez que escuchaba los golpes o los gritos de mi madre me metía en mi habitación y me escondía debajo de las mantas. Apagaba todas las luces y esperaba a que los gritos se acabaran. Pero una vez eso no bastó... Mi madre tuvo que marcharse dos días a trabajar fuera y me dejó con él pensando que como nunca me había puesto una mano encima no correría peligro...

Es como si lo estuviese viendo... Llegó borracho y volcó la mesa de un golpe... Me escondí pero finalmente me encontró...

Cuando escuché esas palabras supe que papá me haría daño. Quise explicarle quién era, que era Noah, no mamá, pero estaba tan borracho que no se enteraba. Todo estaba oscuro, no se veía ni un poco de luz...

—¿Quieres jugar al escondite? —me preguntó a voces y yo me encogí aún más bajo las mantas—. ¿Desde cuándo te escondes, zorra?

El primer golpe llegó poco después, y el segundo, y el tercero. Sin saber cómo, acabé en el suelo y entre golpe y golpe comencé a chillar y a llorar. Papá no estaba acostumbrado a eso y se enfadó aún más. ¿Dónde estaba mamá? ¿Era esto lo que ella sentía cada vez que él se enfadaba?

Me golpeó en el estómago y me quedé sin aire...

—Y ahora vas a ver lo que te espera por no haber sabido tratar al hombre de la casa —sentí que papá se quitaba el cinturón. Me había amenazado mu- chas veces con golpearme con él pero nunca había llegado a hacerlo. Ahora pude comprobar lo que dolía. En uno de mis intentos por escapar me levanté y él de un golpe rompió la ventana de mi habitación. Los cristales estaban por todos los lados, lo sabía porque rasgaron las palmas de mis manos y mis rodillas al intentar escapar gateando de allí...

Eso le molestó todavía más: era como si no me reconociera, como si no viera que la persona a la que estaba pegando era una niña de once años.

Culpa mía © (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora