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       —Si ese candelabro se cae, ¿nos aplastaría a nosotros también?

Lo admito, tengo un serio problema contra esas cosas. A dónde sea que vaya y me encuentre con uno, sufro delirios de una muerte por aplastamiento. Que pesadilla viví al ingresar a este salón del brazo de Eros y divisar una de gigantes arañas doradas decoradas colgando a lo largo del recinto.

La decoración es fascinante, sobria y suntuosa. El negro y plata predominan con copas y botellas de licor acomodadas sobre las mesas varios metros, guardando espacio para la pista de baile y la orquesta que toca una plácida melodía.

Pensé que la celebración se desarrollaría en un salón de algún hotel cinco estrellas. Me equivoqué. La mandíbula me colgó cuando arribamos a este castillo de siglos de antigüedad en el borde de la ciudad, no pude contener mi imaginación, por un momento quise vernos a todas ataviadas en vestidos superen en peso, coronadas con peinados extravagantes.

Hubiese encajado perfectamente una fiesta temática de época victoriana, pero no, más que un cumpleaños, parece pasarela de la alta moda. Mujeres resaltan su figura en vestidos que en altas probabilidades, lo usen solo esta vez, y hombres con sus trajes a la medida y moños en el cuello.

Como el elegante traje negro que viste el chico que no ha dejado de contemplarme con descaro y poco disimulo los senos desde que descendí las escaleras de su casa.

Mjmm...

—Levanta la cara, Eros—rechisto, pegándole un golpecito en el brazo que mantiene enganchado a mi cintura—. Me pones nerviosa.

No obedece. Elimina la escasa distancia entre los dos, sube la otra mano a mi cintura y me ciñe a su cuerpo en un movimiento rápido y sutil. Temo ensuciarle con maquillaje, por lo que inclino la cabeza hacia atrás. Así puedo admirar su rostro con más libertad.

—No se te ocurra acercarte a nadie a menos de un metro de distancia—masculla con dejo celoso—. A quien atrape mirando hacia abajo, le vuelo la tapa de los sesos.

Barboteo una risa, hechizada por el brillo en su mirada.

—La idea es que se me vean de frente, deja me lo bajo un poco más.

Hago el amago de hacerlo, pero su mano atrapa la mía y la lleva a mi espalda, una risa corta el gruñido que profiere, sonido que se me antoja traviesa, como el beso que abandona en la línea de mi mandíbula.

—Siempre te ves hermosa, pero hoy... deslumbras, Sol, me deslumbras.

Mi corazón salta al sentir un cálido beso en mi mejilla. A lo largo de la última hora se ha comportado como el novio más atento y cariñoso de todos, a tal grado que Hera la ha exigido que me deje tranquila porque no quiere que arruine mi maquillaje y vestido.

¿Pero cuándo Eros le ha obedecido?

—Lo has dicho antes, si—me encojo de hombros, pretenciosa, capturando en mi memoria su sonrisa—. En media hora me lo puedes decir una cuarta.

Vislumbra mi rostro con una ceja arqueada y una jauría de estrellas escapando de sus ojos. Pretende contestarme, pero el sonido de los tacones de la mujer que ha estado de aquí para allá con las manos en la cabeza debido al ajetreo, le obliga a cerrar la boca.

Me aparto de su agarre, dando de frente con ella, que ni con tacones de quince centímetros logra acercarse a la mandíbula de Eros. Tiene que quebrarse el cuello para verle a la cara.

—Eros— resopla, moviéndose el flequillo de la cara. Va impecable con su traje negro de dos piezas  y labios perfectamente delineados de carmín. Me sonríe y aprieta el brazo antes de mirar al chico. sulfurada—. Tu padre me ha pedido que te vigile, te advierto que el canciller de Polonia está por llegar, te necesito concentrado en él, las negociaciones continúan en veremos.

The German Way #1 ✓ YA EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now