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Eros

Múnich, Alemania.

El firmamento amaneció alfombrado por la inmensidad de una nube gris. Obstaculiza el paso de si quiera el atisbo de un rayo de sol, de esos que se presentan en los días más ardientes del verano. Las ramas de los árboles secos del pasado inverno caen a la tierra, quebrados con el batir irascible del viento, que con su silbido, parece que anuncia la lluvia venidera.

Estoy en casa, percibiendo los retazos gélidos en la cara, atendiendo al mismo terapeuta de años. Mi madre, abuela y Ulrich están a menos de veinte kilómetros de distancia, y afuera, el Bently azul, regalo del viejo Jörg por mis dieciséis años, el que solía usar todos los días, a fiestas, espera afuera por mí. Todo parece volver a girar sobre su eje, el río retoma su cauce natural.

Esto era lo que añoraba ocho meses atrás, al abandonar Bremen, el frío riguroso de mi hogar, alejarme de la rutina, pero siempre llevando las nubes grises y el viento helado impregnado en la piel.

Lo tengo, lo vivo, pero ya no lo siento mío, en todo caso, no deseo que lo seaa.

Se siente distinto, la gente, el clima, la carretera, como si hubiese usurpado la vida de alguien más, o estuviese atrapado en un sueño imperecedero que no me pertenece. Comencé mi vida aparte, descubriendo nuevas actitudes, veranos que sí lo parecen, una rutina sin meticulosa preparación, planes espontáneos, desahogado de la estricta agenda, y me sentí, en todas mis facultados, probando la plena libertad.

—Has estado muy callado hoy, más de lo usual, quiero mencionar—la voz crepitante de Hernann ha tocado mi límite. Media hora tengo para él, media, y llevo sentado frente a él, viéndole la cara de imbécil una completa—. Según tus informes, estás en el mejor momento de tu vida. Llevas las psicoterapias al día y clases de control de ira por lo que leo y miro han dado buena cosecha, no hay peleas ni bajones en el historial, incluso tu postura denota tranquilidad, un poco de fastidio, pero es normal en ti. ¿Algo que quieras acotar antes de finalizar?

Sé lo que quiere oír, he pasado las últimas sesiones esquivando sus preguntas capciosas.

—No.

Levanta la ceja, escepticismo tomándole las facciones.

—¿Seguro? ¿Qué ha pasado con la muchacha de la foto?

Hasta que al fin se atreve a sacar el tema a colación sin darle vueltas. Lo único que logra es exasperarme.

—Nada.

—En los diarios sale otra cosa.

—¿Te lees la sección rosa?

—Mi esposa lo hace y me cuenta que te han visto en varias oportunidades con la misma chica—comenta con dejo austero. Desde el jodido inicio debió captar mis nulos deseos de traer a Sol a colación, no quiero que me diga lo que ya sé. Quiero que me dé las herramientas para mantenerme alejado de mi propio instinto, no como llevar mi maldita vida amorosa—. Hace casi ocho meses te pedí que nombraras tus metas a corto plazo, entre esas estaba lograr que la chica de la foto te correspondiera, me comentaste que al ser amiga de tu hermana lo veías complicado. No pongo en duda el que haya pasado, la cuestión es, ¿qué ocurrió después?

La risa que me abandona no contiene ni un toque de gracia. Apoyo la cabeza sobre un dedo, mirándole sin prestarle verdadera atención.

Ocurrió que quise salirme con la mía una vez más, y acabé soñando despierto, porque ahora mi nuevo pasatiempo preferido, aparte de escribir párrafos pidiendo su perdón, es rememorar su mirada café, esa a la que le otorgo al menos cuatro tonalidades marrones y una noche de insomnio si me propongo a buscar ojos más bonitos y cautivantes que los suyos.

The German Way #1 ✓ YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora