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Eros

            No me considero un hombre de intuición aguda en temas emocionales. Atravieso una odisea para descifrar sentimientos diferentes de la tristeza, ira, amor fraternal y sencilla alegría. Un terapeuta tuvo que tomarse la tarea de afirmarme que sí, estoy enamorado hasta la médula.

Mi excusa reside en el desconocimiento de esa clase de amor.

La clase de amor que provoca arritmia cardíaca y envuelve en calor como esas ocasiones que termino una rutina de ejercicios de alto impacto, con el simple gesto de aspirar el dulce aroma de su cabello. La clase de amor que con solemne presencia, me genera los sueños más quietos, consecuencia de la paz que transmite.

Pero es esa misma clase amor que me brinda la facultar de percibir a través de un lazo que confío comparto con ella, lo que ella puede sentir. Poseo una refinada habilidad de leer personas, más que a mí mismo, pero con Sol, a ella la leí, estudié en mi idioma, el común, todos los que conozco y conseguí aprendérmela como la lección de mayor prioridad.

No me pasa desapercibido sus bonitos labios resecos, rotos, los pozos marcados bajo su mirada que ella trata de cubrir con maquillaje, lo que parece una reacción alérgica en sus mejillas y mentón. Noto la manera en la que sus manos se anclan a los huesos prominentes de sus caderas y no a la exuberante piel que solía cubrirlos meses pasados, la vista preocupante de sus costillas a cada respiro.

Sol hace meses no duerme una noche entera, come cuando recuerda que lo necesita y se mantiene de pie a base de ansiedad y nerviosismo.

Y luce preciosa, con todos sus aditivos y añadidura, y tengo que admitir que por esa razón demoré en resaltar esos detalles, porque Sol siempre va perfecta.

Desde la llegada de Alemania se ha convertido en un cajón de secretos, vive cerrada en ella. Se reúne ocasionalmente con su Hera, cuando comparte con el resto, su voz es la que menos se oye. Tuve la errónea creencia que luego de presentar la prueba volvería en sí misma, no fue así.

Sol recuerda tanto su meta que se olvida de ella misma.

Y por segunda vez en la vida, me siente un completo inútil.

La piel rota de los nudillos me recuerda aviva las ganas de arrancarle la piel de la cara a Cruz con mis propias manos, como Helsen reprendiéndome como a un crío de cinco años, terminaría por quitarme las ansias con él.

Escucho los reclamos como un fastidioso murmullo a la distancia a pesar de tenerlo en frente, mantengo la mente saturada de ideas, una más absurda que la otra, desde depositarle de una cuenta prestada la cantidad justa para cubrir los años universitarios, hasta, de alguna manera, hacer que se tropiece con un maletín lleno de dinero en la calle.

Las opciones se agotan, y para mí que siempre me sobraron posibilidades, es lo mismo a estar encerrado en un ataúd bajo tres metros de tierra.

—¿Te das cuenta lo que ocasionas? Tu mismo te pones en estas situaciones, agradece que no le comunicaré este incidente a tu padre, no tienes diez años, no puedes ir por la vida golpeando a quien se te atraviese, ¿has considerado la medicación? Comienza a preocuparme el bienestar de tu hermana, no comprendo cómo...

Me lleno los pulmones de la última calada, y mientras la voz de Helsen subía a ritmo paulatino, una idea se encendió como la punta del cigarrillo.

—Necesito el contacto de la universidad de Nueva York.

Helsen queda colgado a media frase.

—¿Qué?

Arrojo la colilla a la chimenea.

The German Way #1 ✓ YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora