XIV

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John ya había entregado el desayuno de Paul hace unas horas, pero seguía sin poder encontrar el manuscrito. Incluso había llamado a librerías internacionales para ver si tenía suerte, pero nada. Absolutamente nada. En todas partes le daban la misma respuesta: no hay, no existe.

John estaba muy nervioso. Eran las doce del mediodía. Paul había salido a almorzar. Faltaban tres horas para que entregue el manuscrito o sino podía despedirse de su carrera. Movía su pierna impacientemente mientras mordía su lapicero. No sabía qué más hacer hasta este punto.

De pronto, George le dio una excelente idea sin siquiera haberse dado cuenta.

—¿Has leído el nuevo artículo de El Guardián?— preguntó Harrison sin dejar de mirar la pantalla de su computadora. —Es muy bueno. Se trata sobre cómo ser más eficiente en el trabajo.

—El Guardián... ¡YOKO!— gritó John levantándose de su escritorio efusivamente. George sólo le lanzó una mirada de confusión.

John inmediatamente tomó su abrigo para buscar la tarjetita que Yoko le había dado en la fiesta de Freddie. Cuando la encontró, marcó su número en el teléfono sin pensarlo dos veces.

—¿Aló?— contestó Yoko.

—Hola, no sé si me recuerdes, pero nos encontramos en la fiesta de Freddie Mercury. Soy John, el asistente de Paul McCartney.— John hablaba rápido.

—Ah, sí, me acuerdo. ¿El chico de Paul, no? Dime, ¿en qué te puedo ayudar?

—Necesito el manuscrito del siguiente libro de Harry Potter.

—¿El manuscrito no publicado de Harry Potter?

—Sí, ese mismo. Bueno, la verdad estoy un poco desesperado... lo necesito para antes de las tres de la tarde.

—No se puede. Eso es imposible. Si ni siquiera ha sido anunciado, peor publicado.

—Vamos a tener que hacer lo posible imposible. Digo, lo imposible posible. ¿Por favor?— le suplicó.

—Bueno. Veré que puedo hacer y te aviso.

—¡Gracias!— John colgó y se volvió a sentar en su escritorio a esperar.

Luego de dos horas Yoko volvió a llamar.

—Soy una genio. Deberían hacer una estatua para honrarme.— dijo.

—¿Lo conseguiste?— preguntó John esperanzado.

—Sip. Un amigo de una amiga de un colega resultaba conocer una amiga que conoce a la diseñadora de las portadas y resulta que ella tenía el manuscrito. ¿Nos vemos en el McDonalds en diez minutos? Yo creo que todavía no estas tarde.

—Te veo ahí. ¡Muchas gracias!— colgó.

John se giró a ver a George.

—Parece que vas a tener que soportarme por el resto del año.— le dijo sonriendo mientras se ponía su abrigo. —Ya vuelvo.— John salió de la oficina corriendo. George suspiró.

Ni bien llegó al McDonalds encontró a Yoko con un sobre amarillo sobre su mesa tomando un helado.

—Tienes 40 minutos todavía. Me debes una.— le dijo mientras le entregaba el sobre.

—¡En serio muchísimas gracias!— John recibió el sobre mientras le sonreía.

—Suerte.— Yoko vio como John se despedía de ella con la mano mientras salía por la puerta. Tenía 40 minutos para sacar las copias y ponerles tapa dura.

De vuelta en la oficina, Paul miraba el reloj. Faltaban cinco minutos para que sean las tres. Paul pensó que ya no llegaría, pero justo en ese momento John entró a la oficina pateando la puerta y dejando caer el manuscrito sobre el escritorio de Paul.

—Oh, ¿pero qué es esto? Sólo una copia...— dijo con una cara de decepción. —¿Pensé que había quedado claro que las niñas no comparten?

—Oh, no te preocupes.— dijo John todavía un poco agitado. —Ya entregué las copias a la sirvienta para que se las entregue a las niñas. Y también les hice poner tapa dura para que no se vean tan feos. Ésta resulta ser sólo una copia extra, por si a ti también te gustaría leerlo.— le sonrió triunfante.

Paul se dio la vuelta para que John no pueda verlo mientras una sonrisa satisfactoria se dibujaba en sus labios. —Eso es todo.

John salió de la oficina y cuando vio su escritorio había un enorme ramo de flores con una tarjeta que tenía su nombre. John lo examinó por un rato sin entender qué hacía eso en su escritorio.

—¿Y esto?— le preguntó John a George.

—¿Cómo no lo viste cuando llegaste?Si es enorme.— le respondió. —Alguien las trajo hace unos diez minutos. Dice que son para ti.

—¿Para mí?

—Pues sí, ni modo que para el Papa.— respondió George sarcástico.

John lo miró mal pero luego se acercó a oler las flores. Olían muy rico. Se sentó en su escritorio y sacó la tarjeta para verla. Tenía su nombre escrito en ella, pero no estaba firmada por nadie. "¿Tal vez Cynthia las había enviado? No, Cynthia siempre firma tarjetas. Además, como no regresé a casa ayer en realidad ella no tiene ningún motivo para mandarme flores al trabajo.", pensó John. No tenía ni la menor idea de quién pudo habérselas enviado.

The Devil Wears Prada [McLennnon]Where stories live. Discover now