III

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Eran las seis y cuarto de la mañana del día siguiente. El teléfono sonó despertando a John, quien dormía plácidamente al lado de Cynthia. John contestó con molestia.

—¿Diga?

—Paul decidió que ya no quiere las chaquetas de otoño para la edición de septiembre y quiere agregar zapatos de Sedona a la edición de octubre. Tienes que venir en este instante.— era George. Ya estaba en la oficina alistando un montón de cosas.

—¿En este momento?

—Sí. Y quiero que traigas café. Agarra un lapicero y ponte a escribir. Quiero un latte sin espuma bien cargado y tres cafés con leche. Calientes. Y con calientes me refiero a hirviendo. De Starbucks.— George colgó.

Con toda la mala gana del mundo, John se levantó y como siempre, se vistió con lo primero que encontró en su armario. Se dirigió al Starbucks más cercano y compró los cafés. Intentaba caminar lo más rápido que podía de ida a la oficina, pero no quería derramar café hirviendo sobre sus manos, así que al final no iba tan rápido que digamos. De repente, el celular de John empezó a sonar.

—Argh— gruñó John mientras hacía movimientos raros para poder alcanzar el celular de su bolsillo sin derramar el café. —¿Sí?

—¿¡Dónde demonios estás!?— era George, de nuevo.

—Oh, si, ya casi llego.— John empezó a correr haciendo todo su esfuerzo para que no se le caiga el café.

Mientras tanto, Paul ya había llegado hace un buen rato a la oficina.

—¿Hay alguna razón por la cual mi café no ha llegado todavía?— dijo molesto. —¿Acaso se murió o qué?

—No...— contestó Harrison nervioso. —Mierda.— tomó el teléfono dispuesto a llamar a John otra vez.

Justo en ese momento, John llegó pateando la puerta con el café en manos.

—¡Ya era hora!— George le quitó la bandeja con los cafés a John. —Espero que sepas, que este es un trabajo muy difícil, para el cual eres completamente inadecuado, y si te metes en un lío, me van a echar la culpa a mi. Ahora, cuelga eso.— le dijo refiriéndose a su abrigo.— Y ni se te ocurra botarlo por ahí como si fuera tu casa.

John le dio una mirada fea y fue a colgar el abrigo para luego sentarse en su escritorio.

—Okay, primero que nada, nosotros contestamos los teléfonos.— empezó a hablar George nuevamente después de dejar los cafés sobre la mesa. —El teléfono siempre debe ser contestado cada vez que suene. Sin importar qué. Sino se va al buzón y Paul se molesta. Y si no estoy aquí, John, estás encadenado a ese escritorio.

—¿Cómo que encadenado? ¿Y si tengo que...?

—¿Qué? No. Nada. Una vez una asistente se levantó, porque se había cortado el dedo con un abrecartas, y Paul perdió un vuelo de 31 horas a Sydney, en Australia. Ahora esa chica trabaja en una guía de televisión.

—Siempre contestar el teléfono. Entendido.— dijo John para sí mismo.

Casualmente el teléfono comenzó a sonar. George contestó.

—Oficina de Paul McCartney. ¿Diga? No. No se encuentra disponible. Sí, le diré que usted llamó.—y colgó.—Bien, recuerda que tú y yo tenemos trabajos totalmente distintos.— volvió a hablarle George a John. —Digo, tú traes cafés y haces las compras— le dirigió una mirada un tanto burlona, —mientras yo,— dijo con un aire de superioridad— me encargo de su agenda, sus citas, viajes y gastos. Y, lo más importante, yo soy el que va con él a la semana de moda en París.— su tono había cambiado a uno emocionado. —Voy a todos los eventos y fiestas, me dejan ponerme todos esos trajes tan hermosos, conozco a todos los diseñadores... es... realmente divino.— tenía un semblante enamorado.

The Devil Wears Prada [McLennnon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora