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La mañana en Londres es agitada. Bastante agitada. Y sobre todo para aquellos que visten elegantemente y a la moda. Todos aquellos que trabajan en ese giro de la moda; todos excepto John Lennon, quien se levanta y saca lo primero que ve en su armario. John es lo suficientemente apático como para preocuparse si se ve bien o no.

Entra al baño, se cepilla los dientes, se pone la primera ropa interior que encuentra en su cajón, calcetines disparejos, unos pantalones negros, una camisa blanca con un suéter beige, botas, el cabello despeinado y un horrendo abrigo negro. Revisa su agenda, alista su maletín, y se despide de su novia Cynthia con un beso.

Normalmente, los que trabajan en la industria de la moda acostumbran a tomar el taxi para ir al trabajo, de esa manera no ensucian sus hermosos y caros atuendos. En cambio, John toma el metro, y de paso pasa por una panadería a comprarse un bagel de cebolla.

John tenía una entrevista de trabajo de Publicaciones Condé Nast, para ser el segundo asistente del editor en jefe de la prestigiosa revista Vogue. Un año trabajando ahí y logras conseguir cualquier puesto en cualquier revista.

John se paró frente al edificio, lo miró por unos segundos y entró. En el interior se encontraban montones de gente bien vestida, pero John no les prestó mucha atención. Tomó el ascensor, y cuando llegó al piso de las oficinas de Vogue se dirigió hacia la recepción.

—Hola, tengo una cita con...— John sacó un papelito arrugado del bolsillo de su abrigo—eh... ¿George Harrison?

En eso llegó un chico de cabello café oscuro que le llegaba casi a los hombros con los pómulos bien resaltados. Llevaba puesto un traje muy elegante de color negro, y unos zapatos mate.

—¿John Lennon?— dijo.

—¿Si?

—Genial, los de recursos humanos realmente tienen un sentido del humor peculiar— dijo con un tono sarcástico. —Sígueme.

John asintió y empezó a caminar por los pasillos junto a George.

— Okay, entonces yo era el segundo asistente de Paul, pero al primero lo acaban de ascender así que ahora soy yo el primer asistente.

—Oh, así que estás buscando un remplazo.

—Bueno, estoy tratando. Paul botó a los dos últimos en un par de semanas. Necesitamos a alguien que sobreviva aquí, ¿entiendes?

—Claro, entiendo. ¿Quién es Paul?

—Oh por Dios, haré de cuenta que no acabas de preguntar eso. Paul es el editor en jefe de la revista, sin mencionar que es una leyenda. Un año trabajando para él y podrás conseguir un puesto en cualquier revista que quieras. Millones matarían por este trabajo.

—Suena como una gran oportunidad, me encantaría ser tomado en cuenta— dijo John con un poco de ilusión en su voz.

George soltó una carcajada mientras abría la puerta de lo que parecía ser la oficina principal.

—John— le dijo —Vogue es una revista de moda, así que el interés en la moda es crucial.

—¿Qué te hace pensar que no estoy intersado en la moda?

George estaba a punto de soltar otra carcajada pero su celular empezó a sonar.

—Ay no... ¡no, no, no! — George se volvió pálido.

Un Mercedes se iba estacionando en frente de la entrada del edificio.

—Está viniendo. ¡Dile a todos!— George había tomado el teléfono que estaba sobre su escritorio.

—No se suponía que tenía que llegar hasta después de las nueve— un chico de nariz grande y ojos azules como el cielo que parecía unos años mayor que George iba entrando. Era de estatura baja y estaba de igual manera bien vestido.

—Su chófer me acaba de mandar mensaje. Dice que su masajista tiene hernia de disco— le respondió George. —Dios, esta gente.

El ojiazul se acercó a John sin que éste se dé cuenta, y le hizo una seña con su cabeza a George refiriéndose a John. —¿Quién es este?— preguntó en un susurro.

—Eso... ni siquiera puedo hablar de eso— le dijo George moviendo sus manos en gesto de fatiga.

El ojiazul se dirigió a la puerta y la abrió. —¡Muy bien todos, prepárense para la batalla!— gritó para luego girarse. —¿Alguien se comió un bagel de cebolla?— terminó por decir con disgusto mientras salía de la oficina.

John quedó boquiabierto. El olor de la cebolla no podía ser tan fuerte, ¿o sí?

Mientras tanto, alguien salió del auto. Tenía un aire impotente, llevaba un traje sumamente chic con unos zapatos del mismo estilo y cargaba en sus brazos una maqueta de la revista. Avanzaba al edificio con paso tranquilo, pero toda la gente que estaba alrededor se hacía a un lado. Ya estando dentro del edificio, se dirigió al ascensor. Una chica que se encontraba en la caja metálica salió de inmediato al ver al sujeto acercarse. —Lo siento, Paul.— dijo casi haciendo una reverencia para irse al otro ascensor. 

En cambio, la oficina entera había entrado en completo pánico. Había gente corriendo por todas partes, mientras otros se dedicaban a botar su desayuno a la basura y a cambiarse de zapatos o terminar de arreglarse. Un grupo intentaba desesperadamente ordenar una montaña de papeles que había sobre una mesa. Por su parte, George servía agua en un vaso y acomodaba unas revistas con afán. Apartó unas cajas de su escritorio y se fue corriendo por los pasillos.—¡Fuera de mi camino!— gritaba mientras corría hacia la recepción con una agenda en sus manos. John observaba con un poco de confusión cómo todos se preparaban para algo grande, o por lo menos así lo hacían parecer.

En eso, las puertas del ascensor se abrieron dando a entender que el momento que todos esperaban había llegado. Se quitó las gafas, dejando que todos admiraran sus ojos hazel y largas pestañas, y caminó como si nada hacia la oficina. Era él, el famoso, y tan temido Paul McCartney.

The Devil Wears Prada [McLennnon]Where stories live. Discover now