Una Sonrisa Falsa

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- Yo… yo… - Giotto ladeo la cabeza un poco, sin entender porque el hombre extraño se había vuelto tan blanco, un blanco casi grisáceo. G, su nuevo amigo, no estaba mejor que él.

- ¿No le gusta? – Era una comida diferente, aunque tampoco era nada nuevo. - ¿Acaso es vegetariano? – G frunció el ceño, tomando el plato y alejándolo del hombre. – No tenía idea, disculpe, ya le conseguiremos-

- No es vegetariano. – Le dijo a G con más confusión que antes. No tenía sentido, y G imito su expresión ante tal información. - ¿Tal vez no le guste el conejo? – Lo peor del caso: - Costo un montón cazarlo…

Entre ambos y aun así costo mucho. No sabían que algo tan pequeño podía moverse tanto. Al menos G sabia como usar arco y flecha, con muy buena puntería. Giotto estaba atado con solo trampas básicas que el hombre le estaba enseñando a hacer, pero que no sabía que no eran para cazar precisamente. 

- Chicos. – Ante el repentino llamado, ambos chicos regresaron a mirar al hombre a cuál ambos admiraban mucho. – Chicos, yo… solo… - No sabía cómo explicarse, como expresarse, así que esperaron. Su guardián hacia lo mismo por ellos, así que… - Prométame una cosa, ¿sí?, una sola cosa… - Recobrando color, les pidió de forma mucho más suplicante de lo que esperarían: - No estoy en contra de que casen, es perfectamente natural y entendible, pero por favor no casen animales que puedan volar, ¿por favor?

Ambos chicos se miraron, sin saber cómo tomar el tono y la expresión de ese hombre que nunca habían visto rogar. Había algo muy extraño, muy fuera de lugar, algo que no podían identificar, pero si sentir. Esta petición era más que una simple petición, que una simple promesa.

Tulipán eligió ese momento para aparecer, volando directamente a la cabeza del hombre y acomodándose allí como si fuera su cama. La cama más cómoda que hubiera, para ser precisos.

- Claro, claro… - G se sentía como un idiota justo ahora. Giotto no estaba mejor. – Nada que vuele, entendemos…

La verdad es que no entendían porque precisamente los que podían volar y no todos, pero podían cumplir tal cosa. Era estúpido de ellos olvidar que este hombre tenía un encanto extraño con los animales, les tenia gran afecto y paciencia, y los animales siempre parecían calmarse y buscarlo a donde fuera. En todo este tiempo, ninguno lo había visto herir a uno, ni siquiera a una mosca. 

Más que la comida, de seguro fue verlos preparar el animal. El había llegado justo cuando lo estaban separando en piezas pequeñas, para hacer un guiso. Ninguno era un cocinero como tal, pero mientras nada se quemará…

Habían pensado en que sería una buena sorpresa, nunca se figaron en que el hombre los había dejado solos en lugar de ayudarlos o instruirlos como usualmente hacía. 

- ¡No tienes por qué comértelo si no…! – Tarde, muy tarde.

El señor de cabellos chocolate hizo una mueca, pero eso no lo detuvo por más que un segundo. 

- Ambos necesitan unas lecciones de cocina. – Fue el anuncio más fuera de lugar que podría haber tomando en cuenta lo que unos minutos atrás ocurrió. – Nada esta crudo, nada esta quemado, y no sabe mal. – Lo siguiente era para hacer reír a cualquiera: - Se pasaron de sal. – Y no un poquito como se pensaría por ese simple e inocente comentario.

El señor era muy amable como para decir la verdad como tal, la endulzaría. Así que, con ese comentario, lo que en verdad quería decir era que se propasaron mucho de eso. Al probar sus propios platos, era la confirmación de tal cosa. 

- ¿Por qué los que vuelan? – No decía aves porque el señor hubiera dicho solo las aves si hubiera querido referirse solo a ellos.

El señor pestañeo varias veces, tomado por sorpresa ante la pregunta. Luego, comenzando a lavar los platos, adquirió un aspecto contemplativo. Por largo rato no ocurrió nada, haciéndolos suponer que no habría respuesta, así que los sorprendió oír:

Sky's MayhemWhere stories live. Discover now