Capítulo 54 (P. O)

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Alice Victoria Lauren no trató de huir.

    No, no, claro que no.

     Sólo había medio salido de la habitación, casi gritando que los dejaría a solas para que tuvieran una tranquila charla entre hermanos, con un poquitín de prisa.

     Ella no corrió, no, no.

     Si hubiera corrido, no habría sido tan fácil para Dylan... atraparla.

     Ahora, sentada en el mismo sofá en el cual el hombre se encontraba, sólo se cruzó de brazos, y bufó.

     Dylan levantó una ceja hacia ella.

     Y ella bufó otra vez, causando que él le diera una de esas sonrisas que, de no ser porque estaba sentada, le haría llegar al suelo.

     Los minutos pasaron.

     Varios minutos pasaron, y en estos, Sofía le habló de sus preocupaciones a su hermano. Dylan había sido tan... comprensivo, y hasta hizo todo lo posible para hacerla sonreír cuando las lágrimas quisieron hacer aparición.

     Sofía era fuerte, demasiado fuerte, pero tenía una debilidad, y esa era su hermano, quien le dio todo, quien para ella, lo era todo.

     Sofía no tuvo a nadie más que no sea él.

     —Entonces —comenzó él lentamente—, me estás diciendo que, antes no te aterraba... porque sabías que no sería algo serio. Soy, según tú, un "perro".

    La menor asintió en respuesta, con una gran sonrisa.

     Y la charla continuó.

     Alice había dejado de escuchar en algún momento, y sólo observaba.

     Sólo lo observaba.

     Dylan jamás hizo algo como trivializar algo que su hermana decía, a pesar de que esta aseguraba, confesaba, que era algo estúpido al final.

     Él siempre bromeaba en el momento adecuado, y no causaba que el rostro contrario decayera.

     Sin embargo, lo terrible no era que se hablara de una... relación entre ellos.

     Lo terrible, de lo que Alice todo el tiempo estuvo consciente, era que Dylan tenía a su pie como rehén sobre sus musculosos muslos.

     —Y eso es todo —murmuró Sofía, con las mejillas rojas, viendo cómo su hermano, sin darse cuenta, ejercía algún tipo de masaje en el tobillo de Alice.

      Esta última estaba que saltaba de su lugar, pero se mantuvo quieta. Ya había intentado liberarse, pero él no le permitía el distanciarse.

      —Es todo —dijo el mayor de todos, con un asentamiento, por supuesto esperando algo más ante la inquietud de su hermanita.

      Sofía apretó los labios, y luego soltó ese algo que la tenía inquieta:

     —¿Cuándo se volvieron novios?

     El silencio perduró.

     El silencio incómodo perduró.

     Alice fue por fin valiente y lo miró, encontrándose de inmediato con los ojos claros del hombre sobre ella.

      Tragó saliva.

      —Cuándo nos volvimos novios —repitió Dylan, como si estuviera pensándolo, tratando de recordarlo, sin embargo, su mirada se mantuvo en la suya.
     
     Sofía terminó con la boca abierta cuando finalmente él respondió:

      —No somos 'novios', enana.

      —Oh, Dios mío, ¿son follamigos? —cuestionó demasiado rápido la menor,  a lo que su hermano frunció el ceño y la miró.

     —¿Cómo-

     —Lo leí en un libro.
     
     Dylan asintió, dándole LA mirada. Luego devolvió la vista a quien quería salir de ahí, que era Alice, la persona tonta que por alguna estúpida razón se sintió un poco decepcionada ante su negación.

       Sofía no entendía lo que sucedía entre los mayores. Pronto recordó que su hermano le sacó información aprovechándose de su ignorancia, y por ello enfureció.

      —¡Oh, Dylan Ferrer, eres un completo idiota! —miró alrededor—. ¿Dónde dejé mis zapatos?

      —Ena-

     —¡Nada de enana! —lo apuntó con su dedo índice—. ¿Cómo pudiste tomar clases de actuación sin llevarme? Te has excedido. Firma los papeles de... —Arrugó el ceño—. ¿Existen papeles de divorcio para hermanos? —Se lo pensó por un momento y negó, para después continuar con su búsqueda—. Como sea, me entendiste. Ah, y quiero todas tus cosas fuera de mi casa.

      —Es mi casa también.

      —¡Era, por mentiroso! —gritó, apuntándolo por segunda vez con su dedo—. Fuiste a clases de actuación, y por eso se veía tan veraz el cómo mirabas a Alice. Incluso yo, que soy una detectora de mentiras, cayó en las cochinas redes de tu falsedad.

      La aludida no se movió.

      Dylan tampoco, a pesar de que vio a su hermana tomar su zapato para pronto aproximarse con toda la intención de lanzarlo en, probablemente, su cabeza.

     —¿Y cómo miré a Alice?

     —¡Mirabas a Alice como si te gustara!

     La susodicha no aguantó más; se removió hasta que fue liberada. Luego:

     —Yo-

     —Eso es porque me gusta.

     Y de nuevo el silencio perduró.

El Error de Dylan Ferrer | 1&2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora