El Día de los Corazones estaba aquí, tan cálido y hermoso como siempre: Familias, amigos y parejas podían verse por doquier, todos celebrando el amor presente en sus vidas con sus seres queridos.

Rapunzel casi siempre pasaba aquel día con su familia y Pascal, pero ésta vez sería diferente y estaba muy nerviosa por lo mismo: Hoy confesaría su amor al hombre que había robado su corazón. Eugene Fitzherbert.

Habían pasado ya casi dos meses desde que lo conoció y empezó a verlo con frecuencia, ocurriendo una de esas veces su mutua y más reciente confesión de identidades: Él no se llamaba Flynn Rider en realidad, sino Eugene Fitzherbert; había decidido cambiarse el nombre cuando comenzó a ser un ladrón, poniéndose el de su héroe de novelas de aventuras. Pero, ahora que la había conocido y convivido con ella, se había dado cuenta de que ser un ladrón ya no era algo que él quisiera: Ser ladrón lo había llevado a ninguna parte; siempre tenía que pretender ser alguien completamente confidente, astuto, el mejor de todos y, claro, él si era todo eso pero ¿Tener que verse siempre forzado a no mostrar ninguna debilidad o sensibilidad? Ser siempre fuerte y deshonesto, dejando enterrado al verdadero Eugene en el fondo de su ser para ser olvidado para siempre... Pero al conocer a Rapunzel, todo eso cambió: Ella era amable, alegre, fuerte y brillante; incluso sabiendo que él era un famoso ladrón, lo trató con gentileza pero no sin dejar de ser inteligente, no dejándose engañar por alguno de sus trucos. Con ella no quería pretender ser el famoso Flynn Rider, sólo el sencillo y gentil Eugene Fitzherbert. Y mientras más tiempo pasaba con ella, más se cuestionaba si ser un ladrón era lo que realmente añoraba: Siempre pensó que el amor no existía, que cada quien se valía por sí mismo; pero Rapunzel le hacía ver todo lo contrario. Era por eso que había decidido confesarle su verdadero nombre y, esta noche, su amor por ella.

Y ella, le había confesado su identidad como princesa: No era justo que él le confesara algo tan personal y que ella se guardara algo importante como eso, además de que, ella quería hacerlo desde hace tiempo. Él no era lo que parecía a simple vista: Era gentil, generoso y carismático; para nada el embustero ladrón que todos pintaban. Al inicio estaba dudosa por hacerle conocer que ella era la princesa de Corona pero, al ver que él le estaba confesando algo tan secreto y personal como su verdadero nombre, no tuvo más dudas y también confesó su secreto. Cosa que, resultó bastante bien ya que él no cambió en ninguna manera su trato con ella ni se veía interesado en entrar al palacio o en obtener sus riquezas. En verdad que Eugene era alguien maravilloso...

Un par de manos cubriéndole los ojos la hicieron sonreír, parando su búsqueda en la plaza.

-Adivina quien...- dijo en tono cantarín la voz que ella adoraba escuchar.

-¡Eugene!- exclamó entusiasmada y le brindó un tierno abrazo, el cual fue correspondido por él.

-Te traje algo Solecito- Eugene entonces le enseñó una caja de galletas, las favoritas de Rapunzel.

-Aww no debiste Eugene- agradeció, empezando a comerlas, compartiéndolas con él.

El día transcurrió agradablemente, con ambos divirtiéndose, ya sea jugando juegos en la feria del Día de los Corazones, bailando con el resto del reino o tan sólo gozando de la compañía del otro.

Pronto, comenzaba a anochecer y ambos tenían planeado algo perfecto para cerrar aquella velada.

-Oye, voy al baño un rato, no tardo- mintieron al mismo tiempo, lo que los hizo reír nerviosamente -De acuerdo ye veo en los muelles-

Rápidamente, ambos se separaron para conseguir lo que buscaban: Un pastelillo. Una rosa. Y una linterna flotante.

Asimismo, ambos rentaron un bote y esperaron por el otro, sólo para darse cuenta de que ya se encontraban ahí.

Un nuevo capítulo de la historia Where stories live. Discover now