Capítulo 25; Nos habíamos perdido

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Al entrar por la puerta lo primero que entró a mi campo de visión fue Dawson sentado en el sillón de la sala.

Tenía sus dedos entrelazados con las manos detrás de la cabeza y el pelo algo alborotado. Su mirada estaba clavada en el piso y sus pies descalzos se movían impacientemente sobre el tapete blanco.

Lucía demacrado, pensativo e incluso algo desesperado.

El crujido de la madera causó que el castaño levantara la vista y que nuestras miradas se encontraran por unos segundos antes de que rompiera el contacto visual abruptamente.

Tenía los ojos rojos e hinchados y unas horribles ojeras coronaban los pómulos de su atractivo rostro.

Me sentía mal por haber huido, pero no sabía como decir algo sin herir aún más sus sentimientos. 

Di unos pasos hacía a él con miedo de como pudiera reaccionar, con miedo a que hiciera lo mismo que yo cada vez que me sentía muy expuesta y levantara un muro entre los dos.

Un muro es más fácil de derribar que dos de ellos.

No creí que nuestra relación se sostuviera si había dos.

Sin lograr juntar el valor suficiente para sentarme junto a él, me quedé parada jugando con la manga de mi playera y por fin decidí decir algo.

–Dawson, sobre lo de ayer...

–Por lo menos dime que valió la pena –murmuro sin dejarme terminar.

–¿Qué? –pregunté confundida al no entender de lo que estaba hablando.

–Que tu noche con Di Maggio valió la pena.

Se me fue el alma a los pies. Me quedé como una estatua y todo hilo de coherencia se desvaneció dentro de mí. No sabía qué contestar y solo fruncí un poco el ceño, cuestionándome como se había enterado.

–Hueles a Innvictus –dijo con una mirada llena de indiferencia, que me dolió de tan solo verla.

Estaba levantando el muro.

Después de lo que lloré anoche pensé que no podría más, que estaría deshidratada y aunque sentí unas inmensas ganas de llorar, estaba en lo correcto.

Por más que me dolió ninguna lágrima cayó por mi rostro.

Una incómoda opresión invadió mi pecho y se me hizo un nudo en el estómago. Últimamente las náuseas y el dolor se habían convertido en mis mejores amigos.

Sentía la cabeza demasiado cargada, como si pesara una tonelada, y no sabía si por la falta de sueño o por la aflicción que el momento me causaba.

–Báñate antes de que alguien más lo noté –se levantó marchándose con rapidez y seriedad.

Ya eran dos muros que quebrar.

Lo vi extraviarse hacia el sótano, escalera abajo, sus puños estaban cerrados y sus nudillos completamente blancos. Desde donde me encontraba podía sentir su amargura, y no me gusto saber que yo era la que lo provocaba.

Si antes no estaba segura, después de esa plática no tenía dudas.

Ni una sola.

Lo había perdido.

Había perdido a mi lobito.

Nos habíamos perdido.



Ciro enfureció al verme en la cocina una vez que ya me había bañado, sin embargo no le puse mucha atención, el incesante dolor de cabeza me lo impedía.

Colisión InevitableWhere stories live. Discover now