10. Mascotas

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La chica de cabello corto prácticamente se me había lanzado encima. Me dejé dar ese primer abrazo caluroso porque, muy en el fondo, lo necesitaba. Aunque claro, teniendo un confundido gesto en mi rostro. ¡¿Era yo o todos aquí estaban locos?!

Bienvenida a la Familia Maximus. —Fue lo que escuche decir a la chica—. Hace mucho que no traían a una mascota nueva.
—¿De qué estás hablando? Yo no soy mascota de nadie.

La pequeña sonrió.

—Yo también estaba igual que tú los primeros días. —Me tomó de la mano—. ¡Ven! Tengo que presentarte.

Realmente no supe el cómo ni cuándo, pero a cuando me di cuenta, el comedor ya estaba sobre nosotras. Es más, tan solo divisaba los diversos pasillos en donde pinturas, retratos y varias figuras de cerámicas yacían en distintivos preciosos que me hacían sentir inestable, fuera de lugar. Eso era todo. No recordaba si habíamos bajado escaleras, si habíamos volteado en alguna esquina. Simplemente habíamos llegado y varias personas, desayunando, me seguían con sus miradas interesadas. Traté de ignorarlos, ya que realmente parecían que me estaban comiendo con la mirada. No de la manera como lo hacía Alexander, pero algo parecido.

Así que para mí fue increíble que Rossette quisiera pasar desapercibida y me llevará aun más allá. Siempre bajando el rostro para no toparse con las miradas de quienes estaban sentados y que nos seguían con sus ojos asemejados a dagas queriendo atravesar nuestros cuerpos.

Le imité casi al instante por miedo a lo que me harían si seguía viéndolos. Ya que, al posar mi mirada en ellos, sabía que no eran del todo humanos. Sus rostros los delataban. Todos parecían modelos.

—¿A donde vamos? —Le susurré, mientras dejábamos la cocina atrás y entrábamos en la lavandería.

Dejó de caminar aprisa cuando ya nadie nos veía y, como si nada hubiese pasado, volteó a verme con otra sonrisa brillante.

—¿Lista? —Tomó del picaporte, esperando mi respuesta.
—Realmente ni sé por qué estamos aquí.

Rosette rió antes de abrir la puerta blanca que parecía tener un sinfín de misterios tras ella.

Lo que observé simplemente me decepcionó. ¿Me había llevado al patio? ¿Qué tenía de interesante eso? Suspiré algo desganada mientras miraba aquel lugar espacioso. Había unas cuantas fuentes, pero nada a comparación de los jardines principales. Era como un jardín trasero que curiosamente estaba lleno de personas que platicaban entre sí.

¿Esto era una clase de fiesta?

Rosette, que me había tomado de la mano durante todo el camino, simplemente me dejó ir. Bajó las escaleras que daban hacia donde estaban todos y, mientras ellos se daban cuenta de mi presencia, simplemente la pequeña niña sonreía con una grande sonrisa, saludándolos como si hubiera pasado mucho tiempo sin verlos.

—Todos, ella es Nicole Whitman —Gritó de repente para que todos pudieran oírla—. ¡Es la mascota de Alexander Maximus!
—¡Espera, ¿qué?! —chillé un tanto molesta—. ¿A qué rayos te refieres con mascota? —dije disgustada y a la vez cansada de preguntar lo mismo una y otra vez.
—¿No te lo ha explicado, no es así? —El joven que había estado presente cuando me recibieron por primera vez en la mansión, preguntó aquello de repente.

—¿Y quién rayos eres tú? —solté sin pensarlo.
—Soy Jacob Bloom, mascota de María Maximus.

Justo después de que ese chico serio de cabellos castaños se presentara, una chica de cabello rubio tirándole a blanco se acercó a nosotros brincando y saltando por todos lados mientras me mostraba la más grande y brillante sonrisa que en mi vida había visto. Le miré de arriba abajo, mientras me enfocaba en que tenía los ojos de un color púrpura muy oscuro. ¿Estos ojos eran normales? Nunca había escuchado de algo así antes.

—¡Hola Nicole! Soy Cristina Bellow, pero puedes llamarme Cristy. Soy la maravillosa y amable mascota de Erick —soltó la chica realmente entusiasmada.

La miré un tanto asustada por cómo hablaba, pero cuando vi a un joven idéntico a Cristina que salía por detrás de ella, no pude evitar sorprenderme. Eran idénticos, sin embargo, él no sonreía en lo absoluto.

—Cristian Bellow, Erika Maximus.

Le miré extrañada. ¿Sus ojos eran lilas? ¡¿Qué rayos estaba pasando aquí?! 

—Cristian y Cristina son gemelos —aclaró Rosette por mí—. Llegaron el mismo día, pero con sus respectivos amos.

Arqueé una ceja fuera de mí. ¿Amos? ¿¡Gemelos!? Eran iguales físicamente, pero emocionalmente diferentes. El chico era muy serio y la chica muy risueña. Algo que me parecía un tanto extravagante y a la vez molesto. 

¿Por qué decían el nombre de su supuesto propietario con tanta alegría? ¿Por qué actuaban como si fuera algo para llenarse el pecho de orgullo? Y más importante, ¿por qué estaban ahí en ese patio como si estuvieran esperando a que jugaran con ellos?

Tal vez lo notaron, pues casi siempre me desconectaba de mi uso de razón cuando comenzaba con mis debates internos. Me miraron esta vez con lástima, diversión, misterio y... ¿envidia?

—Debe ser perfecto para ti ser la mascota de un ser tan importante como el joven Maximus —comentó de pronto una chica de cabellos rojizos tras de mi.
—Ella es Sophie —dijo Rosette en un susurro sobre mi cuello—, es mascota de un vampiro nuevo... nada importante.

Volteé a verla lentamente. Delgaducha, con pecas y sin pecho. Sí, era linda, pero sus brazos cruzados y su rostro malhumorado me hacía creer que no tenía muy  buena personalidad. La ignoré rápidamente, ya que después de todo, yo estaba acostumbrada a burlas o comentarios sin coherencia alguna. Además, no tenía la más mínima idea de lo que estaban hablando. Era todo tan irreal y extraño que no podía creerlo.

—Nicole, ¿aún no te has dado cuenta, verdad? —pregunto Rosette de pronto.
—¿Darme cuenta de qué? —solté cansada y sin mostrar ni una pizca de sentimientos.
—Las mascotas aquí son sinónimo a esclavos —dijo Jacob tranquilamente.
—¡No lo digas de esa forma! —soltó refunfuñando Cristina—. Erick es tan perfecto que ni yo me considero su esclava. Soy como... soy como su fan número uno.
—Vaya forma de decirlo —soltó su hermano sarcásticamente.

Me quedé con los ojos cuadrados y la boca abierta. ¿¡Esclavos!? ¿Eso quería decir que yo era esclava de alguien tan imbécil como Alexander? Traté de reírme en voz alta, pero nadie lo hizo conmigo. El silencio se hizo y la incomodidad entonces llegó. ¿Esto era en serio? Hice una cara de desagrado al percatarme de lo que iba a suceder desde ahora. Había perdido total libertad en el mundo humano.

—Nicole. —Rossette me interrumpió antes de que comenzará a perderme entre mis pensamientos otra vez—. Hay algo más.
—¿Qué? ¿Me van a pegar o algo así?
—Si tienes suerte, no. —comentó Jacob de repente—. Creo que entiendes que toda persona de esta familia es un vampiro.
—Les pertenecemos— soltó feliz Cristina—. Tu cuerpo, sangre y alma.

Me quedé en blanco por un segundo para reír tan fuertemente que me dio un tremendo dolor de estómago. ¡Sí, claro! Luego me dirían que caperucita roja se comió al lobo feroz y que Cristóbal Colón no fue quien descubrió América.

—¡Por favor! —Me retorcí en lágrimas—. ¿No creerán que me tragaré esa mentira o sí?

Todos los que yacían en el patio me miraron con un semblante serio, incluso Rosette que estaba al lado mio. Tragué saliva incomoda, mientras les miraba con una sonrisa retorica en mi rostro. Realmente lo decían en serio.

Rápidamente miré al grupo de esas nuevas personas que no entendían por qué me reía. Y cuando menos lo imaginaba, pude ver aquello en sus cuellos que confirmaba lo que me decían. Todos tenían esas marcas. Esos dos pequeños agujeros que les habían hecho como con dos agujas pequeñas. Mi semblante se llenó de terror.  frente y fue entonces cuando callé y mi sonrisa cambió repentinamente a una de terror.

No se por qué, pero se me comenzó a nublar mi vista. ¿Había desayunado hoy? Mi presión arterial se me fue al piso. Me mareé. Sentí asco. Torpe, les di la espalda y, aún con sus ojos en mi espalda, caminé de nuevo hacia el comedor. Corrí con el corazón estrujado y luego con miedo cuando todos esos vampiros se sonrieron entre sí.

Di la vuelta en un pasillo y comencé a temblar al darme cuenta de una sola cosa: estaba atrapada en una mansión llena de criaturas que me podrían comer y que le pertenecía a uno de ellos. Uno que vilmente me había quitado mi libertad en un sucio y mojado callejón.

Colores oscurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora