22. Impulsos incontrolables

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Entre la oscuridad de la noche y el silencio del cuarto de Alexander, pensé en todo lo que había ocurrido hasta ahora: el drástico cambio que había dado mi vida y el tener que mentir, pretender y sonreír falsamente por un amor que nunca existiría.

¿Por qué aquello último me pesaba más que lo primero? Es decir, mi vida entera había cambiado. Si alguien me hubiese dicho hace dos semanas que podría ver, no le hubiese creído e inclusive lo hubiese odiado de por vida por jugar con algo que me dolía mucho en ese entonces; pero ahora, podía ver y no solo eso, estaba en una casa infestada de ciertos seres que no creía que existían.

Suspiré ciertamente echa un lío. No era por ser una persona depresiva, pero si seguía con esto por un día más, mi verdadero yo saldría a la luz. La Nicole fría y solitaria.

Respiré con profundidad, intentando no caer en mis defectos. No quería llorar, no ahora. Ya que, aunque el de los ojos celestes le pareciera fácil, tener que cumplir con sus caprichos era realmente difícil para mí... más cuando me lastimaba para hacerlo.

Cerré los ojos, escuchando de aquella forma el canto de los grillos y el sonido del aire rompiéndose entre los frondosos árboles. Flotando entre el aire de los sonidos es que pude escapar de mis delirios. La música era tan coordinada y hermosa. Los insectos hacían sonidos agradables y la brisa parecía ser el instrumento que les guiaba. Sonreí al olvidar mis penas; recordando entonces la última vez que había sentido tanta paz. Parecía acto de otro mundo, pero aquello mismo hizo que me relajara, olvidara mis problemas.

Llena de tranquilidad e inundada del silencio que me rodaba, me desconecté del mundo. Intenté dejar de pensar en mi situación, en el plan para escapar o en el vampiro que me tenía aprisionada a una realidad difícil de aceptar, pero el frío que golpeteaba la gran ventana me lo hizo imposible.

Aunque intenté descansar o soñar despierta para poder desaparecer momentáneamente de aquello que me quitaba el sueño, no pude evitar recordarlo todo. De mentirme a mi misma de que todo saldría bien. Que no tenía que entrar en la locura para solucionarlo.

Esos últimos tres días habían sido extremos. Era increíble que en aquel poco tiempo hubiese sido el suficiente como para cambiar tantas cosas que sucedían a mí alrededor. Es decir, ¿quién lo hubiera predicho? Una chica ciega recupera su vista, conoce a un vampiro que en realidad es alguien especial entre su raza y para colmo, se convierte en una esclava que pierde todo derecho de libertad pero era adorada por muchos otros. ¿Había algo peor? Tenía que mentirle a todos sobre un amor perfecto. Qué deprimente.

Recordé como hacía pocos días me encontraba con Ana, escogiendo la ropa para ir a mi primera y última noche de antro. Todos esos momentos en donde ella me acompañaba al Hospital para falsos dictámenes médicos mientras me aferraba a su mano con las esperanzas que nunca vinieron.

Quise dar un suspiro a la memoria, pero algo cálido y suave me detuvo.

Abrí mis ojos con lentitud. El rostro de Alexander apenas se separaba de mis labios, con un semblante extrañado al verme algo sorprendida.

-Vaya... no te sonrojaste esta vez.

Parpadeé varias veces al pensar que lo había soñado, pero el del cabello oscuro seguía frente a mí. ¿Por qué había sido un beso totalmente diferente al anterior? Esta vez, Alexander había tocado mis labios con delicadeza y cierto miedo de que me rompiera.

-¿Quieres que lo haga de nuevo?

Mi ceño se arrugó aún confundido. No contesté por mera inconsciencia, pero mi mirada verdecina se posó en la suya celeste. ¿Por qué me había gustado?

-¿No me responderás con algún insulto?
-Hoy... -Pasé saliva, nerviosa-. Hoy no.

Volteé mi rostro enrojecido, ahora más sensata que antes. No sé por qué lo había hecho, pero me había besado. ¿Por qué deseaba que lo volviese a hacer? Mordí mis labios intentando castigar mis pensamientos. ¿Qué me pasaba? ¿Es que estaba loca?

Colores oscurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora