4. Noche de cambios

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El silencio reinó entre los dos. Las lágrimas, que había retenido desde el amanecer, ahora caían incondicionalmente mientras miraba hacia el oscuro ocaso que pensaba tenía enfrente mío.

Mi ceguera no había sido por causa natural. Alguien me había arrebatado los colores de la forma más inhumana posible. Según me informaron, mi madre murió al darme a luz, cosa que enloqueció a mi padre ya que la amaba profundamente y una noche, después de salir del hospital, mi padre tomó la leche caliente que debió haber sido mi alimento y la vertió sobre mis ojos, quemándome las córneas mientras me deshacía en un mar de llantos.

Tal vez había sido otra víctima del alcoholismo o tal vez de odio, no lo sé. Mi padre se fugó del lugar lleno de culpa después de darse cuenta de lo ocurrido y jamás lo volví a ver.

—Según me contó el Doctor Collins, me hallaron sobre la mesa de la cocina llorando y sin poder ver. —Le terminé de contar a ese extraño llena de cólera. Más por frustración y ansiedad de que dejara de ser tan grosero y sintiera culpabilidad.

Pero lo que no pensaba que haría era que se riera sin control y, con aquella voz que me ponía los nervios de punta, contestará que todo lo que había dicho era una total y completa estupidez.

Fruncí el ceño ante aquello, pues le acababa de contar, por impulso, algo que siquiera le había comentado a mi mejor amiga. ¿En serio acababa de burlarse? ¿Tan solo iba a decir aquello referente a mi historia? Le miré con un odio acumulado, aunque realmente no pudiera saber si estaba frente a mí o no.

—Dígame... señor —Traté de sonar formal pero indignada—. ¿Puede explicarme usted, con palabras, como es el color azul o el amarillo? Si se cree tan imponente, seguramente sabe la respuesta. —Contesté desafiándolo con una voz suspicaz para que respondiera a aquellas preguntas imposibles.

Un silencio abrumador empezó a ahogarme, como si ya no pudiera respirar y lentamente me estuviera quitando la poca vida que tenía recorrida. Guardé silencio al escuchar ese tormentoso sosiego que me aterrorizaba prácticamente todos los días.

—Y que tal, si te explico mejor, el cómo regresarte tu tan querida visión —soltó de nuevo una risa burlona, poniendo suma atención a lo que diría después.

Reí, llorando.

—Ya lo he oído por parte de muchos —Suspiré—. No necesito otra desilusión, gracias —Le dije al final, apartándome de su lado y caminando de nuevo hacia el antro en donde, seguramente, Ana debía de estar buscándome.

Pero con tan solo caminar frente a él, pude notar como una mano aprisionó con fuerza mi muñeca, empujándome con brío contra la pared de ladrillo. Apresandome entonces y despojándome de la capacidad de moverme.

Fue por eso que pegué un grito en respuesta, ya que, por la sorpresa, pude percibir como se acercaba con cizaña a mi cuerpo.

En un principio, dudaba que fuera capaz de violarme, pero este pensamiento se hizo más intenso justo cuando aquel chico hizo hacia a un lado mi cabello largo con sumo cuidado, dejando mi cuello al intemperie.

—¡Suéltame!

Soltó una pequeña sonrisilla junto a mi oreja que me hizo temblar por debajo.

—Si no te mueves mucho y te tranquilizas, sólo te dolerá un poco al principio.

Aquello lo murmuró ciertamente divertido, pero a la vez, tan tranquilo que me hizo pensar que ya lo había hecho muchas veces antes. Mi corazón, por ello, explotó en un sentimiento de un temor indescriptible... tal vez el pánico más fuerte que en mis diecisiete años de vida había tenido.

Mi cuerpo entonces reaccionó con un pequeño pero intenso escalofrió justo cuando sus labios se pegaron a mi cuello. Traté de moverme, de patalear, sin embargo justo cuando empezaba a ponerme ruda e intentar pelear, sentí como si me estuvieran clavando dos agujas muy gruesas que traspasan mi piel milímetro a milímetro.

Me retorcí del dolor, lo admito. Nunca antes había experimentado aquello. Podía sentir como mi sangre recorría mi cuello, como no paraba de enterrar aquello que me provocaba un dolor indescriptible y me relamía la herida a la par en que sacaba más y más de mí.

¡Era tan extraño! Mi subconsciente me pedía ese sentimiento placentero que se estaba creando, pero mi cuerpo me rogaba que parase, porque me dolía bastante.

Así que, dándole la razón a mis nervios, me aferré a la pared intentando desquitarme con ella. Apoyé mi frente en esta y, sacando quejidos de mi voz casi rota, le pedí que parase.

El chico raro tan solo me aprisionó aún más, como si quisiera aplastarme para que de esa manera no me desplomara sobre el suelo. Yo, quien muy apenas y podía respirar, intenté gritar por ayuda.

Habían pasado por lo menos diez minutos desde que había salido del antro y yo me hallaba arrinconada sobre la pared. Tanta sangre había derramado que seguramente me había puesto tan pálida como la nieve. Sentía como mis defensas habían bajado, y aún así, él no se me quitaba de encima.

Me sentía mareada y era más que obvio que no era el alcohol quien lo provocaba. Era tanto mi síncope que podría jurar que vomitaría o desmayaría. Lamentablemente para mí, mi cuerpo no se decidió por ninguno de los dos. Estaba solo ahí, respirando con dificultad. Sintiéndome fatal y con aquel chico aferrado a mi cintura.

Para... por favor —solté con el último aliento que me quedaba y con mi rostro bañado en lágrimas.

Creo que fue en ese entonces que sentí como los picos que me atravesaban, salieron casi de inmediato. Aquello fue el peor dolor que había sufrido en toda mi vida, pero esa sensación helada y caliente era algo que no podía explicar.

No pude soltar ningún otro grito de esperanza y simplemente dejé de moverme cuando sentí el húmedo golpe de la caída al suelo.

No sabía que había pasado, si me estaba desangrando o si el chico estaba aún ahí a mi lado... pero mis parpados me pesaban. Estaba segura que pronto me desmayaría o quién sabe, tal vez hasta me desconectaba del mundo. No supe que pasó, sin embargo, cuando estaba por dormirme, sentí algo helado caer en mis labios y Morfeo apareció.


Colores oscurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora