26. Buenas noches

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Cerré los ojos esperando mi final. Los colmillos ajenos rasparon mi piel desnuda y manchada de sangre. No pude ni gritar. Respiré con fuerza esperando el gran golpe, pero en cuanto sentí una leve presión en mi cuello, noté tierra caer sobre mí. Abrí mis ojos confundida, y entre mi mirada turbia y el dolor de cabeza, pude encontrarme con aquel color celeste que yo tanto anhelaba.

¿Alexander había llegado?

Temblé por un momento y, aunque estaba a punto de desmayarme, sonreí al definir su silueta y su rostro observarme. Saber que yacía aún lado mío para salvarme de nuevo, me hizo soltar lágrimas de alivio.

No iba a morir hoy.

Traté de moverme para darle la bienvenida. Abrazarlo y pedirle consuelo por responder al llamado de mi voz atormentada, pero justo cuando intenté hacerlo, sentí como la presión de mi corazón flameaba mi herida, provocando que mil y un fuegos artificiales arrancaran un gran gemido de dolor de mi garganta. Mi suplicio estaba comenzando a incrementar de nivel; pasando de ser una débil molestia a una jaqueca indescriptible.

Respiré fuertemente a pesar del dolor que me envolvía. ¿Qué debería de hacer para demostrarle mi agradecimiento entonces? Volví a recostarme entre las tablas de madera, que crujieron a mi fallido intento de demostrar correspondencia.

—Nicole, no te muevas.

Traté de fijar mi vista en aquel que estaba parado a un lado mío, observándome seriamente; pero mis ojos se fueron más allá... hacia donde los vampiros, que habían peleado por mí, reposaban inmóviles frente a nosotros; todos aguantando sus ganas para acercarse.

Era como si la presencia de Alexander los hubiera puesto rígidos, como si les hubiera congelado sus huesos.

—Lo siento. —Aguanté un sollozo—. No quería... yo iba al cuarto, lo juro.

Al no poder ver muy bien, no supe realmente que cara había puesto, pero al escuchar de pronto un rugido de odio, pude intuir que Alexander estaba enfadado, increíblemente molesto.

La madera bajo mi cuerpo comenzó a resonar a los segundos. Eran pasos... seguramente de quienes se alejaban de nosotros. Suspiré esta vez más calmada,  por lo menos ahora, ya era libre de alguna otra mordida que no fuera la de mi amante vampiro.

Traté de sonreír ante el pensamiento, pero las punzadas en mi cabeza me lo negaron casi al instante. Moverme me era difícil, así que respiré con cierta fuerza, intenté mantener la cordura por mi bien y la de Alexander. No quería preocuparlo por mi torpeza.

Volví a esbozar una difícil sonrisa en mi rostro, mas esta vez, quien posaba frente a mí, no me regresó el gesto. Este, quien parecía preocupado, tan solo se inclinó hasta mi rostro y, sin decir ni una sola palabra, tocó débilmente mi mejilla. Tuve un escalofrió cuando sus helados labios arrojaron un débil beso en los míos, que sin quererlo, me enfriaron más de lo que ya estaba.

Comencé a temblar débilmente por el hecho, provocando que mi herida resintiera las vibraciones. Mis labios se apretaron al querer aguantar los quejidos. No quería que se enterase de cuanto me dolía.

El vampiro de ojos azules, al percatarse de mis convulsiones, me tomó de nuevo entre sus brazos y con sumo cuidado, elevó mi cabeza en el aire, cual para empeorarlo todo, parecía una manguera a medio cerrarse. Escurría comida a cada segundo.

—¿Alex? —El susurro de mi voz ronca salió a brote.

—Tranquila, pronto todo estará bien.

—No me duele. —Traté de hacerme la fuerte—. Estoy bien.

Mis lágrimas, sin razón alguna, se desbordaron en sincronía al soltar aquella última frase. Mis sollozos mojaron mi rostro con diversión y al mismo tiempo, amenazaron con adormecerme. Era increíble que dejar de parpadear se sintiese tan bien.

Colores oscurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora