14. Diana

41.4K 2.6K 207
                                    

Recordé con precisión el beso al despertar. Como si estuviese impregnado, deslicé mis dedos sobre mis labios hinchados para corroborarlo por centésima vez. No lo había soñado. No entendía aún el por qué nuestros labios se habían unido la noche anterior, pero Alexander me había mordido y besado anoche.

No lo iba a negar. Había sido un contacto intenso y sorpresivo y eso me hizo temblar de nuevo en la cama de mi enemigo.

Esa mañana estaba exhausta por todo lo que había pasado, pero no había querido moverme desde que mis ojos se habían abierto hacía una hora atrás. La mordida en mi cuello me ardía como si hubiese estrujado un limón en una herida y aunque era resistible, era lacerante.

Era como si quisiese recordarme, una y otra vez, que estaba marcada y que no, no había imaginado aquel inesperado placer de tener aquella lengua degustándome.

Me regañé insaciablemente al saber que estaba pensando estupideces y más con aquel hombre que estaba acostado a mi lado. Sabía que él estaba esperándome para burlarse. Seguro que me lo quería echar en cara. Mordí mis labios sabiendo que no podía encararlo. Saber que, muy dentro de mí, lo había disfrutado me hacía sentir confundida.

No quería verlo ni hoy ni mañana. Tenía vergüenza de darle la razón.

Intenté hacerme la dormida de por vida, pero cuando sentí aquel brazo musculoso rodear mi cintura, me quedé hecha piedra en mi lugar. Mi rostro quedó perplejo, tornándose aún más rojo que antes. ¿Cómo se atrevía? Decidida a golpearlo por su atrevimiento, me volteé a verlo lentamente, pero aquellos ojos celestes claros de nuevo me sorprendieron.

No encontré aquellas orbes que me causaba escalofríos. Alexander estaba dormido.

Le miré sin comprenderlo.

Según los cuentos que me contaban, estos seres nunca dormían. ¿Por qué lo hacía Alexander? Mis pensamientos se vieron obligados a terminar por el repentino acto del sonambulismo de mi acompañante en la cama. Alexander me había abrazado como a un pequeño oso de peluche y nuestras bocas quedaron muy cerca de tocarse por una segunda vez.

Miré sus labios con recelo. Me había comido esa boca la noche anterior. Volví a reprenderme. ¡¿Cómo se me ocurría pensar en eso cuando había cosas más importantes?! Intenté pensar en otra cosa, como mi huida o el incomprensible hecho de que un vampiro estaba dormido a mi costado, pero el beso iba y venia en mi imaginación.

«¡Deja de pensar en tonterías, Nicole!». Me sermoneé tan rápido como vi aquel hombre removiéndose en la cama. «Enfócate en salir de aquí, por Dios». Pensé eso último, reprimiendo mi vergüenza.

Cuidadosamente de no despertarlo, me deshice lentamente de su agarre. Me senté, poco a  poco, sobre la suave e inquietante cama que era ahora mi nueva cómplice. Probablemente, ni ella ni yo olvidaríamos esa noche. Mi primer beso había desaparecido y justo con quien menos pensaba.

Me volví a sonrojar mientras me giraba nuevamente a verlo. Ciertamente, solo cuando dormía, parecía como si no rompiera un plato. Respiré desganada, dando por terminado el evento más vergonzoso que había tenido que vivir en mis pocos años de vida. ¡Esto no volvería a pasar! ¡Esto no volvería a pasar! Me iba a escapar de aquí pronto.

Así que con ello en mente, me dirigí al cuarto de baño ajunto para espabilarme, pero cuando me vi al espejo y miré mi reflejo, no pude evitar abrir los ojos con locura.

Mis ojos habían cambiado de color. ¿Este era el verde, no? Abrí el grifo del agua y me la eché en la cara. ¿Cómo podía ser esto posible? Intenté asegurarme de que no había algún problema con mi vista, pero aquel pigmento aceitunado no parecía querer irse a ningún lado. Me fasciné por aquel color que se estaba haciendo más claro.

Colores oscurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora