34. La espera ha terminado

32.1K 2.1K 152
                                    

Me levanté sigilosamente, sabiendo que los hasta ahora brillosos rayos del sol, apenas se despedirían del mundo que le daba una cálida bienvenida a la tierna luna nueva. Nicole aun se encontraba en mi cama, desnuda y adormecida junto a las sabanas.

Anoche, lo habíamos hecho hasta el amanecer.

¿Quién diría que mi cuerpo se paralizase al verla y que, con tan solo abrirle la puerta, se me hubiese tirado encima?

Era como si el tiempo no hubiese pasado.

Sonreí hacia un lado, ya que hacía más de dos años que no la tenía junto a mí. Realmente, cuando nos revolcábamos entre la habitación, aún pensaba que todo era un sueño, una ilusión. Y es que mi corazón no había dejado de golpearme desde que la había visto entrar por el portón de la casa; esa llegada que pensaba que solo era otra jugarreta que me hacía mis anhelos y memorias.

Pero cuando la vi a ella bajarse del coche, tan cambiada, petrificada y melancólica, supuse que no estaba soñando de nuevo.

Ella estaba aquí al fin.

La miré una vez más, embelesado por la mujer en que se había convertido ahora. A pesar de que aquellas piernas se habían esterilizado, su pecho había crecido y su rostro se había afilado; ella seguía siendo mi Nicole, la inocente pero torpe niña que se enrojecía por cualquier cosa que le dijese.

Aquello me hizo soltar en el aire otra media sonrisa. Verla provocarme sutilmente mientras dormía, me hacía desear lanzármele de nuevo para despertarla a besos y hacerle el amor una vez más con locura; pero mis principios y deberes me incitaban a controlarme. Debía aguantar al menos un par de horas, porque lo habíamos hecho toda la noche sin descansar.

—¿Qué voy a hacer conmigo? —Susurré para mi mismo—. Si te enterases de cuanto te extrañé, me molestarías cada día.

Me acerqué a su rostro y con aquel pensamiento, deposité en su frente un tierno beso de cortesía y obsequio; queriendo hacerme la idea de que realmente era ella y que ciertamente, no desaparecería entre mis dedos al apuntar el día.

Le escuché soltar un quejido al sentir el contacto de mis labios en su cuerpo. Apreté mis puños indecisos. ¿Realmente estaba dormida o me estaba seduciendo sutilmente? Me separé tan solo un poco al sentirla restregarse entre sueños por la cama, con una sonrisa en su rostro.

Pasé saliva con cuidado, alzando una mano hacia mi boca temblorosa. ¡Quería despertarla! ¡Quería volver a tocarla! La miré de arriba a abajo y entonces suspiré. Tenía que dejarla descansar, por bien mía o tal vez para ambos... sino, quien sabe cuando saldríamos de la habitación.

Suspiré lleno de molestia, pero sin darle más vueltas al asunto, caminé hacia los estantes. Debía cambiarme antes de salir.

Con cuidado y sin afán de levantarla, me vestí con rapidez. Tenía la idea de recibirla con una buena cena en la cama; para volver a besarla y seguir con lo que nos habíamos quedado en el alba.

Así que con aquel pensamiento y una sonrisa traviesa, cerré la puerta tras de mí. Solo me separaría de ella unos cuantos minutos y luego... no dejaría que se despidiese de mi cama ni que se cambiase para salir.

Tal vez quienes me conocían me llamarían obsesionado, pero es que en estos dos años de espera, mi manía por ella había crecido aún más de lo que había planeado. Había llegado incluso a soñarla y ansiar ver su sonrisa y rostro sonrojado. 

¿Quién diría que el frío e intolerable Alexander Maximus estuviese tan loco por una mujer?

Bajé las escaleras principales, tan fresco como nunca antes. Una sonrisa arrogante se posaba en mi cuerpo, como si estuviese orgulloso de todo. El Alexander que no había salido de su cuarto desde hacía tantos meses, parecía como si nada le hubiese afectado; como si nada hubiese pasado.

Colores oscurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora