47. Cuatro de la mañana

15.2K 1.2K 102
                                    

—No te atrevas a perder —solté ciertamente molesto antes de dejar de observarla y de separarme realmente cabreado por todo lo que había pasado hasta ahora.

¿Por qué tenía que ser tan rebelde? Pensé en ella sabiendo que, cuando saliéramos de esta, iba a dejarle saber que no podía escaparse de mí aunque lo quisiera.

Seguro la pobre no entendería eso al principio, pero había sido un pequeño detalle que había decidido no contarle. Al hacer nuestro pacto, la primera vez que la había mordido en el callejón, había dejado una huella biológica dentro de ella. Siempre podríamos saber en dónde estábamos... era solo cuestión de enfocarse y sentir un pulso.

Así que no podía estar enojado por siempre.

Terminaríamos con esta estupidez antes de que cantara algún gallo y cuando regresáramos a casa para nuestra boda, entonces ahí le reprocharía todo lo que había hecho. La obligaría a regresarme todo el dolor que me había dado con su cuerpo. ¡Oh, sí! Realmente la quería en mi cama de nuevo y quería mimarla aunque se hubiese portado realmente mal.

Y ahora todo iba a ser peor porque tendría que soportar a mi primo de la misma forma que lo hacía con Mateo. Esto me pasaba por donar sangre a gente que no la merecían y por ser paciente con personas que aunque patéticos, tenían aún el cinismo de burlarse de mí.

¿Desde hace cuando era tan sumiso? ¿Dónde estaba el Alexander Maximus que hacía temblar a todos? Suspiré levemente al ver cómo, quién cojeaba, apuntaba feroz a mi cabeza.

Dejé de sonreírme al saber que con quién verdaderamente estaba colérico no era Nicole, sino más bien con él.

Iba a matar a ese bastardo. Esa criatura asquerosa, lastimada y ridícula, que se había atrevido a ponerle un dedo encima a quién yo inevitablemente amaba.

—¡Al fin! —Gritó de pronto al verme caminar hacia él—. ¿En dónde quieres el hoyo de mi pistola? ¿El pecho? ¿Los brazos? Yo preferiría tu cara...

Levanté una ceja al entender que más que patético, era imbécil. ¿Realmente creía que  podría hacer algo en mi contra? ¡Ah, cierto! Ellos no sabían cuan capaces eran los le-kras. Pobre infeliz.

—Te doy tres segundos para correr —le dije con una increíble ansiedad de sed.

Y vaya que tenía sed. Desde que Nicole me había dejado solo en el pasillo, no había comido y desde que había probado su sangre, sentía una necesidad realmente atemorizante por tomar de ella a todas horas. Era como una manía. Una adicción que me escocía la garganta a cada minuto y por más que mataba animales, aquello no se calmaba. ¿Probar su asquerosa sangre humana me controlaría? Me sonreí del mismo modo en que aquel chico de cabellos castaños y ojos oscuros lo hacía.

¿Quería ponerme serio? Solté una sonrisa más amplia al acercarme a él. ¡Qué tonto era! El chico dejó de sonreírme y, con un gesto molesto, además de apuntarme ferozmente con la pistola, me escupió en la cara.

—¡Trágatelo todo, chupasangre! —gritó el chico antes de comenzar a reír.

Me llevé la mano al rostro y quité los restos de saliva que tenía en el. Le miré molesto y con seriedad. ¿Pero qué mierda se había creído este...? Si él aún creía que no lo iba a matar por nuestro acuerdo, ahora podía darse por muerto. Esto era ya algo personal y no descansaría hasta verlo descuartizado.

El cazavampiro volvió a apuntarme y sin pensarlo mucho, disparó.

Esquivé la bala moviendo mi cuerpo rápido hacía la izquierda. El estúpido no sabía que yo no era como Nicole. Yo tenía años de experiencia siendo un le-kra, así que no sería tan fácil matarme o escapar de mí.

Colores oscurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora