25. Pelea por sangre

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Con el silencio del corredor y mi cuerpo inerte en él, tan solo miré mis manos sin entenderme. ¿Desde cuándo podía desprender aquellas miradas amenazantes? Es decir, nunca me había reñido con nadie. Siempre sumergía el miedo en mis acciones y jamás había defendido mis pensamientos. ¿Qué había pasado entonces? ¿Por qué, el tenerla entre mis manos, me había gustado? El tener poder y ser respetada por ello.

—¡Cálmate, Nicole! —Me reprendí, girando mi cabeza por doquier—. Fue por el golpe solamente. Ella fue la que me provocó.

Sonreí para convencerme. Sí, seguramente mi sangre había hervido justo porque nadie me había atizado antes. Suspiré un largo rato y, mirando mis manos, pude percibir entonces los rasguños de sus uñas en mis brazos. Fue algo sorprendente, porque de las cicatrices de guerra, finas gotas de sangre brotaron con travesura.

Esto de tener disputas con alguien que no conocía y que, para colmo, era la mascota de unos de los vampiros que había intentado comerme, no era del todo agradable. Es más, era innecesario y seguramente me traería muchos problemas mañana.

¿Debería decirle a Alexander lo ocurrido?

Su nombre me recordó sus manos por lo que, sin querer, una sonrisa apareció en mi rostro. Seguramente se enojaría, pero iba a contarle recién regresara a su habitación. Así que, con los ánimos de punta, di la media vuelta.

Caminé tan solo un poco cuando escuché de pronto un sonido. Era increíble que ya me estuviese acostumbrando a este lugar como para olvidar aquello que era tan importante: los inquilinos de ésta casa no eran normales.

Volví a mirar mis manos que emanaban sangre de ellas. Era asombroso que ahora ya no pensara que los vampiros fuesen tan peligrosos. Es decir, los le-kras podían contra ellos. ¿Alexander los mataría si me tocaban o no?

Sonreí mientras, mirando mi piel escarlata, alzaba mis dedos hacia mi boca. A pesar de que mis pensamientos fueran correctos, era obvio que si no me limpiaba atraería problemas insignificantes e inútiles. Por lo que, sin armarme en pánico, llevé aquel líquido a mi lengua. Era divertido que la sangre humana supiera tan extraña. Metálica y dulce.

¿Sería aquella la razón del por qué los vampiros tenían tanta fascinación con nosotros?

—¿También tienes sed?

Bajé mis manos al instante. La voz me advirtió que no estaba sola, por lo que, mirando hacia atrás, tan solo afilé mis defensas.

—Mateo —solté fría y seria—. ¿Qué haces tú aquí?

—Me ha contado lo que le hiciste —siguió hablando, claramente ignorando mi pregunta.

—¿Ya te lo ha dicho? —dije, fijando mi mirada nueva en aquellos ojos rosas que sonreían—. Es triste, pero se lo merecía.

Mateo, el dueño de Sophie, se me acercó sorprendido. No me moví, no temblé, tan solo aguanté la batalla prolija que se llevaba a cabo. Era cautivador saber que aquel chico no encontraba la razón por la cual ya no le temiera como la primera vez y, al decir verdad, yo no estaba tampoco segura de donde obtenía tanto valor.

La única respuesta que encontraba dentro de mí, era el golpe que había recibido por su culpa. Si no hubiera venido a buscarme, su inocente pero torpe mascota no hubiera sido invadida por los celos. Era obvio que si aquello no hubiese pasado, ella no me odiaría tanto.

—Me gustas, Nicole.

Salí de mi trance inexistente, mirándolo indignada por lo que acababa de decir.

—¿De qué rayos hablas? —Le miré confundida—. ¿Qué no piensas en Sophie?

—Ella no importa. —Su voz sonó fría y desinteresada—, solo tengo que matarla y listo.

Colores oscurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora