23. Besos nocturnos

40.5K 2.7K 774
                                    

Los segundos pasaron tan lentamente que me pareció el mismísimo infierno. La oscuridad de mis ojos, el silencio de la habitación, la presión en mi cuerpo y el frió en mis labios. Todo me estaba comiendo viva. ¿Pero qué tonto o no? Sabía que yo lo había empezado, pero ahora pensaba que había actuado tan impulsivamente. Le había besado sin mediar las consecuencias de mis actos.

No me había rechazado, pero aún así, no había hecho nada. Era como si me estuviese analizando mientras estaba ahí, encima de él con los ojos cerrados, esperando a que hiciese algo. 

¿Estaría confundido o burlándose por mis acciones?

Es decir, siempre le contestaba horrible y me mostraba tan fría ante él. No era como si le mostrase a campo abierto lo que recién había descubierto. ¿Sería algo precipitado? ¿Síndrome de Estocolmo, quizás?

Traté de quitarme muerta de vergüenza, pero cuando un escalofrió mío se interpuso entre ambos y nuestros labios se separaron tan solo un poco, el pareció ponerse en marcha.

No pude siquiera abrir los ojos, pero cuando pude sentir sus manos en mi cabello para apegarme de nuevo a su rostro, ya no supe que hacer.

Lanzándome con cuidado,pero cierta rapidez a la cama, simplemente me quedé echa piedra. Ahora, él yacía encima de mí y me besaba con una pasión que podría ahogarme si es que no respiraba correctamente.

No sabía besar, nunca lo había hecho... así que imitarlo, me fue difícil; pero a pesar de que fuese mi primer beso francés, como solía llamarlo Ana, fue extraño saber que aunque aquella lengua jugaba con la mía y aquellos labios ansiaban por arrancar los míos, no estaba molesta. Al contrario, traían sentimientos desconocidos para mí. Era como si la felicidad no le diese permiso a la razón para detenerme. Mi corazón gritaba de locura por haber encontrado el ser que le daba sentido a mi cuerpo incoherente... el que llenaba el vacio que siempre había visto tan negro.

—No uses los dientes. —Se quejó en un susurro al separarse un poco de mí—. No me duele, pero jodes el momento.

Abrí mis ojos un poco, para observar entonces a un Alexander socarrón. No sabía ni qué decir. Me sentí tan abochornada, que me fue difícil siquiera mirarlo. ¿Qué esperaba que hiciera? ¡Esto había sido un error! Me tapé los labios avergonzada de lo que había hecho.

—No te tapes la boca —soltó el pelinegro, divertido—. No seas infantil.

Miré hacía el otro extremo del cuarto. Con sus palabras, ahora no podía siquiera voltear a verlo. ¡Dios mío! ¿En qué pensaba cuando le había besado? Es decir, estas eran las consecuencias, pero no pensaba que fuese a mofar.

—Anda, destápate.

—No. —Titubeé, pero aún así hablé fuerte y claro.

—No seas exagerada.

Tras sus palabras, tomó mis manos. Mi corazón no pudo alterarse más de lo que ya estaba. Empezamos a forcejear, yo para que no viese mi cara torneada por el bochorno y él entretenido por ver mis reacciones; pero yo era una simple humana y él un fuerte vampiro, y lo que tenía que pasar, pasó. Con tan solo aplicar un poco más de fuerza, en un momento de desesperación, me obligó a mostrarle mi rostro rojizo sin protección.

—¿Qué tienes?

—Es que yo... yo no sé hacer... eso.

Alexander rio a carcajadas.

—¿Eso es todo?

—¿Cómo que todo? —Chillé aún sin verle—. Tú... me has besado y, bueno yo...

—Eso ya lo sé, tonta —Suspiró para sí mismo, mientras se sobaba el tabique de la nariz—. Anda, cierra los ojos.

Le miré con cierta desconfianza, pero aún con corte por sus atractivos ojos que me observaban con cierto deseo, volví a voltear mi mirada a la cama.

Colores oscurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora