77 - Hacerlo

5.4K 563 80
                                    

Mi mejor amigo Max se encontraba en mi habitación desarrollando los problemas de matemáticas que el profesor nos había dejado. Estábamos en salones diferentes, pero teníamos el mismo profesor, por eso siempre nos reuníamos en mi habitación para ayudarnos si se nos presentaba alguna dificultad. La concentración de mi mejor amigo era interrumpida por razones que se inventaba. Es que a él no le gustaba ese curso, por eso buscaba excusas para dejar el lápiz y los problemas. Me daba la impresión de que Max lo hacía a propósito para distraerme y ponerme nervioso, porque él me miraba persistentemente mientras yo trataba de desarrollar mis problemas matemáticos.

"Concéntrate", le decía entregándole su lápiz y borrador cada vez que los dejaba de lado. El los recibía con amabilidad, se ponía a resolver otro par de ejercicios y después los volvía a dejar junto a su hoja de problemas.

—Aburrido —dijo poniéndose de pie—, el profesor es un aburrido. Nos complica la vida con tantos problemas y aun somos muy jóvenes.

—Solo te faltan cinco —le dije sin despegar mi vista de mi problema.

Max no se volvió a sentar, más bien caminó hacia mi cama para recostarse un buen rato. Su silencio me incomodó. Por momentos quise voltear para ver lo que estaba haciendo, pero no quería encontrarme con su mirada que me quemaba la espalda y me ponía impaciente.

Afortunadamente escuché el crujir de la cama y sus pasos en la habitación. Volví a agarrar su lápiz y borrador para entregárselos, pero no pude evitar dejarlos caer en la mesa. Él estaba curioseando en mis cajones como siempre solía hacerlo.

Nunca me molestó que Max buscara en mis cajones. Él tenía la costumbre de curiosear entre mis cosas sin problemas. Era como si él esperaba encontrar algo en mi armario, como alguna ropa nueva o no sabía qué, pero mi mejor amigo siempre rebuscaba entre mis pertenecías.

"El terminará de curiosear y luego regresará junto a mí para hacer su tarea.", pensé. Los colores se me subieron al rostro cuando sus manos se posaron en el último cajón de mi armario, por eso no pude evitar querer detenerlo antes de que se volviera a interesar en la tarea.

—Max —lo llamé tratando de mantener mi compostura—, tu tarea...

Max sonrió. Supuse que se había dado cuenta de mi deseo por evitar que viera lo que tenía en ese cajón. Él no le hizo caso a mis palabras, más bien le prestó mayor atención a ese cajón.

— ¿Ocultas algo de mí? —me preguntó mirando el contenido del cajón.

En ese momento quise morirme de la vergüenza cuando lo vi agarrando una tira de preservativos con sus dedos, como si fuera a contaminarse. Su rostro mostró sorpresa, e imaginé que trató de entender qué hacían esos preservativos en mi armario.

— ¡Fue papá! —dije rápidamente antes de que Max empezará a hacer comentarios inapropiados—. Fue papá, el me los dio, papá me dijo que los guarde, por eso los tengo.

—Entonces los tienes para tus citas con Cristal, ¿verdad?

—No —respondí acercándome a él para quitarle la tira de preservativos y dejarlos en el cajón. No me sentía nada cómodo mirando a Max con esa tira en sus manos, el cual había sacado de mis pertenecías.

Papá me dio esa tira de preservativos para prever consecuencias graves, como él dijo. Las chicas se podían embarazar, por eso me los dio, porque él no quería eso. Seguro imagino que quedaría como un mal padre si su único hijo adolescente le llevaba una chica con dos meses de embarazo.

Lo primero que hice al llegar a mi habitación, luego de que papá me los diera, fue dejar la tira en el último de mis cajones. Después de cerrar el cajón, me olvide completamente de esa tira. En ese momento, cuando Max se fijó en ese último cajón, recordé su contenido. Me arrepentí de no haberlos tirado cuando papá me lo dio.

— ¿Ya te acostaste con ella? —me preguntó mirándome atentamente.

—No...

—Y por qué no. Cristal seguro espera eso, ¿verdad? No me hubiera sorprendido que me dijeras que sí lo hicieron, porque la mayoría de mi salón ya se acostaron con sus enamoradas y supongo que en tu salón también.

—Te dije que no, Max. No quiero que pienses mal de Cristal porque ella es buena y no una mala chica.

—Cómo si fuera un pecado —dijo Max sentándose en mi cama.

—Lo sé, pero ahora no estoy pensando en esos temas porque es muy pronto para nosotros. Aún estamos creciendo, pero cuando seamos adultos seguro que pasará.

—No creo que sea divertido hacerlo cuando seamos ancianos. No sé si sepas, pero Fabián y su enamorada lo hicieron cuando estaban en tercero. Supongo que Fabián no te dijo nada — dijo al ver mi rostro sorprendido—. Es que él considera que eres muy reservado, por eso no te cuenta esos temas, pero sí, lo hicieron y eran muy jóvenes.

En serio me sorprendí mucho porque Noche era una chica muy dulce. Nunca imaginé que ellos dos habían actuado como adultos. Supuse que en verdad todos estaban yendo muy rápido, pero después imaginé que quizá yo era el que estaba yendo muy lento, porque papá me había dado esos preservativos como empujándome, aunque mamá me dijo que papá actuó mal en dármelos. Si era el que se estaba quedando atrás, como solían recordarme algunos, entonces...

—Tú ya... —le dije interrumpiendo a mi amigo.

—Tú qué crees.

Miré la mesa con nuestros cuadernos, lápices, borradores y todas las hojas boom con nuestros problemas matemáticos resueltos. Busqué en ellos una manera de rehuir de las extrañas sensaciones que empezaron a surgir en mi interior. Ya no quise continuar. No era un tema que quería hablar con mi mejor amigo, no sabía por qué, pero me incomodaba mucho.

—Tenemos que hacer la tarea de matemáticas —le dije sentándome.

Max también se sentó. El agarró su lápiz, pero no sus hojas con los problemas. Empezó a trazar en la hoja boom graciosas figuras de un hombre, una mujer y dos niños junto a un perro y a un gato.

—Algún día nos casaremos —dijo —, tendremos hijos, y estos temas de ahora serán recuerdos poco vergonzosos para nosotros. Los que tienen hijos lo han hecho, te das cuenta, nuestros padres...

— ¡Max! —le reproché mostrándole la hoja con los problemas matemáticos.

— Quizá no podremos tener hijos —dijo tachando a los niños del papel—, pero podemos casarnos y hacer...

Max no terminó de decir lo que pensaba porque le estampé en su rostro la hoja de los ejercicios que le faltaba resolver.

Max se fue a su casa cuando terminamos de resolver todos los ejercicios. A penas cruzó la puerta de mi casa, regresé a mi habitación con la intensión de ir a ese cajón, sacar los preservativos y tirarlos al fondo del tacho de la basura. Estaba seguro de que si no lo hacía, Max sería capaz de sacarlos para molestarme con el tema nuevamente. Para mi sorpresa, cuando me fijé, ya no estaban.

AUN SIEMPRE SERAS TÚ |1RA PARTE|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora