34 - Curiosidad

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Hasta entonces, desde que mi mejor amigo Max comenzó a salir con su primera enamorada, nunca me había entrometido en sus relaciones amorosas, pero me molesté mucho cuando lo vi junto a la profesora practicante en una extraña, pero inconfundible situación de amor, mucho después de que sonara el timbre de la salida.

Cómo era posible que una docente, quien tendría a cargo a muchos jóvenes en su carrera profesional, pudiera estar en plan romántico con un menor de edad. Mi amigo era un adolescente de catorce años y ella una universitaria de veintidós, quien cursaba su último año de estudios y estaba a puertas de ser una profesora.

No era de extrañar que una mujer mayor sin ética pusiera sus ojos sobre Max, porque él era muy apuesto, alto y popular entre las chicas, pero era demasiado para mi aceptar el atrevimiento de esa joven docente. Era muy mayor, pero atractiva, como decían muchos compañeros. Ella era la practicante más guapa de ese año, por eso debió sentirse muy confiada al coquetearle tan descaradamente.

Ella tenía cierta afinidad pegajosa por Max mucho antes de descubrirlos: Le pedía favores para que le ayudara con sus tareas, para pasar las notas a su registro, para que le ayudara a repartir las prácticas y los cuadernos después de revisarlos. Los rumores volaban en las aulas: "La profesora guapa y Max se llevan muy bien. Seguro quieren algo". Solo eran rumores que se convertían en comentarios de broma, ya que era peligroso, pues podían poner en aprietos a la profesora.

Max había salido con chicas mayores de un grado a dos grados superiores, pero solo eso, nada más. La mayor diferencia hasta entonces habían sido dos años, los cuales apenas se notaban cuando Max caminaba tomado de las manos de su noviecita. La profesora tenía más años de diferencia, pero a pesar de ser muy guapa, se notaba en su rostro los veintidós años que tenía encima.

La profesora trató de mantener la calma cuando los descubrí, como si nada hubiera pasado. Ella sabía que yo era el mejor amigo de Max y que siempre estaba a su lado. Quizá por eso pensó que le iba a encubrir su jueguito o que lo iba a felicitar por haber seducido a una profesora guapa y mayor. Algunos chicos festejaban cuando tenían en sus manos una mayorcita que les permitía hacer de todo por la experiencia que tenían en el amor, por eso debió sentirse más confiada.

La profesora se acercó a su escritorio para recoger sus papeles como si nada hubiera sucedido. Ella continuó fingiendo ser la más dedicada de los profesores.

—Tomé fotografías —dije dejándola helada.

—Qué dice joven.

—Le tomé fotografías mientras usted ponía sus manos sobre un menor de edad, señorita profesora.

Ella no dijo nada. Permaneció muy quieta por un breve momento, pero al instante, continuó acomodando las prácticas que tenía sobre la mesa. Max se apoyó en una de las carpetas más cercanas del pupitre y se quedó quieto con los brazos cruzados, mirándome como enfrentaba a la profesora. Ella se dirigió a mí muy seria luego de estar lista para irse.

—Jovencito, retírese a su casa y no amenace a un profesor con ideas suyas. Retírese, o mandaré a llamar a sus padres.

—No me voy a ir. Debería darle vergüenza de lo que hace. Si no se va de este colegio le voy a decir a la directora que usted no sirve como profesora.

El semblante de la profesora cambió repentinamente. En un principio se notaba que ella trataba de mantener la tranquilidad, pero ya no pudo hacerlo luego de mis palabras tan serias.

Las únicas voces que resonaban en el salón eran las nuestras, porque Max siguió en silencio como si nada pasaba. La tranquilidad de mi amigo devió alterarle los nervios a la profesora, ya que ella lo miraba como esperando que dijera algo en su defensa o que hiciera algo. Quizá tenía la esperanza de que Max se fuera encima de mí, me quitara el celular y junto a ella desaparecerme e irse a otro país para amarse por siempre. Él no dijo ni hizo nada.

—Entiendo —dijo la profesora.

Ella se fue con las mejillas rojas por la presión que le había puesto al imponerle que renunciara a sus prácticas en el colegio donde estudiábamos. Después de su salida, miré a mi amigo y recobré la conciencia.

—Lo siento —no pude mirar los ojos de Max.

Había hecho algo imprudente. Quizá Max había planeado tener una aventura con ella, quizá él había estado en plan de seductor y no la profesora, pero inmediatamente pensé que no podía ser posible. Cuando los descubrí, ella no se veía como la víctima, más bien la vi muy complacida y pegada al cuerpo de mi amigo con cara de satisfacción. De todas maneras no sabía si mi amigo quería algo con ella, pero por ese comportamiento al lado de la profesora cuando los encontré, me pareció que iba por buen camino con la docente.

Mis manos empezaron a sudar frio. Había amenazado a la maestra y había echado a perder el plan de mi amigo. Yo no era de las personas que actuaban tan imprudentemente sin pensar en nada. Mi mente se había puesto en blanco al encontrarlos en plan cariñoso, y al instante la estaba amenazando sin ni siquiera percatarme de mi comportamiento.

—Lo siento —volví a repetir—. Tú querías algo con ella, ¿Verdad? Lo eché a perder, lo siento.

—Caramel no ha hecho nada que me moleste, además, ella era muy mayor.

—Pero tú y ella...

—Solo quería ver hasta cuanto podíamos llegar, nada más, simple curiosidad.

Al salir, aún me sentía un poco apenado, pero Max estaba de lo más tranquilo. Él me pidió que le mostrara las fotos con las que había amenazado a la profesora, ya que quería saber qué tal se veía junto a una chica muy mayor. Esas fotos nunca existieron, así que se tuvo que conformarse con la verdad.

Al pasar una semana, Max me contó en la salida del colegio que la profesora se despidió de sus alumnos en su salón, y al regresar los cuadernos después de revisar las tareas de su última clase, Max encontró un pequeño papel con un número telefónico el cual me dio. Lo hice pedacitos a penas lo tuve en mis manos, e inmediatamente después, le ofrecí disculpas, pues no sabía si él estaba pensando llamar a la profesora.

—Tranquilo, no te crees problemas —me dijo—. Ya me memoricé el número.

—Haz lo que quieras —le dije sin mirarlo.

Max revoloteo mis cabellos con una bonita sonrisa, mientras a lo lejos la profesora practicante se alejaba mirándonos muy acusadoramente. Ella se alejó junto a unos jóvenes docentes, quienes probablemente la acompañaban para despedirla de manera apropiada. No me importaba, porque lo único que quería era no volver a ver a esa maestra practicante cerca de Max.

AUN SIEMPRE SERAS TÚ |1RA PARTE|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora