AUN SIEMPRE SERAS TÚ |1RA PARTE|

5 - Un Día me Sentí muy Mal

Un día me sentí muy mal. Estaba en pleno recreo cuando de pronto perdí la conciencia. Al despertar me di cuenta que me encontraba recostado en la camilla de la enfermería. Me sentí muy incómodo. No estaba en mis planes desmayarme como una damisela frágil delante de todos mis compañeros de clases, y peor aún, en pleno recreo. Lo último que recordaba era que había estado conversando con Max, y de la nada, sentí que mis piernas no me podían sostener. Poco tiempo después estaba en la enfermería con un cansancio inexplicable.

— ¿Estás bien?—escuché una voz a mi lado.

No me había dado cuenta que Max se encontraba sentado a mi lado. Él tenía un lapicero en sus manos. Max solía juguetear con un lapicero para tranquilizarse un poco cuando se ponía nervioso, incluso a veces lo mordía. Siempre lo hacía, pero pocas veces, porque casi nunca le daban ataques de nervios. Solo yo pude darme cuenta de esa pequeña manía porque era su mejor amigo.

Max no dejaba de jugar con ese lapicero.

—Dame el lapicero —Le extendí la mano para que me lo diera.

— ¿Te sientes mal? ¿Sientes algo? —me dijo poniendo su mano en mi frente.

—Deja de jugar con el lapicero. Dámelo —Insistí.

Max guardó el lapicero en su mochila, el cual había estado en el suelo, y se lo puso en la espalda. No era la única mochila en sus manos. Max también tenía mi mochila a su lado.

—Vámonos, te llevaré a casa —dijo.

— ¿Qué?

—El tutor dio la orden para que vayas a casa. No te puedes ir solo en ese estado, por eso te acompañaré, me dieron permiso para hacerlo.

El malestar se me había pasado. Creí que ya no era necesario regresar a casa, pero Max no permitió que volviera a clases. Él quería asegurarse de regresarme a casa para que descanse el resto del día. Mi amigo solía ponerse paranoico en cuanto a la salud.

Hasta ese entonces nunca había estado en la enfermería del colegio, y Max tampoco. Me puse a pensar: Si Max hubiera sido el enfermo, seguramente yo habría estado esperando muy preocupado junto a su camilla.

Max se mantuvo en silencio mientras caminábamos a casa. Su silencio me puso muy nervioso. No era como si me hubiese estado muriendo como para que exagerase de esa manera.

—Max, te conozco, deja de comportarte de esa manera— mi amigo me miró con sus intimidantes ojos azules—. Solo fue un desmayo, nada más. Ahora estoy bien, no te preocupes.

—Lamento ser una molestia, pero solo porque ahora te encuentras caminando como si nada, no harás que me olvide lo que pasó en el colegio. No sabes lo mal que estabas.

—Pero ahora estoy bien, Max.

—Eso tendrá que decirlo el Doctor. Tendrás que hacer todo lo que te diga, porque no quiero que te desmayes nunca más.

—Odio los hospitales, no quiero — dije desanimado.

—No puedo estar tranquilo cuando pienso que te puede pasar algo, Caramel —dijo seriamente poniéndose frente a mí.

Todo era tan extraño, pero me puso muy feliz saber que se preocupaba mucho por mí. Max no volvió a decir nada hasta que llegamos a casa. Le contó todo el incidente a mi madre para que me separara una cita en el hospital. Yo siempre odié los hospitales, pero recorrí medio hospital con tal de ver tranquilo a Max. Al final mi aventura en el hospital concluyó con un diagnóstico nada alarmante.

Durante todo ese tiempo Max no me dejó de preguntarme sobre cada visita que le hacía doctor. Lo mejor de todo fue decirle que no tenía nada de importancia, y que con un corto tratamiento, mis malestares se iban a esfumar. Desde ese día su sonrisa volvió a ser tan radiante como siempre, de esas que deslumbraban a las chicas... y a mí.

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