53 - Lo que quiere

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Cristal era una chica muy hábil. Ella tenía una gran flexibilidad en los brazos y piernas. Frecuentemente sorprendía a los chicos del colegio cuando daba unos saltos increíbles en la clase de educación física. Ella era fantástica. Yo me esforzaba por respetarla, quererla y darle su lugar como mi enamorada porque ella me quería y merecía lo mejor de todo.

—Ten cuidado, te puedes caer —le dije cuando se fue a parar en el espaldar de una de las bancas del parque.

Habíamos salido a caminar en el parque cerca de nuestras casas. Teníamos la tarde libre de tareas, por eso había decidido llamarla para pasar un rato juntos como enamorados. Consideraba que tenía que darle mi tiempo a Cristal, ya que era necesario para demostrarle que la quería mucho y que me esforzaba por sacar adelante lo que teníamos.

—No me voy a caer, ya verás, esto es fácil.

—Ven —le dije tendiéndole la mano.

Cristal me miró pensativa por un breve momento. Me preocupé porque quizá no le había gustado que le tendiera la mano para ayudarle a bajar. Ella no soportaba que la trataran como si fuera débil e incapaz de hacer cosas que hacían los chicos. El comportamiento delicado de las niñas, tan débiles, dependientes de los chicos; eran actitudes que ella despreciaba. Pese a todo, Cristal dejó que le ayudara a bajar.

Ambos nos fuimos al árbol más cercano para sentarnos bajo su sombra. El día era caluroso, tanto que quemaba, pero a mí me gustaba la luz del sol porque alegraba el día de los dos.

—Eres muy hábil con los ejercicios ¿Acaso soñabas con ser campeona olímpica? —le pregunté.

—Cuando estaba en primaria me gustaba ver las competencias olímpicas en la televisión. Me parecía genial, por eso siempre me ponía a practicar con mis hermanas en nuestro tiempo libre.

— ¿Entonces dejarás todo para seguir tus sueños?

—No, no, no quiero. Eso era cuando estaba en primaria. Ahora es solo un pasatiempo divertido, ya que actualmente solo pienso en una cosa.

— ¿En serio? ¿Qué cosa?

—Ahora yo... —ella se puso a reír.

—Qué pasa.

—Nada, es que solo quisiera quedarme en casa a esperar a mi esposo, servirle la cena y después ir a ver una película en el televisor de nuestra sala junto a nuestro hijo. Lo que quiero decir es que me gustaría tener una familia muy bonita para cuidar de ella las veinticuatro horas del día, estar pendiente de todo, como lo hace tu madre. Ella ama mucho a tu padre y también a ti. Las veces que he ido a tu casa siempre la he visto haciendo los deberes del hogar con mucho cariño, además, ella sabe cocinar muy bien. Le diré que me enseñe. Yo no soy buena en la cocina, soy todo un desastre.

—Pensé que querías seguir la universidad. Me has sorprendido.

Ella se puso de pie, se sacudió la falda para desprenderse las hojitas que se habían pegado en su ropa y se volteó para verme. Yo aún seguía sentado.

—Te quiero, es todo lo que necesito para ser feliz.

—En tu casa se van a enojar si se enteran que no quieres ir a la universidad.

—Seguro, aunque no creo que mamá se moleste cuando le diga que quiero estudiar cocina y repostería. Ella dice que una mujer tiene que saber cocinar para no perder al esposo.

—Papá siempre se ve feliz cuando come la comida de mi mamá.

—Es que al hombre se le enamora por el estómago.

La mayoría de las chicas pensaba eso, que los chicos caían ante las manos maravillosas de las chicas que sabían cocinar. A mi mejor amigo Max se le veía feliz cuando comía, y más cuando comía la comida de mi madre. Él decía que le encantaba su sazón. Parecía que se le podía comprar la sonrisa con la comida, pero no siempre sonreía frente a dulces deliciosos. Una chica del curso de repostería siempre le regalaba a Max los postres que preparaba. Estos eran riquísimos, pero a pesar de eso, Max me los regalaba.

Cristal se volvió a subir en el espaldar de la banca y comenzó a caminar hábilmente de esquina a esquina sin tambalear.

—De todas maneras yo voy a mandar en la casa, eso sí —dijo.

—Eres muy joven para pensar en una familia.

—Lo sé, pero lo pensé y ya está. Déjame ser feliz como una lombriz.

Ella se detuvo después de hacer el mismo recorrido varias veces en el espaldar de la banca. Sus labios dibujaron una bonita sonrisa en su rostro y luego me extendió su mano.

Cristal era una chica pura, amable, muy buena. Ella tenía sueños sinceros que cumplir a pesar de su corta edad y de ser solo una adolescente. Le deseé lo mejor cuando escuché sus planes para el futuro porque ella merecía cumplirlos. Cristal merecía ser feliz.

AUN SIEMPRE SERAS TÚ |1RA PARTE|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora