Plan B.

883 68 8
                                    

Benjamin Prestón había aprendido a no esperar nada de las personas. Había arriesgado mucho al hacer ese viaje a pedir un simple favor, y que Vanessa se hubiese negado fue un recordatorio para él. No debía detenerse por un contratiempo, pues el espíritu de la venganza - o lo que fuese- le quemaba el pecho.

La chica tenía la razón, él deseaba matarlos a todos de las formas más brutales posibles, torturándolos, haciéndoles pagar por lo que le hicieron a él y a sus amigos. Ninguno se merecía la muerte, todos estaban a punto de graduarse y su futuro se vio arrancado de raíz. Eso era lo que más le dolía a Benjamin. El pensar que no volvería a ver a ninguno de ellos le daba un pesar inmenso.

Benjamin no solía llorar, es más, si alguna vez lloró sería por el dolor puramente físico, más no emocional. En lo que a sentimientos se refería, ese chico parecía no tener ninguno. Pero todos se equivocaban, incluso hasta él mismo. Claro que tenía sentimientos. De no ser porque pensaba al noviazgo como un título inservible, le habría pedido a Yvaine que se casara con él...

'Ok, basta de dramas. Debo volver a Nueva York antes del amanecer' pensó, y al instante, sólo tomó el dinero y su identificación de sus maletas, tiró la ropa a un bote de basura y corrió a toda velocidad. Las luces de los autos se borraban ante lo rápido que podía correr Benjamin, y en menos de quince minutos ya estuvo en el aeropuerto.

Quizás podría correr hasta Nueva York, pero eso le quitaría mucho tiempo y tal vez le provocaría sed de sangre, algo a lo que no estaba familiarizado aún, a pesar de que ese líquido le resultara delicioso. Consiguió un vuelo a las dos de la mañana que llegaría a su destino media hora después, lo que le pareció magnífico. Pagó en efectivo, pues antes de partir sacó una gran cantidad de dinero del banco, destrozando el cajero automático no sin antes hacer lo mismo con la cámara de seguridad. Ni loco usaría la tarjeta, eso significaría que su padre lograría encontrarlo.

Un momento, él estaba legalmente muerto. Seguramente su padre le habría bloqueado la tarjeta, la cuenta, la vida. Tal como hizo diez años atrás, cuando sucedió eso de lo que Benjamin no quería hablar jamás. Él se había desligado de su familia biológica, ni siquiera sabía si su padre seguía viviendo en Nueva York, y la verdad no le importaba.

Mientras esperaba pacientemente en un banco del aeropuerto, se dio cuenta que la garganta le ardía nuevamente. Era hora de alimentarse. Se puso de pie y caminó hacia afuera, donde la madrugada de verano en Boston era bastante fresca. Fue cuando vio a la que sería su cena. Una chica que parecía estar esperando a alguien impacientemente. Cada tanto miraba hacia ambos lados de la calle, haciendo que sus rizos color cobre vibraran con la luz fluorescente de las lámparas.

Era una chica linda, ciertamente, y su aroma era exquisito, fresco, joven. Caminó con naturalidad hacia la chica y le tocó un hombro con el dedo. La chicase dio la vuelta y lo miró con cierta desconfianza.

-¿Puedo ayudarte?- la voz de la chica era clara y seria.

-No, disculpa. La confundí con otra persona.- dijo Benjamin, caminando de regreso al interior del aeropuerto. De pronto comenzó a desear poder controlar a la mujer con la mirada, tal como había hecho Vanessa con la chica gótica. La verdad, aunque él lo había hecho una vez, no tenía idea de como había ocurrido. Habían tantas cosas acerca de los vampiros que él necesitaba saber, y la imbécil de Vanessa se había negado.

-Hey, espera.- dijo la voz de la chica, y Benjamin se detuvo en seco, para luego darse la vuelta.

-¿Si?-

-Creo que te conozco de algún lado. ¿Vas a la universidad?- preguntó la chica, mostrando una ligera mueca de curiosidad. Sus ojos grises eran muy brillantes, y le daban un aire de inteligencia.

Seguramente que lo reconocía. Si la noticia de la masacre en la residencia estudiantil aún estaba de moda, las fotos impresas en todos los periódicos de él y sus amigos serían un buen punto para reconocerlo.

-No creo.- dijo, y se dio la vuelta para alejarse de ella y de su olor, que cada vez más se impregnaba en la hambrienta garganta de Benjamin. Se había arrepentido de hacerle daño a la chica, algo que le pareció lo más extraño del mundo. Volvió a sentarse en el mismo banco, y volvió a su espera, rezando porque el hambre aguantara una hora más hasta llegar a Nueva York.

El vuelo fue más o menos inquieto. Con el ardor que cada vez se incrementaba, los pasajeros del avión se convertían en posibles víctimas. Al llegar a su ciudad, lo primero que hizo fue pensar en acabar con la terrible sensación. Eran las cuatro de la madrugada, pero Nueva York no parecía descansar. Era una ciudad perfecta para los vampiros como él. Se metió en un oscuro callejón, y comenzó a caminar tranquilamente. Sabía que en cualquier momento, algún ladronzuelo vendría a querer robarlo. La ciudad y el crimen se llevaban de la mano.

En efecto, a los pocos minutos de caminar, dos hombres salieron y le taparon el paso.

-¿A dónde vas a esta hora, jovencito? ¿No deberías estar en casa con mamá y papá?- dijo un hombre calvo y gordo, haciendole señas a su compañero, un tipo delgado y con la cara medio torcida que a Benjamin le pareció producto de una parálisis facial.

Ya, era momento de acabar con ellos. Con toda la velocidad y fuerza que ese vampiro novato poseía, logró dominarlos con suma facilidad, para luego hundir sus dientes en los cuellos de los hombres y desangrarlos hasta que sus corazones comenzaron a debilitarse. Los dejó tirados en la calle, tal como hizo con la primera persona que le sirvió de alimento.

Mientras se alejaba, le causó gracia que parecía ser una especie de súper héroe, bebiendo sangre de los ladrones, y esbozó una mueca, o lo que él consideraba una sonrisa. Estaba por salir del callejón, cuando con su visión mejorada en un mil por mil distinguió una página de prensa tirada en el suelo. Tal vez fue el destino o la casualidad, cosas en las que Benjamin no creía, pero lo tomó y se dio cuenta que era de hace tres días, donde se mostraba la noticia en primera plana acerca del caso de los seis; su caso.

Se fijó en el nombre del detective que atendió su caso, y una idea cruzó su cabeza, haciendole crear el plan b. Si Vanessa no lo ayudaba, el detective Samuel Moore sí lo haría, pero esta vez, a encontrar a aquellos malditos asesinos. Aunque no confiaba en los policías, Benjamin no tuvo más opción que convertir a ese detective en un aliado.

Vrykolakas: La Venganza.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora