Memoria.

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A pesar de que había visto pasar como por arte de magia una película en reversa sobre su vida, ese había sido el único detalle que había sido saltado. Benjamin Preston estaba sorprendido por lo que acababa de descubrir. Todo encajaba, todo tenía sentido, aunque fuera la cosa más irreal del universo. En toda su vida no había creído que los vampiros existían, y menos que ahora él era uno de ellos. Su personalidad completamente lógica y racional le habían impedido ver más allá, un mundo donde eso fuera posible. Además, estaba su formación médica. Durante años, Benjamin Preston había sido consciente de que no había algún poder sobrenatural o alguna magia que impidiera la muerte de las personas. De haber sido así, no habría visto morir a docenas de pacientes en el hospital en donde hacía rondas nocturnas de vez en cuando, durante sus últimos años de estudio.

Pero todos esos pensamientos, todas esas ideas se desvanecieron en el mismo instante en el que Benjamin abrió los ojos y se vio en aquel ataúd, su tumba. Nunca se había sorprendido por algo, pero esto era completamente diferente a todo lo que él había visto en su vida.

De repente, había recordado que él sabía de la existencia de los vampiros, muchos años antes de conocer al resto de sus compañeros, justo después de que sucediera aquel evento del que Benjamin prefería no hablar. La razón por la que había estudiado medicina.

Cuando tenía quince años, Benjamin Preston se había ido a vivir a Boston durante una temporada en casa de la hermana de su madre, una señora de unos cuarenta años y cabello marrón. La tía Gladys era delgada y de aspecto severo. La verdad, a Benjamin no le agradaba mucho el hecho de irse a vivir con ella y con su esposo, un hombre robusto y rubio que en la familia Preston no tenía buena fama; pero después de haber vivido aquel infierno que no mencionaba nunca, pasar varios meses con los tíos menos queridos no parecía una mala idea.

Benjamin Preston nunca sintió apego por su familia política. Sus tíos y primos no le agradaban del todo. Los hermanos del señor Preston solían decirle que Benjamin debía ser internado en un psiquiátrico, porque su actitud violenta y desdeñosa no era normal, y sus primos lo tildaban de raro y se metían mucho con él. Incluso hasta el propio hermano mayor de Benjamin, Alexander, se unía a las burlas, lo que provocó que el chico tampoco tuviera ese tipo de vínculo entre hermanos. Nunca se iban juntos al colegio, ni tampoco volvían a casa juntos. Casi no se hablaban, a menos que fuera estrictamente necesario. Luego de que ocurriera el desastre, como él solía llamar a esa época tormentosa, Alexander se fue a vivir a Londres, o a algún otro lugar lejos de Nueva York que Benjamin no tuvo jamás el interés de preguntar. El chico, en cambio, se fue a Boston.

Su estancia en ese lugar, a pesar de las actitudes poco amables de su tía Gladys, no fue tan mala. Joseph, el esposo de ella, lo trataba bien. Solía comprarle bocadillos cuando su tía decidía encerrarlo en su habitación por nimiedades como no bajar la tapa del inodoro, o no querer ir a la iglesia el domingo. El 'Tìo Joe', como él mismo le había dicho a Benjamin que lo llamara, era muy agradable, tal vez en exceso.

Una noche de muchas en las que la tía Gladys iba al club de lectura en casa de alguna de sus amigas, Benjamin y el tío Joe se habían quedado en casa. Benjamin estaba viendo tv cuando se quedó dormido en el sofá de la sala. Al cabo de un buen rato, sintió un peso sobre él, un peso que  comenzó a asfixiarlo, hasta que finalmente se despertó. El 'tío Joe' estaba sobre él, desnudo, restregándose mientras le quitaba los pantalones a Benjamin. 

El chico quedó paralizado. El esposo de su tía había aprovechado la soledad de la casa para desnudarse y tratar de abusar sexualmente de Benjamin mientras él dormía. El rubio logró deshacerse de los pantalones del chico, cuando recibió una fuerte patada en la cara. Benjamin Preston había salido de su asombro, para defenderse con todo lo que tenía.

Vrykolakas: La Venganza.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora