Ataque.

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El cielo de la tarde se despedía mientras le daba la bienvenida a la luna creciente que se posaba sobre la ciudad de Nueva York, cuando por fin terminó el último seminario de medicina para los alumnos del último semestre. Habían estado ocupados charlando sobre las posibilidades que poseían varios del grupo de conseguir un puesto en el laboratorio de investigaciones de la Universidad de Columbia, un honor para el que supiera lo que significaba.

Entre ese selecto grupo, se encontraba Benjamin Preston. Desde que había comenzado sus estudios jamás había repetido una sola materia, ni mucho menos tener una calificación que no fuera la máxima. Porque ese chico de mediana estatura y peinado a la antigua no era tan normal, y él estaba al tanto de ello.

Desde que era niño, Benjamin siempre se diferenció de los demás por permanecer en silencio todo el día. Los compañeros de la escuela lo tildaban de 'raro' por no sonreír ni compartir en los juegos que realizaban. Sus maestras se habían rendido al intentar que participara, pues una vez una de las más jóvenes lo había tomado del brazo, obligándolo a que jugara en la caja de arena, y el pequeño Benjamin le mordió la mano, hundiendo sus dientes violentamente en la carne hasta rasguñarla un poco.

Cuando lo llevaron a la dirección de la primaria, le explicaron que estaba mal morder a los mayores, y al preguntarle que si había entendido, él no les respondió, es más, ni siquiera parecía haber prestado atención a lo que la directora le estaba diciendo. Lo dejaron pasar esta vez, diciendo que el niño aún era muy pequeño como para estar en quinto grado -tenía ocho años cuando el resto de los niños estaba a punto de cumplir diez-. Unos tres meses después, durante el almuerzo, un niñito considerablemente más grande que él le había quitado la mitad del sandwich con queso que su madre le había metido en la lonchera, provocando que Benjamin gritara y pataleara como loco, y luego saltara sobre el niño para hacerlo caer. Cuando lo logró, hizo falta la ayuda de dos maestras para separar a Benjamin del otro niño, que había quedado en el suelo adolorido por la paliza que ese chiquillo le había propinado.

Esta vez, la directora de la primaria se vio obligada a llamar a los padres de Benjamin Preston y a los del otro niño, llamado Gilbert Gilberts, un nombre que, según Benjamin, sonaba ridículo. Los padres de Benjamin, los señores Evan y Hannah Preston, formaban parte de la élite neoyorkina, como accionistas mayoritarios de una clínica en la parte alta de la ciudad. Evan Preston era físicamente igual a su hijo, delgado, de cabello negro y algo ondulado y de pómulos pronunciados, con la diferencia de que los ojos de Evan Preston no eran negros como los de su hijo, sino de un azul verdoso. Su madre en cambio, poseía la misma mirada fría y oscura que Benjamin, pero si se miraba otra parte de su rostro, se podía observar la delicadeza y calidez que emanaba. Hannah Preston era castaña, de rasgos finos y nariz respingada. Ambos vestían como si acabaran de llegar a una fiesta elegante.

Hannah y Evan Preston se disculparon con los padres del niño lastimado, no sin antes sorprenderse un poco por la contextura mucho mayor que la de su hijo.

-¿Cómo Benny pudo hacerle eso a un niño tan grande como ese?- preguntó Hannah Preston a su esposo en el oído, una vez que ingresaron a la oficina de la directora. En uno de los banquitos diseñado para que los niños se sentaran, estaba Benjamin, con los brazos a ambos lados del cuerpo y una cara inexpresiva, viéndose ligeramente intimidante.

Los señores Preston sabían muy bien que su hijo no era de los más sonrientes y alegres del mundo, y conocían el carácter que presentaba su hijo cuando se le obligaba a hacer algo que él no quería o cuando se le molestaba. Hannah Preston recordó una vez en la que obligó a recoger los juguetes del suelo a su hijo, y este la miró con esos ojos oscuros e inexpresivos, y con voz clara y decidida dijo 'no'.

La directora les contó a los padres de Benjamin, con él ahí presente, su conducta en los últimos tres meses. María Pérez, la directora, con cada 'anécdota' que poseía de Benjamin entornaba sus ojos saltones y cafés hacia el lugar en donde se hallaba el niño. Él sabía que la vieja directora hacía eso para ver si él argumentaba en su contra, pero no le iba a dar la satisfacción, así que se mantuvo inmóvil en la silla hasta que los señores Preston acordaron sacarlo de la primaria y re-integrarlo cuando estuviera más grande, esperando un cambio en su actitud.

Vrykolakas: La Venganza.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora