Regreso.

1K 65 2
                                    

Benjamin Preston supo cual era el primer lugar a dónde debía ir si quería hacerse pasar por un humano normal, pues que las personas de la ciudad vieran a un hombre con un traje lleno de tierra, descalzo y tan pálido que parecía muerto no era buena idea, así que el chico permaneció en la oscuridad, ocultándose de todos.

Con la fuerza adquirida por la sangre del portero del club de mala muerte en Brooklyn, podía correr incluso más rápido que antes, cuando se hallaba en el cementerio. Subió un edificio con suma facilidad, trepándose a través de una pared completamente lisa, pero que para él poseía pequeñas grietas suficientes para sostenerse con las uñas. La nueva visión que tenía le hacía darse cuenta de detalles que jamás algún ojo humano podría fijarse. Cada nuevo descubrimiento que hizo durante aquella noche fue como haber nacido de nuevo, y Benjamin estaba claramente sorprendido.

Sus ojos, siempre con los párpados semicaídos por la perenne monotonía y sobriedad característica de el chico, estaban bastante abiertos. De no ser porque ahora era un ser inmortal, si alguien que lo conociera lo hubiera visto caminar por la calle, no lo habría reconocido.

Antes de poder comenzar con cualquier cosa, fue directo hasta aquel lugar, a la preciosa casa de campo en medio de la ciudad, el sitio en el que él y sus amigos fueron torturados y golpeados hasta la muerte.

Se detuvo ante la reja de metal forjado y oscuro, dudando seriamente si debía entrar a esa casa. Y era bastante extraño que Benjamin Preston se arrepintiera de algo, pues él jamás lo había hecho. Bueno, tal vez había solo una cosa que debió hacer mucho tiempo atrás, cuando en vez de enfrentar lo que sucedía, huyó para siempre, desapareciendose del mundo. Era curioso que, después de cuatro días muerto, ahora que revivía siendo un vampiro aún ese recuerdo de su vida humana lo persiguiera, haciendole estremecer.

Posó una mano sobre el hierro de la reja, y con un leve empujón, la abrió. Puso un pie dentro del pulcro jardín, uno que Troy Street solía podar constantemente mientras se exhibía frente a las vecinas. Ese chico era un completo idiota en todos los aspectos, pero la verdad era buen estudiante. Su familia ítaloamericana le había inculcado buenos valores académicos, y cuando venían de visita desde Cincinnati, hacían siempre alarde de lo orgullosos que estaban porque su hijo sería el primero de la familia con una carrera universitaria.

Benjamin Preston caminó sobre el sendero de piedra, sintiendo la textura, pero luego decidió hacerle una especie de homenaje al jardinero de la casa. Caminó hasta el cobertizo, una caseta pequeña justo a un lado de la casa, donde se hallaban todos los utensilios de jardinería. La podadora, una máquina bastante pesada con muchas aspas, era lo único que seguía ahí, pues las demás habían desaparecido.

Tomó el aparato con bastante facilidad, y comenzó a pasarlo sobre el césped, sintiendo como cada hojita iba siendo cortada, haciéndolo lucir más verde incluso con lo caluroso de la noche. Continuó podándolo, y con cada espacio que cortaba se sentía extrañamente mejor con él mismo. Sentía que, después de todo, él y Troy pudieron haberse llevado mejor. Pero todas aquellas ideas habían sido cortadas de raíz, al igual que el césped, con la repentina muerte de todos.

'Mierda, es tan difícil. No puedo creer que todos estén muertos.' pensó Benjamin, sintiendose mal de nuevo. Se detuvo en sus labores y, con lentitud, volvió a guardar la podadora en su lugar y subió las escalinatas hasta la entrada de la casa. Puso una mano en el pomo de la puerta y giró. Para su sorpresa, la casa estaba abierta.

Al abrir completamente, pudo ver que reinaba el silencio, y aunque sabía que estaba oscuro, él lo veía todo con aquellas tonalidades extrañas y torcidas, como si los colores estuvieran invertidos. Caminó hasta dentro, y puso una mano sobre el interruptor. Había electricidad aún, haciendo reestablecer los colores normales en los ojos de Benjamin. La casa parecía imperturbable, como si nadie hubiera vivido allí jamás, a pesar de que todos los muebles se encontraban aún. El suelo de madera estaba pulcro, aunque se podían percibir manchas más oscuras que el suelo esparcidas por varias partes de la casa. Él supo inmediatamente que alguien normal no habría podido verlas. Se acercó hasta la mancha de la sala, y en seguida, el olor inconfundible de la sangre llenó su nariz, haciendo que cerrara los ojos. Sintió ganas de lamer esa mancha, pues ya estaba vacío nuevamente. Quería alimentarse, pero esta vez, escogería a alguien cuya sangre fuese más saludable.

Vrykolakas: La Venganza.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora