Capítulo 31

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— ¿Qué estás haciendo, Milton? — acaricié su mejilla golpeada con delicadeza.

— Yo no soy nada, sólo soy basura que trata mal a la gente. — dijo con sus ojos entrecerrados.

— No digas eso, Milton. — le dije con el ceño fruncido. — Vamos.

Entre Cres y yo lo levantamos y lo llevamos hasta su gran trono.

— Emma, tienes que irte. — dijo Milton mientras curaba sus heridas con mi poder. — Los arcángeles te buscan por ser a quien heredé mi mando.

Entonces era cierto lo que Cres había dicho.

— Ya lo arreglaré, no te preocupes por eso. — dije repasando sus heridas con mi dedo.

Cuando terminé de sanar todas sus heridas, Milton se sentía mucho mejor y lo veía con energía, sin embargo yo me sentía débil.

— Emma. — Crescente me miró con cara de preocupación. — Ven, vamos a sentarnos. — dijo mientras me rodeaba con sus brazos.

Pero mis piernas apenas y se podían mantener en pie y fue entonces cuando resbalé y Cres me tomó en brazos para acostarme en el sillón dorado de la sala. Milton me veía con preocupación.

Veía borroso, no sabía la razón. Pero mis ojos se cerraron por el cansancio y el esfuerzo, aún así escuchaba las voces de los dos presentes discutiendo.

— Dijiste que cuando volviera sus poderes se restablecerían, ¿por qué sigue poniéndose débil? — reclamó Crescente a Milton.

— Ella ya no pertenece aquí, es un caído aunque siga teniendo sus alas. — dijo Milton con un tono de tristeza.

Mi cabeza se sentía pesada y por lo tanto dolía con tan sólo pensar, así que caí en un sueño profundo dejando todo atrás.

(...)

Mis ojos se abrieron poco a poco y vi a Cres que me veía con preocupación.

— Buenos días. — dijo poniendo una lamparita en mis ojos haciendo que los frunciera.

— ¡Cres! — me quejé.

Él rió y alejó la lámpara de mis ojos.

— Perdón, la costumbre. — me ayudó a levantarme y fue cuando me di cuenta que una gran cortina nos rodeaba, como si me diera privacidad en mi sueño.

Detrás de la gran cortina se escuchaban murmullos y discusiones.

Miré a Cres confundida y él suspiró con fuerza.

— Todos se dieron cuenta de que habías vuelto y te aclaman. — dijo con una sonrisa incómoda.

Lo miré con ojos asustados y ladeé mi cabeza.

Asentí y me acerqué a la cortina oyendo que los que antes eran murmullos se convertían en gritos.

— Promete que serás mi guardaespaldas... y si te separas de mi lado te golpearé. — le dije a Crescente haciéndolo reír.

— Lo prometo, Emma. — dio un beso en mi mejilla que hizo que diera un respingo, y sin darme tiempo a reaccionar abrió la cortina dejándome ver cómo toda la gente que estaba ahí aclamaba mi nombre.

Algunas personas al verme gritaban más fuerte, y otras, que supuse no creían en mi llegada, se sorprendían y me miraban con ojos muy abiertos.

Cres hizo una señal para que todos se callaran.

— Su reina ha llegado. — dijo Crescente haciendo que la multitud enloqueciera aún más eufórica.

No tuve tiempo de reprocharle nada porque seguía aturdida por la aclamación que gritaba a una sola voz mi nombre. Junto a otros que gritaban algo de un nuevo reino.

Me acerqué a Cres y le susurré al oído:

— No sé si quiera aceptar el mando de Milton aún. — bajé mi mirada. — No estoy preparada.

— Lo vas a hacer genial, Emma. — Crescente dijo con una gran sonrisa. — toda esta gente lo cree y yo también.

— No, no es eso, Cres...

— ¡Viva Emma! — gritó interrumpiendo mi excusa.

— ¡Viva! — gritaron todos al unísono.

Observé la gente a mi alrededor y mis nervios se pusieron de punta junto a unas ganas tremendas de vomitar.

Mi conciencia me gritaba que huyera de ahí mientras podía, pero toda esta gente dependía de mí. Eso era lo que me preocupaba, los ángeles que me aclamaban.

Pero... Jared, era lo único que me preocupaba en ese momento. No podía dejarlo solo, ni a mis hermanos, mucho menos a mis nuevas amigas. Pero si no asumía mi cargo... Toda la responsabilidad caía en Milton, y podría significar incluso su muerte.

¿Por qué cuando las cosas iban bien tenía que existir esa cosa que me hiciera sentir culpable de mi felicidad?

No estaba preparada, definitivamente no. Era demasiado para mí y para Jared. Sería difícil de entender.

— Tengo que tomar aire. — le susurré a Crescente quien se percató de mi cara de asco.

Crescente ordenó a los vengadores que rodeaban la sala, que cerraran el paso. Cres cerró la cortina y yo me senté en donde antes descansaba.

— ¡Esto es genial! — gritó Cres emocionado por la multitud enloquecida que gritaba fuera de las cortinas.

Le sonreí sin mucha emoción y contuve mis ganas de devolver la comida.

— ¡Por fin vamos a poder gobernar el cielo, Emma! — me sacudió por lo hombros, lo que no me ayudó mucho con mi dolor de cabeza.

— No lo creo, Cres. — tomé mi cabeza en mis manos y suspiré frustrada.

— ¿Qué dices? — dijo Crescente cortando su emoción de golpe. — Emma, ¡esto es lo que siempre hemos querido! — se acercó e hizo que lo mirara. — Vamos a mandar como lo quisimos de niños. Tú la reina y yo el rey ¿recuerdas? — su sonrisa crecía mucho más.

— Lo hago, pero eso es pasado. Una ilusión de niños, nada más. Es diferente, ahora todo cambia... — le reproché corriendo mi mirada de él.

— ¿Qué? — dijo mirándome extrañado. — ¿Qué carajo te pasó? — se levantó frunciendo el ceño lo más que pudo.

— ¿Que qué me pasó? — dije irónicamente. — Pues empezando con que me expulsaron de aquí y nadie hizo absolutamente nada y ahora resulta que soy la más aclamada por los mismos ángeles que no movieron ni un dedo por mi familia. Hice mi vida de nuevo y me reencontré con personas que creí no volver a ver, incluso conocí a mi padre y a dos mortales que me aman como si fuera su hija. Hice nuevas amigas, seguí mi curso... Incluso encontré a alguien estupendo que me hace sentir muchas cosas y es el único que me puede dejar sin sueño. Descubrí que los mortales de verdad son agradables y que no todos son escoria. — caminé por toda la habitación dando mi explicación. — Tengo una vida, amigos, unos padres que me aman pero no son los reales, unos hermanos excepcionales, unas amigas increíbles y una persona que me quiere tanto como yo a él y que puso mi mundo de cabeza. — enumeré con mis dedos. — Seguí mi vida, hice una nueva, ¿por qué ustedes no pueden hacer lo mismo? — pregunté exasperada.

Crescente se acercó a mí con un semblante serio y me acerqué a él.

— Yo te busqué, porque te extrañaba, Emma. — dijo bajito, casi un susurro. — Yo te amo, y no puedo vivir sin ti.

Y pegó sus labios a los míos.

Emma, la caída de un ángel (Saga Genus #1)Where stories live. Discover now