Capítulo 30

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Jared pegó su cabeza con la mía y sonrió.

Suspiré dispuesta a no llorar y lo tomé de la mano adentrándonos aún más en el bosque.

Ahora me dolería más dejarlo, con el recuerdo que me dejó hace unos momentos.

Viajamos por el bosque y Jared no dejaba de apretar mi mano. Supuse que su sonrisa no se borraba de su cara y las lágrimas no dejaban de escaparse en silencio por mis ojos, viajando hasta el final de mi barbilla y cayendo finalmente al suelo.

Llegamos a lo más profundo del bosque, en donde la expulsión de un ángel daba lugar.

Lo solté y me senté en la roca que se encontraba en una esquina.

— ¿Pasa algo, Emma? — su sonrisa se borró al ver mis ojos hinchados y rojos.

Se arrodilló frente a mí y secó mis lágrimas. Negué con la cabeza y lo miré a los ojos.

A sus bellos y hermosos ojos.

— Yo...

— ¡Aquí están! — nos gritó Cres. — Los estaba buscando por todo el bosque.

Bajé de la roca y lo enfrenté.

— ¿Trajiste la espada? — le pregunté a Cres.

Cres asintió y sacó su gran espada de su espalda. Me la entregó y la revise con cuidado sin olvidarme ningún detalle. De un costado de la espada, unos pequeños filos sobresalían de ésta.

Y estos filos, encajaban perfectamente en las heridas de Jared.

Un vengador le había lastimado.

Pero, ¿por qué?

Eso no me lo explicaba.

— ¿Ocurre algo malo? — preguntó Crescente mirándome hacer mi examinar.

— Nada, solo que las hojas de la espada. — miré a Jared viendo su herida. — Encaja perfectamente en su herida.

Examiné de nuevo sus heridas y ahora no me cabía duda alguna.

— ¿Qué tiene que ver? — preguntó Jared confundido.

— Estoy casi segura de que tu herida no fue un raspón. — miré a un Cres muy confundido. — Fue un vengador, sólo los vengadores tienen de estas espadas.

— ¿Estás insinuando que fui yo? — se rió Cres.

— No, yo nunca te acusé de nada. — lo miré mal.

— Pero insinúas que algún vengador lo hizo ¿no? — Cres agrandó la sonrisa. — Ya veo, somos los únicos que estamos en la tierra...

— Los vengadores y los ángeles son los únicos que pueden tocar sus armas. — dije cruzándome de brazos.

— Pues no sé nada del tipo que atacó a tu novio. — dijo Cres.

Yo no lo negué y tampoco lo acepté. Jared tampoco lo hizo.

— Sabes bien que no es eso lo que me preocupa. — lo enfrenté. — Con lo que me dijiste, los ángeles se están revelando, ¿qué les impide hacer daño a sus designados?

— Es cierto... — dijo Crescente entrecerrando los ojos. — ¿Y qué piensas hacer? ¿Decirles que paren? — me miró. — No te harán caso si es lo que crees. Tú bien sabes cómo parar todo esto.

Lo miré fulminante. Jared sospecharía, pero no quería decirle nada por ahora.

— ¿Cómo? — preguntó Jared.

Negué con la cabeza y los ojos muy abiertos. Cres captó mi señal y no dijo nada.

— No es nada. — dije y lo miré. — Jared... tengo que hacer unas cosas, y no puedes estar aquí.

— ¿Por qué no? — dijo con el ceño fruncido. — Te vuelvo a ver y ya me quieres alejar de nuevo. — se quejó con una sonrisa triste.

— No te quiero alejar, bien lo sabes. — toqué su mejilla. — Pero tengo que resolver unas cosas. Te prometo que iré a buscarte después.

— Ya veo por qué te preocupa tanto el asunto. — dijo Cres apoyado en un árbol.

Lo miré mal y volví mi mirada a Jared.

— ¿Vas a estar bien? — lo miré a los ojos.

Asintió con su cabeza y me dio un casto beso en la comisura de mi boca.

— Te veo después, Emma. — me dijo y se adentró en el bosque.

— ¿Quién lo diría? La gran Emma enamorándose de un mortal. — llegó a mi lado con una sonrisa.

Le sonreí y rodé los ojos.

— Cállate, Cres. — le di un empujón.

— Bueno, tenemos que ir, ya sabes, a que veas el asunto y tú decides. — me dijo Cres mirando el cielo.

— De acuerdo, vamos. — dije asintiendo. Sentía una gran inquietud en mi interior, nadie aparte de él sabía que iría arriba, tenía la gran necesidad de que alguien lo supiera por si llegara a necesitar ayuda o algo.

Cres se rió de mí. Me detuve y lo miré.

— ¿Qué? — lo miré confundida.

— Lo gracioso es que no puedes llegar allá sin tus alas. — escondió su sonrisa. — Así que tendrás que abrazar mi hermoso cuerpo. — sonrió de lleno.

Le sonreí con ironía.

Me puse de frente a él y lo miré a los ojos. Saqué mis alas y las agité para comenzar mi viaje al cielo.

— Creo que eso no será tan necesario. — le grité desde la altura en donde estaba.

Cres rascó su nuca y me sonrió de lado.

Miré sus ojos. Había algo, pero no descifré lo que se ocultaba ahí.

Crescente voló a mi lado y nos quedamos suspendidos en el aire.

— No has cambiado nada. — me sonrió con algo en sus ojos que no quise notar.

— Eso espero. — le sonreí y volamos hasta pasar las seis capas que rodeaban todo el cielo para poder entrar en él.

Llegamos a las puertas del cielo y mi boca se abrió cayendo desencajada.

Mis ojos no creían lo que veían y Cres, a mi lado, miraba con horror lo que teníamos en frente.

Las puertas del cielo estaban destrozadas y todo se veía con una tenue negrura.

Nos adentramos con miedo y observando todo lo que había a nuestro alrededor.

No había ni un alma por las plazas y todo se veía tan desértico que daba miedo.

Mire a Cres y él estaba señalando la corte.

Nos encaminamos a ello y abrimos las puertas.

Nada. No había absolutamente nada. A lo lejos se escuchó un grito desgarrador y sin pensarlo dos veces volé hacia donde provenía el grito.

Llegamos hasta donde había una horda de ángeles rodeando algo que no me dejaban ver.

Cuando algunos me veían su cara de sorpresa y sus murmullos me daban la bienvenida.

Los ignoré por completo y me dirigí al centro.

Milton se retorcía en el suelo mientras un ángel trataba de arrancar sus alas.

Abrí mis ojos con desesperación y antes de que Cres me agarrara para impedir mi acto, me lancé sobre el ángel que tenía a Milton de lleno suelo.

Lo derribé haciendo que dejara a Milton en paz. Lo tomé y puse su cara en el suelo.

Cres se encargó de él y yo regresé hasta donde estaba Milton.

— Emma. — dijo él. — Volviste...

Emma, la caída de un ángel (Saga Genus #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora