Capítulo 24 - Una confesión inesperada

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(Por él)

Desde que me enteré de que mi padre era aquella persona que me estaba encaminando a perseguir mi sueño, mi ilusión se desplomó.

El 11 de octubre, una vez me levanté para ir a la universidad, mi mamá me atrapó despierto y nos obligó a terminar la charla que a causa de mi ira había quedado inconclusa. Dijo que una vez tuviese la verdad en mis manos, el camino que recorriese sería mi elección; también se le escapó el hecho de que tener de vuelta a alguien que le había hecho daño, la había llevado a tomar malas decisiones, y me pidió perdón por ello. Entonces hicimos las paces, a la par que yo me disculpaba por mi comportamiento explosivo y poco racional. Estaba tan ido de mí mismo que olvidé muchas de sus intenciones y solo me compadecí de mi situación.

Durante las siguientes tres semanas no asistí a las clases de piano. Solo cruzaba de largo, viendo cómo se quedaba esperando por mi llegada, y aunque era en vano, él no dejó de insistir. Pero no tocaba una sola nota, solo se sentaba frente al piano, arrojando tiempo al olvido, mientras yo simplemente me marchaba sin explicación.

Hasta que el 4 de noviembre no fui lo suficientemente ágil como para evadirlo, y me atrapó dirigiéndome a la salida.

Recuerdo ese día... recuerdo la forma en que me miró. Tenía el dolor marcado en la tez, sus ojeras parecían de años, su aspecto era desaliñado... Dos meses y habíamos impactado tanto en la vida del otro como no pudimos hacerlo en dieciocho años.

Las notas secretamente forjaron lo que la verdad destruyó en un segundo.

- Isaac - me llamó, con el paso acelerado para seguir mi ritmo.

- ¿Qué quiere? - pregunté, deteniéndose en cuanto se aferró a mi brazo.

- ¿Cómo que qué quiero? - reclamó -. Hablar contigo.

- Profesor, debería buscar otro pasatiempo... - espeté, zafándome de su agarre.

- ¡Deja de llamarme profesor! - exigió - ¡Ya sabes quién soy!

- Así fue como lo conocí. Así fue como me acerqué a usted. No nos une un vínculo paterno - negué con la mirada rota -. Nos unía la enseñanza... y yo ya no tengo nada que aprender de usted - respondí, enfatizando cada palabra.

Sentía que estaba siendo muy injusto. Pero esos dos años eran la única razón de peso capaz de empujarme más allá de mis límites. Tanto tiempo pudo traducirse en un alivio para mamá y en una compañía para mí. Y no me importaba que ella se lo hubiese impedido, si él hubiese tenido la valentía, me habría buscado. O al menos hubiese dicho la verdad en el instante en el que le dije mi nombre... ese momento en el que se dio cuenta de que yo era fruto de lo que un día fue amor y que ya no era más que cenizas.

- Quería decírtelo, pero no estaba seguro de la forma en que reaccionarías... - suplicó por clemencia y escucha, pero yo estaba fuera de mi propio control -, por eso preferí esperar. Quería ganarme tu confianza - dijo, desesperado.

Me enderecé, intentando mantenerme indiferente, como hasta entonces lo había conseguido con falso éxito.

- ¿Por qué a penas volviste hace dos años? - cuestioné.

Y mi pregunta lo hizo reflexionar.

- No tenía planeado regresar - confesó -. Tenía una buena vida en Austria - pero su alma desnuda salió a flote entre ese intenso azul que se reflejaba en mis ojos -. El único problema era que no podía dejar de pensar en ella - y con ello una lágrima rodó por su mejilla.

Me quebré por dentro. Parte de ese dolor era atribuido a la pena de mi madre. Había sufrido tanto a causa de una promesa rota y de todos esos golpes que tuvo que soportar en soledad, que mis últimas palabras hablaron más por ella que por mí.

Lo que somos estando juntosWhere stories live. Discover now