Capítulo 19 - Fugazmente perdidos

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(Por ella)

Pasábamos tanto tiempo juntos, que comenzaba a preguntarme cómo vivíamos para todo lo demás... Y en medio de nuestras charlas concurrían nuestros sueños. Eso que nos conectaba era tan intenso y maravilloso que podíamos liberar nuestro espíritu cada vez que estábamos juntos y creer lo suficiente el uno en el otro como para alcanzar lo que nos cautivaba.

Una hermosa noche a mitad de semana, mientras nuestro árbol nos elevaba sobre el resto de la realidad, una que otra gota comenzó a caer con libertad sobre nuestros rostros iluminados por la mirada del otro. Isaac tomaba mi mano como siempre, atento a la forma en que pudiese reaccionar. Pero aquella vez estaba preparada para no huir, con mi chaqueta, el collar y la compañía de Isaac tenía todo lo que necesita, y la sorpresa no me impediría gozar de aquella inefable maravilla del cielo.

Las lágrimas de los soñadores caían de las nubes, a la par que se escuchaban los magníficos sonidos que hacían al chocar con elegancia contras las hojas de los árboles, las cuales se postraban con respeto ante el colosal estado de un clima feliz. No era una llovizna de las que provocan refugiarse en el hogar, sino de aquellas que te llamaban para que les siguieras el paso, preso de su irresistible seducción fugaz.

Me sentí bajo un nuevo universo, sabiendo que aquello era fascinante. Las gotas perpetraban en mi contra intentos fallidos de atravesar mi piel, pero lograban con éxito llegar hasta mi alma. Y luego atravesé galaxias que caían por todas partes y a deshoras, para colarme por cada rincón hasta alcanzar sus ojos infinitos.

- Algunas hojas nunca mueren. ¿Sabías eso? - susurró él, encantado contemplándome entre las lágrimas del cielo.

- ¿Entonces qué pasa con ellas? - cuestioné con una sonrisa que consiguió robarme sin esfuerzo.

- Toman otro rumbo. Se pierden entre lluvia y lluvia, o escapan con el viento. Pero nunca, jamás mueren.

- ¿Y por qué? - seguí el camino en el que nos adentramos, incapaz de razonar estando a su lado.

- Porque saben soñar, y no se limitan a seguir el ciclo de los que caen y no retornar. Ellas aprenden a volar y a través del tiempo, cuando ya han dejado el árbol, pero no han perdido la esperanza, es cuando empiezan a vivir.

- Entonces tú y yo somos hojas - deduje sin miramientos.

- Y lluvia...

- Y mar...

- E infinito...

- Y eternidad...

- Y espero que lo que le sigue después de eso también - deseó él, con esa dulce sonrisa que punzaba en mi pecho cada vez que tenía oportunidad.

Isaac siempre me arrebataba de una rutina inapelable, me hacía entender que donde habían amigos también podía existir un sano y hermoso amor... me unía a mi familia, que parecía rota entonces. Lograba consolarme y me daba fuerza para enfrentar el teléfono sin quebrarme en llanto ante mi padre, desconsolada por saber que sería otra llamada en la que sentiría su lejanía y la ausencia de una verdad que ya me había llegado por medio de mi madre. También me hacía sentir segura respecto a mis anhelos, a lo que quería ser; me brindaba la música, y la poesía se encargaba de arribar por cuenta de ambos, a veces en sus ojos, a veces en mis labios.

Con él no existía tiempo, ni tristes despedidas, solo la promesa de encontrarnos cada noche bajo las mismas constelaciones que se hacían más inmensas acorde con nuestros sentimientos. Y ni hablar de su mirada que me enloquecía. No era este un amor de inseguros, sino de aquellos que no dudan. Desde hace mucho sabía que me quería y yo estuve segura de gritarlo a viva voz en un susurro que él escuchó con la cercanía de nuestros cuerpos; nos enamoramos bajo enredos de corazones de hielo que no tuvieron tiempo de sufrir por antiguas mentiras, sino que buscaron lo que necesitaban atravesando tinieblas y traiciones.

Las coincidencias de un tiempo sublime me llevaron a sus brazos y no sé qué fue de nosotros, más que estábamos juntos, y que a su lado, cosas maravillosas pasaban cuando menos imaginaba.

(Por él)

Esta mujer me traía loco de remate. La veía siempre en las teclas del piano, en partituras fugaces, en la sonrisa de mi madre.

Por cierto, gracias a ella, mamá incrementó los ingresos de su planta y la marca en general tuvo un apogeo grandioso, expandiéndose en almacenes de cadena y en sucursales de su propio dominio. Aumentaron su sueldo y le dieron la promesa de ascenderla a recursos humanos si continuaba con propuestas brillantes que hiciesen crecer a la empresa. Tal parece que su imaginación había volado tras el primer impulso, y ya no quedaba más que darle el tiempo y la confianza para que llegara a ella una buena idea.

Maya me mostró el cielo, nadó conmigo entre rincones inhóspitos y sanó mis heridas sin siquiera consentirlo. Volábamos a cada rato, y yo divagaba a menudo entre el café de su mirada, perfecto tronco que daba soporte a mis alas.

En esas noches en las que se nos adelantaban las doce, en donde no consentíamos el tiempo, en donde la lluvia se atrevía a empaparnos, eran en las que olvidaba que necesitaba dormir... en las que solo la necesitaba a ella.

La terminé por querer más de la cuenta, y me parecía maravilloso que no tuviese que temer el hecho de estarme enamorando perdidamente de ella, con cada día, cada hora, cada minuto, cada sonrisa.

- ¿Cuál es tu color favorito? - me preguntó un jueves cualquiera, tomándome por sorpresa mientras veíamos las estrellas.

- ¿Cuál es el tuyo? - quise saber, aunque yo ya tenía mi respuesta.

- Negro - contestó.

- ¿Por qué? - me interesé en averiguar, ya que su respuesta me pareció de lo más extraño, sabiendo que estaba hablando con una auténtica luz. No entendía entonces que no se trataba de los contrastes que caracterizaban a unos seres y los dividían de otros, sino de las particulares diferencias que conformaban un todo imperfecto, pero maravilloso. Y Maya era un conjunto de dulzura que tenía tantos tintes mezclados en su esencia, que por ello me hacía sentir tan completo estando a su lado.

Su capacidad para ver lo fascinante en todo la hacía singular, la hacía sublime.

- Me gusta lo que provoca, hace que todo se vuelva infinito y que las cosas se pierdan sin escaparse de sus límites; además es mi compañía en las noches, al cerrar los ojos, al pensarte - dijo, encogiéndose de hombros para contemplarme -. Y me encanta en tus pupilas, cuando se dilatan al mirarme, o en tu cabello revuelto después de que mis manos lo recorren cuando nos besamos.

Y mi sonrisa de idiota apareció para quedarse.

- Ahora sí, dime cuál es tu color favorito - me exigió saber ella.

- Antes me gustaba el amarillo... pero ahora creo que prefiero el rojo de tus labios - revelé, acercándome a ellos para perderme en su encanto.

Y era verdad, porque cada vez que la besaba sentía el todo arremolinándose dentro de mí, como si fuésemos algo de nunca acabar.  

Lo que somos estando juntosWhere stories live. Discover now