Capítulo 23 - Un vuelo

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(Por ella)

Era 5 de noviembre cuando subieron los resultados de las pruebas de Estado a la plataforma institucional del país. Y me quedé atónita al descubrir que había superado mis expectativas con creces.

Cada una de las seis pruebas fueron 80/100, a excepción de lectura crítica, en la que solo pude obtener un 60/100, dada la lectura que se robó toda mi atención; pero no lo atribuía únicamente a ello. Francamente jamás sería capaz de pensar como las pruebas querían que pensara: planteaban modelos ideales, soluciones utópicas, mitigaciones elaboradas, alegorías de pensamientos ajenos que todos entendían a su propia manera.

Lo que yo pensaba jamás sería lo mismo con respecto a lo que era capaz de imaginar el experto catedrático que escribió "el inicio de un vuelo". Pero no podía culpar a nadie por ello, solo a mí misma.

Con un resultado como este, podría aspirar a algún descuento académico, aunque no tenía pensado entrar a una universidad. Lo que yo quería, y venía ahondando con esperanzadoras intenciones dentro de mí, era estudiar aviación.

De pronto mi celular comenzó a sonar y apagué mi portátil, dejándolo sobre la mesa para correr hacia mí aparato, con la esperanza de que se tratara de Isaac. Usualmente, cuando escuchaba su voz ambos volvíamos a nuestro universo y sentía serenidad en donde antes solo había tempestad. Pero el último mes, las cosas habían cambiado bastante. Cada vez que lo escuchaba, indagaba dentro de toda palabra para descubrir si él estaba bien. Lo afectó tanto descubrir quién era su padre que se apartó de él y no regresó a clases de piano, arguyendo vagas excusas, como el hecho de que ya no encontraba su esencia tocando un instrumento; pero yo que lo conocía como a los sueños que una vez descubrimos juntos, sabía que lo que lo aquejaba era miedo.

Intenté persuadirlo de regresar, pero no lo hizo. Solo podía darle tiempo y esperar por el momento en el que estuviese listo para enfrentar las adversidades. Aunque ni siquiera yo sabía cómo lograrlo... Así que ambos estábamos en un agujero, invadidos por un temor que nos impedía avanzar hacia nuestros padres y volver a nosotros mismos.

No tuve la oportunidad de encontrarme con Isaac el viernes de aquella semana, y eso solo pudo sentenciar mis sospechas sobre el hecho de que él no estaba bien.

Cuando vi la pantalla, me di cuenta de que se trataba de papá, y la inexplicable razón de la coincidencia me jugó aquella vez una mala pasada.

- ¡Ey!

- Maya - dijo él, con aquella indiferencia que me impedía dejarlo entrar.

- ¡Hola!, ¿cómo estás? - saludé, a la espera de que por primera vez mi efusividad fuese capaz de contagiarlo de algún sentimiento.

Pero fue directo al punto.

- ¿Cuánto sacaste en las pruebas de Estado? - preguntó, dejando el eterno vacío tras sus palabras.

Me mantuve en silencio para permitirle decir algo más que se le estaba olvidando, pero solo insistió.

- No me digas que te fue mal - me reprochó despectivamente.

Continué impasible, a la par que me quedaba muda y mucho más decepcionada que al principio. No llamaba desde hace semanas, y precisamente aquel día solo le interesaba saber mi resultado en un examen que no nos definía como personas, pero que sí nos clasificaba a ojos de la sociedad.

Amagué muchas veces con soltar palabra, pero me reprimía justo antes de hablar. No iba a decir absolutamente nada sobre las pruebas, no cuando lo que nos aquejaba era mucho más importante que eso.

A fin de cuentas me refugié en la idea de que a través de la línea nada podría cambiar, de que era libre de no responder a su pregunta, y de que podía quejarme con gusto por lo que no podía ser, ya que ninguno de nosotros había permitido que fuera con la libertad que se merecía.

Lo que somos estando juntosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora