Capítulo 11 - A un beso

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(Por ella)

Me quedé arrullada toda la noche al pie de la ventaba, recostada en el suelo como si no importase en absoluto el frío que se resistía a desaparecer a pesar de que julio estaba por terminar.

Era muy temprano, ya que la sombra de la luna podía verse al otro extremo de un firmamento casi desvanecido, intentando ocultarse como si la vinieran persiguiendo. El cielo comenzaba a tornarse claro, con sus imponentes púrpuras atenuándose para que el naranja dominara lo que se cernía sobre nuestras cabezas.

Me despertó el llamado a mi puerta. ¿Quién más que mi madre?

Dejé la cobija en el suelo, quité el seguro de la puerta y abrí con cautela, no con la desconfianza de que fuese un extraño, sino con la certeza de que quien se escondía tras la puerta estaba resentida y lastimada, tal como yo.

- ¿Sí?... – exclamé.

- Maya... - susurró mi madre.

Sus ojos estaban hinchados de llorar. Me dolió tanto verla oculta tras su bata como si eso pudiese salvarla del desasosiego que sentía, que por un momento me olvidé de mi propia soledad, distrayéndome en la suya. Estaba creciendo tanto su vacío que me preocupé sobremanera.

- ¿Está todo bien? – cuestioné.

- Sí – trató de afirmar –, solo quería traerte el desayuno, porque no comiste nada anoche.

De tanto repetir en mi cabeza las veces que nos enumeramos nuestros errores y los gritos que pronunciamos, no me fijé en el hambre que me consumía. Me sorprendió su gesto, y me pregunté si ya no se camuflaría en su interior ese ser inseguro que solo tenía tiempo para discutir.

- Gracias – dije, recibiendo la bandeja con un jugo de naranja, una taza de café, que aunque no me gusta mucho, debía aceptar, una manzana y un sándwich de jamón y queso.

- De nada, cariño – contestó, y se quedó estancada en el umbral a espera de que dijese algo, pero no tenía idea de qué, entonces ella continuó -. ¿Quieres... - comenzó a preguntar, intentando descifrar mi mirada –... que hablemos?

- Si tú quieres – respondí y ella me suplicó con la mirada que la siguiera directo a la sala.

Nos sentamos a la mesa de cuatro puestos, observando por un breve instante el lugar que solía ocupar papá cuando aún cenábamos en familia. No ignoraba el hecho de nos habían apresado un montón de trabas que nos impedían hablar, pero era consciente de que las cosas podían repararse si nos disponíamos a hablar con la verdad.

Puse la bandeja sobre la mesa y comencé a comer, mientras escuchaba su agitada respiración.

- ¿Y de qué quieres que hablemos? – me animé a decir.

- De nosotras – confesó –, hemos estado muy lejos la una de la otra y no deseo eso, Maya.

Aparté de mí la comida, incapaz de probar bocado cuando debía encarar lo que tanto nos martirizaba.

- Desde hace dos años que papá se fue – manifesté –. Nos dividió la distancia, y ya no sabemos cómo regresar, a pesar de que vino para navidad. Pero quince días no son suficientes para recuperar un año – argüí -...No sé porque de pronto el trabajo les importa más que nosotros.

- ¿Eso es lo que crees, Maya?, ¿qué el trabajo es más importante que tú? – cuestionó mi madre, profundamente consternada.

- No solo me han descuidado a mí, mamá. Se han descuidado a ustedes.

De pronto cerró los ojos, conteniendo la amargura de un llanto inoportuno.

- ¿Qué quieres que haga? – interrogó, tomando mi mano, apretándola contra las suyas como si estuviese al borde del abismo.

Lo que somos estando juntosWhere stories live. Discover now