Capítulo 2 - Antes de verlo

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Antes de verla

(Por él)

Esa noche estuve mirando las estrellas, extrañamente consternado por lo brillantes que lucían. Me ayudaban a pensar, a reflexionar sobre lo mucho que me aturdían mis propios sentidos. Nunca había experimentado algo tan profundo por alguien y comenzaba a preguntarme si verdaderamente valía la pena decirle lo que sentía.

La conocí hace un par de meses y desde que la vi por primera vez, me sentí a la deriva, absorto por aquellos ojos verdes y sus cabellos dorados. ¿Cómo podía alguien, en tan poco tiempo, apoderarse de mi cordura y convertirla en su pasatiempo favorito? Lo bueno era que ella vagamente parecía corresponder al sentimiento que me aquejaba. Me decía que me quería, que estaría allí para mí, tal como yo lo estaría para ella. El único problema era que yo no solo la quería, sino que temía amarla, y que no solo estaría para ella, sino que velaría incluso por sus más pequeños e indefensos sueños.

Su nombre es Ana Sofía, y me desvelaba la forma en la que me corregía cada vez que la llamaba por su primer nombre. "Por favor - suplicaba -, odio que me digan así, dime Sofía"... Nos pasó, por ejemplo, ese día. Decidí invitarla a un helado y lo primero que hizo en cuanto la llamé por su nombre fue corregirme.

Era nuestra quinta cita, y en todo ese tiempo nunca me había atrevido a besarla, a pesar de que lo había deseado desde el primer día en que la vi. En un principio por lujuria, claro está, pero luego por amor... un amor que comenzaba a aceptar, incluso si muchas veces quise creer que podía deshacerme de esa emoción si así lo deseara, sobre todo cuando estaba demasiado ocupado estudiando para mis exámenes finales. Me di cuenta de que no era tan sencillo en el momento en el que, en medio de mis desordenados apuntes, comencé a pensarla y entonces el cálculo pasó a un segundo plano.

Deseaba estar hablando con ella, pero tal parece que esa noche se había cansado demasiado pronto de nuestra charla y se había ido a dormir plácidamente mientras a mí no me dejaba pegar el ojo su completa existencia, aunque francamente era usual que todo el tiempo fuese ella quien diese el primer adiós y nunca el primer hola.

Eso también me cuestionaba sobre lo perdido que estaba en medio de mi completa estupidez, cayendo desde las alturas hasta confines repletos de dolorosa realidad. La inmensa curiosidad que sentía por nuestro paradero me torturaba, sabiendo que tal vez podría ser, como tal vez no.

De repente una estrella centelleó, distrayéndome lo suficiente como para permitirme ver verdaderamente el cielo, y no su rostro a través de las nubes.

Me pregunté si tal vez Él estaría velando por mi desvelo, observando a través de una de sus luces a mis ojos que intentaban a su vez verse reflejados en los de su hija, un ángel que me cautivó como si fuese el único ser sobre toda la tierra.

Vaya... sí que era tonto, pero de todas formas no podía sacármela de la cabeza y aun en la inmensidad de la oscuridad, en las estrellas encontraba lo que podríamos ser de estar el uno junto al otro.

A la mañana siguiente me despertó mi madre, más emocionada de lo que hubiese podido creer posible, aún más en esos momentos de crisis en los que las ojeras arruinaban su hermosa tez y las lágrimas hinchaban sus párpados, sumidos en la desesperación de no saber si la tienda textil en la que trabajaba había cerrado, o si seguía abriendo sus puertas para pagar deudas antes de hundirse en definitiva en la ruina.

- Hoy es el día - me susurró.

- ¿De qué hablas? - pregunté, estirándome mientras observaba el reloj de pared, apenas rozando las seis de la mañana.

- La universidad - se limitó a responder, y entonces recordé que aquel día era la entrevista con el decano de la facultad, y que de ello dependía si ingresaba o no. De tanto pensar en ella ya me estaba olvidando de mí.

Lo que somos estando juntosWhere stories live. Discover now