Capítulo 20 - Preguntas repentinas

3 0 0
                                    

(Por él)

Septiembre terminó con el suspiro vertiginoso de Dios, y en menos de lo que esperaba, octubre pisó terreno; pero yo ya no revisaba el calendario, porque fuese el día que fuese, me encontraba con ella en noches de ensueño.

Aprendí un par de canciones sencillas durante esos dos primeros meses de escape en el salón acústico, siempre cerrando los ojos para encender la vida, y viéndola a ella junto al piano de cola, aun cuando sabía que estaba en el norte, tal vez ocupada pensándome.

Esos momentos de lucidez me valían de vez en cuando miradas de asombro de Álvaro. Y me perdía en su mirada de orgullo, sintiendo la calidez de alguien que me trataba como a su hijo.

Un 10 de octubre, cuando se cumplía un mes de haber oficializado aquella historia que ella y yo escribíamos desde hace tiempo, salía de la clase de ética con la mirada en sus ojos, soñando despierto mientras Felipe balbuceaba no sé qué tonterías. Entonces recibió una llamada de Sabrina y se embobó en su propia historia, despidiéndose de mí antes de lo pronto.

Me quedé solo, esperando por Álvaro a fin de que me excusara de mi clase del día, ya que hoy necesitaba más que un par de horas para compartir con mi amada Maya. Se tardó más de lo usual, pero aquel tiempo en el que me era imposible correr, lo compensé adentrándome en mágicos recuerdos a su lado.

Con los audífonos puestos y Nuvole Bianche a todo volumen, busqué en mi teléfono nuestras fotos juntos. Y en todas ellas había una luz, una luz que no existía en ningún otro lugar, ni en ningún otro momento. Solo frente a nosotros se revelaba esa clase de magia, y con un abrazo, un beso, una mirada, millones de puertas cerradas se destrababan sin necesidad de que existiese una llave.

Con un brazo sostenía mi deshecho celular, mientras que con el otro tocaba notas en el aire descifrando la melodía. Entonces me di cuenta de que una presencia me admiraba en silencio y volteé a todos lados para hallar aquellos ojos azules sobre los míos.

- Profesor... - musité, quitándome los audífonos.

- Vaya que estás enamorado - suspiró él, viendo las fotos con discreción para retornar a mis ojos.

Ahora que lo detallaba mejor, él estaba vestido más elegante de lo usual. Sus manos en la espalda como a la espera de algo y su cuerpo inclinado hacia mí me provocaron una extraña sensación de estar frente a un padre. Me levanté súbitamente de la silla del pasillo y le di la mano mientras guardaba mi celular y mis auriculares en el maletín.

No me resultaba posible hablar de ello, cuando no encontraba palabras para describirla en toda su esencia. Pero Álvaro entendía de miradas con la astucia de un buen pianista. No provienen de sus labios palabras, sino de la magia de sus manos sensaciones. Mi silencio le dijo mucho más de lo que una larga historia hubiese podido explicar, y sonrió con honesta dicha para honrar lo que era de Maya y mío.

Sacudió la mano y me indicó que lo acompañara, pero fiel a mis planes comencé a excusarme por mi falta.

- Profesor, hoy no podré quedarme para el ensayo. Verá...

- No hace falta que lo digas - me tranquilizó sin aminorar el paso -. Alguien te espera, lo entiendo.

- Gracias - exhalé y me detuve.

- Aun así debes acompañarme al salón - exigió al notar mi desvío en el camino.

Entonces entrecerré los ojos con intriga y lo seguí.

Álvaro quitó el seguro de la puerta y la abrió con más sigilo de lo usual, como si tuviese algo que ocultar.

Su silueta en contraste con la luz que entraba por las ventanas me impidió ver el interior, hasta que se apartó del camino y entonces el salón se reveló con claridad ante mis ojos.

Lo que somos estando juntosWhere stories live. Discover now