Capítulo 3 - Sonrisas fugaces

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Sonrisas fugaces

(Por ella)

Esa mañana me despertó muy temprano mi celular. Era un mensaje de Eric, quien ni siquiera se molestó en responder el mío del día anterior; simplemente escribió: "hoy estaré ocupado. Hablamos luego".

Y una pequeña parte de culpa se concentró en mí al ver lo desesperada que tornaba por estar a su lado... o ansiosa porque me invitase a salir, a pesar de que nunca se había interesado por tocar el tema. Su repentina indiferencia era tan molesta que hubiese deseado poder desecharla junto con mis sentimientos, pero no era nada fácil, y yo era tan susceptible que mi punto débil era el rechazo, sobre todo el suyo.

Mi madre me atrapó despierta y me invitó a comprar algo de ropa, ya que mi cumpleaños sería la próxima semana. Entonces no quise desaprovechar una oportunidad tan escasa de estar con ella, aún más en un lunes no festivo como ese.

Fuimos a la terminal norte de la ciudad, y de inmediato vimos en la bahía del otro extremo de la entrada uno de los expresos más carentes y más rápidos para llegar a destino. No lo dudamos ni un segundo antes de empezar a correr hacia él.

Para cuando llegamos, había tantas personas que a duras penas creí que nos quedaría lugar, pero mamá me tomó del brazo y entramos al ras contra las puertas que se cerraban. Solo en ese instante fue cuando me di cuenta del muchacho de traje que se había quedado fuera del bus, justo frente a mí, con la puerta de vidrio como único divisor entre nosotros.

Le brindé una mirada consoladora. Pero él en mi lugar fue mucho más astuto y sonrió para demostrar que no tenía importancia. Hubo un segundo en el que se cruzaron nuestras miradas y el azul de sus ojos me permitió ver a través de toda su existencia, mientras me percataba de que, tal como yo, había un ápice de desvelo en su ser, causante de un millón de sueños despierto. De seguro no era más que una coincidencia. Pero de no tener aquello en común con él jamás lo hubiese notado, y mucho menos, jamás hubiésemos sonreído de la forma en que lo hicimos.

El bus arrancó y poco a poco fui perdiéndolo de vista, pero en lugar de quedarse esperando otro expreso, lo vi alejarse. No entendí sus motivos y la sensación de que se había quedado afuera por nosotras me impidió sentirse del todo conforme estando allí.

Comencé a mirar hacia todos lados, fatigada por la estrechez en la que me tenían sometida. Había tantos brazos sosteniéndose en donde pudiesen y tantos pies pisándose unos a otros que la paz se apartó de mí un momento extra.

Observé entonces hacia el suelo por un rato, y me perdí viendo lo que parecía ser un collar. Estaba atorado contra uno de los soportes de las sillas contiguas a las puertas. Me hallé tan cerca de él que lo atraje hacia mí con el pie y me agaché como pude para alcanzarlo, sintiendo el vidrio golpear contra mi rostro. Pero valió la pena.

Era tan hermoso: una cruz dorada culminaba con elegancia, adornada con pequeñas piedras preciosas. Lo contemplé por un rato, y al darle vuelta, leí en el centro una C en cursiva. Su seguro estaba suelto, como si hubiese cedido. Podría ser de cualquiera.

Miré a mí alrededor, buscando a alguien que a su vez estuviese buscando algo. La mujer sentada en la silla de adelante parecía tranquila, incluso dormida. Así que la descarté como poseedora del collar. Los demás parados juntos a mí no tenían nada que perder, ligeros de ropa como si se dirigiesen a un centro recreativo. Y de ser así, no consideré apropiado que ellos trajesen el collar. ¿Por qué alguien llevaría un collar de oro para hacerle juego a shorts y playeras?

La mujer detrás de mí cargaba un maletín en brazos y no me quedó oportunidad de contemplarla siquiera, porque mi cuello dolía tanto al voltearme a analizar rostros que desistí en intentarlo. De todas maneras nadie estaba preocupado o mirando a todos lados a falta de algo, así que lo guardé en mi bolsillo. Ya pensaría en ello luego.

Lo que somos estando juntosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora