Capítulo 8 - ¿Alguna vez has visto una estrella fugaz?

5 0 0
                                    

(Por él)

Había pasado semana y media desde que Ana y yo dejamos de hablar, y bastó con cortar de raíz para que comenzara a mirar al horizonte de nuevo. Había estado ciego durante tanto tiempo que había mutilado mis alas para ver a alguien más volar por su cuenta... y no era eso lo que yo quería, mucho menos lo que necesitaba.

Mi madre me ayudó a reconstruirme, a pesar de que muchas veces insistí en que no debía preocuparse, pero su terquedad me permitió tener su brazo sobre mi hombro todas las mañanas y todas las noches antes y después de que se marchara al trabajo.

Su obsequio para mí fue nada menos que un recuerdo de mi pasado: una inocente flauta dulce que representaba mi acercamiento al lienzo en blanco de mi alma.

- Hace meses que no tocas – dijo –, ¿por qué no intentas distraerte recordando las canciones y tocas una para mí cuando llegue por la noche?

Y eso hice, hasta que de pronto la sencilla melodía del himno a la alegría volvió a mí para conducirme a la niñez que había dejado abandonada antes de tiempo. Cuando soplaba y se producía el sonido, cambiante al igual que mi actitud, sentía cómo me conectaba con una pequeña parte de lo que era antes de perderme en Ana.

Una noche, recién después de haber tocado el "Padre Nuestro" para mi madre, recibí un mensaje de Maya.

- ¿Cómo has estado? – me preguntó.

Me sorprendió gratamente, a pesar de que había ignorado mis mensajes desde el día en que nos vimos por última vez.

- Muy bien – escribí antes de que mi razonamiento me lo impidiese y me suplicase a mí mismo un poco de amor propio -, ¿y tú?

- Bien – expresó.

- ¿Cómo llegaste aquella noche? – quise saber.

- Bueno... llegué a salvo – me respondió -, ¿y tú?

- También. Lo bueno es que el bus estaba vacío, entonces no tuve que irme de pie.

- Me alegro mucho – escribió. El problema era que a través de los mensajes no podía descifrar su reacción, y me resultaba bastante molesto tener que deducir lo que significaba cada pequeña palabra. Los chat me estaban comenzando a molestar al punto de no querer utilizarlos nunca más para expresar mis sentimientos hacia alguien.

No sostenía una conversación por ese medio desde que develé la verdad de Ana, y no quería utilizarlo de nuevo por un largo rato.

Sin consultárselo, la llamé. Me contestó sin dudas ni preguntas, sino que aparentó continuar con la conversación como si nada hubiese cambiado, cosa que me agradó.

- Entonces, ¿qué ha sido de tu vida? – cuestioné.

- Un tanto extraña, pero la sigo viviendo – contestó –, ¿qué ha sido de la tuya?

Al oír su voz me estremecí. Parecía no escucharla desde hace tanto que volvió a mi mente el recuerdo de esa noche, como si todo de ella irremediablemente se hubiese colado en mi ser y necesitase desempolvar las miradas que nos habían sentenciado ese día.

Sus ojos cafés volvieron a mí mientras los contemplaba con la luz de la luna iluminándolos tenuemente.

- Ha cambiado – titubeé al recordar que seguía a media llamada con la chica que estaba merodeando por mi cabeza –. He retornado a antiguas pasiones.

- ¿Cómo cuáles? – quiso saber, una vez más con su tono de voz expectante y su delicadeza al hablar.

- No te vayas a reír – le advertí.

Lo que somos estando juntosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora