Entrega

27 5 0
                                    

—Madre...

Mi corazón se desbordó.

No esperé verla tan pronto ¿Qué hace aquí? ¿No debería estar con el rey de Umbra? ¿No debería estar siendo capturada por Nathaniel? ¿No hablaría con ella desde un calabozo? Al menos, eso imaginaba. No pensé en encontrármela en mi cuarto, vestida de rosa, amarillo y cían, con un vestido largo que arrastra en el suelo, aros largos que caen sobre sus clavículas y el cabello recogido con una tiara. Luego de verla toda mi vida vistiendo ropa casual y sin ningún lujo, me cuesta creer que esta sea su verdadera personalidad porque...¿lo es?

—Chiara, por favor, no temas—dice suplicante mientras se acerca dos pasos hacia mí.

—No te temo, madre—afirmo con la cabeza en alto.

¿Qué debo hacer? Esperé tanto esta situación que me siento desbordada de nervios. Tengo que hablarle a Kilian de alguna forma, pero...¿Cómo?

—Imagino que no. Te has vuelto una mujer muy fuerte ¿A quién se lo debes? ¿Al príncipe o a mí?—bromea, pero sé que no es un chiste.

—Ni Kilian ni tú estuvieron en mis zapatos. Yo sola me hice fuerte madre...hace mucho más tiempo del que imaginas.

—Es cierto. Siempre lo fuiste.

Se frota el codo con una mano ¿Está nerviosa?

—¿Qué quieres?

No me atrevo a darle la espalda, pero necesito alejarme un poco. Su sola presencia me hace sentir sofocada. Me dirijo hacia la mesa que está al otro lado de la habitación y comienzo a toquetear los adornos que allí se encuentran. Dos ángeles sosteniendo un arcoíris, una planta desconocida con un bebé dentro, una pequeña piedra morada con brillos en el interior. Entonces lo recuerdo. Aquí guardé mi teléfono.

—¿Además de hablar contigo? Creo que es obvio.

Abro el cajón de mi izquierda e intento deslizar el celular sin que ella lo vea. Está apagado. Dios, por favor que tenga bateria.

—¿Vienes al funeral?—pregunto sin mostrar expresión.

Aprieto el botón. Está encendiendo, pero...comienza a vibrar. Rápidamente lo aprieto entre mis manos intentando que la vibración no llegue a oídos de mi madre.

—Athelstan y yo éramos muy buenos amigos, puede que no lo sepas o que no parezcas, pero todo lo que pasó fue...

—Personal—agrego.

La vibración termina y el teléfono enciende. Gracias. Gracias.

—Sí—Su voz se oye distante, pero emocionada, esperanzada—. Casi lo crié luego de que su padre falleció. Azlog no sabía cómo hacerlo. Imagina lo que hubiese sucedido si Athelstan hubiese sido criado por El Rey sin cabeza—Rie. Una risa nostálgica. Un chiste privado que solo ella entiende.

Rápidamente me dirijo al grupo de mensajes. El nombre de Ángela aparece primero. Dios...no lo saqué. Nadie lo hizo. Escribo acelerada esperando que alguien atienda:

Chiara:

Está en mi cuarto.

Sean silenciosos.

Entonces, escucho sus pasos acercarse. El corazón se me acelera. No puedo dejar que me descubra, por lo que, digo:

—Sé lo que hizo Azlog.

Me volteo quedando de espaldas al mueble, mirándola a los ojos—unos ojos cristalizados, marrones, redondos. Parecidos a los míos. Iguales a los míos—. Ella no deja de verme a los ojos también. Con cuidado introduzco el teléfono en el cajón y me dejo caer hacia atrás para cerrarlo mientras hablo:

KILIAN: Presas y cazadoresWhere stories live. Discover now