Una corona para un rey

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Cuando lo vi, no podía creerlo. En una habitación alejada de la Orden de los Guardianes estaba recostado en una cama el mismísimo rey Athelstan. La reina Ada está a su derecha, sosteniendo su mano, sin dejar de observarlo ni por un segundo. Nathaniel y Kilian están del otro lado de la cama sin siquiera pestañear. Parece que ellos tampoco pueden creer lo que están viendo. Mientras tanto, Dimitry y yo nos quedamos a un costado, sin irrumpir en la escena que contemplan varios guardianes de alto nivel. En ese momento, Nill se abre paso entre todos sosteniendo una caja cubierta por imperiums de la verdad. Se acerca al rey y le extiende la caja.

—Majestad, lo va a ayudar a mejorar.

El rey se veía cansado, agotado, pero no presentaba ni una sola herida física, no traía ningún mensaje, nada que diera alguna señal de Domina. Se podría creer que nunca fue su prisionero, si no fuese porque lo vi encadenado a una pared con mis propios ojos. Sin embargo, algo no cuadra. Athelstan no dijo ni una sola palabra en toda esta hora que pasó, no suspiró, solo se limitó a respirar lo justo y necesario. Al Nill extenderle la caja, él la rechaza con un leve movimiento de su mano. Luego hace un ademán hacia Ada y ella se inclina para escuchar su susurro.

—Pero...Aoi, tendrías que descansar ahora. Después nos vamos a encargar de eso—protesta ella.

El rey niega levemente con la cabeza , por lo que creo que la reina se ve orillada a obedecer. Se pone de pie y ordena a viva voz:

—Salgan todos, por favor—Al ver que sus hijos no se van, aclara—. Ustedes también.

—¿Nosotros?—protesta Nathaniel.

Entonces, espero a que Kilian comience a irse, para seguirlo. No dice ni una palabra, solo se levanta y camina hasta la puerta. Al hacer lo mismo, la reina me frena.

—Vos no, Chiara. Vos quedate.

—¿Yo?—pregunto extrañada. La reina solo asiente. No parece muy contenta.

—Ten cuidado—me advierte Kilian antes de salir.

Una vez que estamos los tres solos, me acerco al rey y veo cómo él le presiona la mano a Ada. Esta le responde el apretón y al soltarlo le da un pequeño beso para luego salir de la habitación. Eso llamó demasiado mi atención e incluso me asustó. Por un minuto realmente dudo que sea el rey a quien tengo enfrente. Hay algo extraño.

—Chiara Usana—Despego mi vista de la puerta y lo veo atentamente cuando lo escucho hablar—, hija de Solar, la condena de Tenebis—Un extraño sentimiento de culpa me inunda. Me siento una intrusa, como si no fuese bienvenida o no tuviese que estar aquí—¿Es correcto?—pregunta.

Con la cabeza a gachas y con vergüenza, respondo:

—Sí, majestad.

—¿Es verdad? ¿Que sos hija de la condena de Tenebis?

—Sí—respondo dudosa. No puedo descifrar a qué quiere llegar.

—Entonces, ¿por qué estás apoyándonos?—Lo observo. Sus ojos están húmedos, su piel pálida, su cabello parece tener canas negras, la juventud de su rostro está cansada, con ojeras, arrugas, granos en la frente y el contorno del rostro.

—Porque creo que es lo correcto—respondo.

— "Lo correcto" ¿Solar no te contó lo que le pasó con mi papá?—No me dirige la mirada, solo observa sus manos que se frotan entre sí.

— Sí, pero eso no es excusa para...

— ¿No es excusa?—me interrumpe—Mi papá la pudrió por dentro y por fuera. Solar cuando recién llegó era la persona más hermosa que jamás nadie haya visto. Mi papá la agarró y descascaró esa belleza porque no quería nadie brille más que él. No quería a nadie en La Corona más que él. Era una belleza que no solo ocupaba el exterior, sino también por dentro. Alimentaba a quien se le cruzara por el camino, por eso la llamábamos nodriza, porque no era madre de nadie, pero igual alimentaba a todos. Su conexión con este mundo era sorprendente. Digna de una reina. Digna de La Corona.

KILIAN: Presas y cazadoresWhere stories live. Discover now