Entregas

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La princesa se recostó sobre el trono que parecía pequeño junto al que tenía al lado. Miró a su alrededor. El mundo estaba envuelto en una suave neblina, como siempre. Los nobles comían a gusto sobre las grandes mesas y nada resultaba en absoluto del interés de la joven Odea. Luego de contemplar por varias horas a hombres grotescos disputarse cosas que ni siquiera son suyas, sus ojos captaron un movimiento brusco que abrió la puerta de par en par. Era su padre. Este estaba vestido de un morado oscuro llevaba un lazo negro en el cuello, su barba estaba más canosa que de costumbre y gritaba a vivas voces:

—¡El rey de Tenebis se murió!

Cualquier ser viviente y con consciencia lo miró con toda su atención. Esa noticia había enfriado el lugar a temperaturas más bajas de lo usual. La princesa se paró de inmediato, caminó con paso acelerado entre toda la gente, tomó a su padre del brazo y lo sacó a rastras del salón hacia un cuarto de reuniones que no se encontraba muy lejos. Lo sentó en una de las sillas que estaban alrededor de aquella gran mesa redonda y golpeó con su mano la misma para que su padre comprendiera la gravedad de sus actos.

—¿Estás loco?—le preguntó entre dientes—¿Cómo vas a ir gritando esa información así como así por todos lados? ¿Cómo te enteraste?

El rey tartamudeó algunos sonidos, pero no llegó a pronunciar palabra, pues una voz sombría y profunda resonó a sus espaldas.

—Yo se lo dije.

La princesa se volteó para ver nuevamente el rostro de quien les había prometido gloria y poder. Se decepcionó al verla vestir los harapos más bajos y mantener suciedad en su piel. Pero esos ojos dorados seguían tan vivos que le erizaban los bellos.

—¿Qué quiere acá? ¿Llevarnos a una victoria de muerte y enemistad nuevamente?

—¡Ada!—la regañó su padre—No se le habla así a una reina.

—¿De qué reina me estás hablando? ¿Ella? No es más que una embustera que nos hizo perder mil soldados y ahora Tenebis no nos dirige la mirada—respondió la princesa con el nudo de la bronca en la garganta—¿No esperás que la escondamos acá, no?

—En realidad no quiero que me escondan a mí—intervino ella—. Quiero que escondan esto—Sacó de entre sus ropas una reluciente corona que puso de rodillas a la realeza—. También quiero ir al despido de Athelstan.

—Si descubren que la llevamos, nos ahorcarán—protestó la princesa poniéndose de pie y sin dejar de contemplar La Corona que en su vida había visto.

—Si nos descubren—aclaró el rey.

Su hija se sorprendió por la valentía poco usual de su padre y aceptó escuchar el plan que tenía preparado la mujer ¿Qué ganaban ellos a cambio? Nadie sabía, pero nada malo salía de ayudar a la voluntad de La Corona y quien la poseía era quien la conocía.

Mientras que en el reino de Lux las noticias apenas tocaban las puertas de la casa principal de gobierno. Las reinas, al enterarse, dejaron caer sus hombros y pidieron a sus súbditos que preparen su viaje. No esperarían la carta de despido, no de tan buen amigo. Simplemente enviaron un telegrama a su hija de que en los próximos días, se encontrarían todos juntos para despedir al bueno de Athelstan.

La noticia había sido tan contundente que no dejó fuera ni a los otros mundos. La Tierra fue la última en enterarse, al tercer día de lo ocurrido. Así mismo, esta hizo eco en Tenebis y en el Sur las tierras temblaron y abrieron grietas que salían desde lo más profundo de la cueva de zafiros. Fue tanto el estruendo que la sirena perdió el equilibrio y casi cayó al agua que la rodeaba. Su susto fue tanto que rápidamente arrojó la silla donde estaba sentada a un lado y toqueteó la tierra movida que allí sobresalía hasta desenterrar una caja de hito—un material tan bello como el cristal y tan resistente como el metal—y en ella contempló irradiar y brillar cual santo a La Corona de Aero, cuyas palpitaciones hacían quebrar el suelo como un volcán.

—Oh, no—exclamó la sirena—Despertó.

Sus manos temblaban y sus ojos parecían cegarse de nuevo con el resplandor vivaz que aquel ser desprendía. Unas manos jóvenes y hermosas se hicieron presentes entre la luz y cerraron de un fuerte golpe la caja para luego volver a enterrarla. La sirena extendió su tacto renovado y con él visualizó el hermoso rostro que tenía en frente.

—No temas, amor mío—dijo él suavemente—. Solo no vuelvas a abrir esta caja—sentenció.

—Está despierta ¿Podrás contra ella?—preguntó la sirena intentando reponer sus nervios.

El hombre la tomó suavemente, la apoyó sobre su pecho y acarició su cabeza en forma de consuelo. La sirena estaba fría y él no tenía temperatura en su cuerpo, era como la nada misma.

—No te preocupes. Ya estoy a punto de recuperar mi cuerpo. Tú sigue cuidando de La Corona que pronto volveré para hacerla desaparecer para siempre—Al pronunciar estas palabras, la tierra tembló con ira—. Espérame aquí, amor mío.

—Aquí te espero, Azloj.

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¡Holis!

Nuevo cap. Corto pero contundente. 

Ya estamos llegando a la mitad de este segundo libro, ¿se los dije? 

Espero que se acuerden de este personaje: Azloj y por si no se acuerdan les recomiendo leer "Una nodriza poco madre" de Kilian: el reino caído (A propósito, ya está disponible en Amazon para todo el mundo :3) y por si les da fiaca, les cuento: El abuelo de Kilian, el rey sin cabeza. 

Ahora que nos ponemos en contexto ¿Qué creen que traerá esto? ¿De qué lado estará Azloj? ¿Del lado de Kilian? ¿De Domina? ¿Qué piensan?

No se olviden de votar, comentar y seguirme en Insta (@_ether_22)

¡Nos vemos el prox capítulo!

¡Besos! 

KILIAN: Presas y cazadoresحيث تعيش القصص. اكتشف الآن