Capítulo 19

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Alexander

Terminamos pronto en la tienda y nos fuimos al auto que estaba en el estacionamiento. No debería haberles comprado un celular y debí ser firme con la idea de que era una compra innecesaria, pero será primera y última vez. Tendré que lidiar con este tipo de situaciones de otra manera, sin intercambios.

Lo de que no me libré fueron las quejas de vuelta a casa. A pesar de que tenían sus celulares a su lado seguían lloriqueando por el dolor de sus brazos. Claramente los entiendo, pero lo que no son sus peleas constantes en los asientos traseros.

Según lo que he contado en estos quince minutos de viaje han llevado tres discusiones por distintas cosas.

—¿Así que "los demandaré"? ¿Copiando mi frase hermanito?

—Cállate Miles.

—Técnicamente podríamos hacer eso, si tan solo tuviéramos un testigo...

—¿Y condenar a personas que hacen su trabajo? ¿Cuál sería la gravedad? ¿Aplicarles una vacuna que necesitaban? —hablé conduciendo.

—Se nota quienes están de nuestro lado y quienes no —sorbió su nariz dramáticamente.

—Y me preguntan si mis hijos son exagerados —dije entre dientes aguantando una risa.

—¿Dónde vamos ahora?

A todo esto, nada de lo que dijeron fue en un tono normal sino con la voz temblando y llorando al mismo tiempo. Es una conversación que a simple vista da ternura y pena ya que sus pucheros constantes se encargan de ser adorables.

—A otra clínica —mentí y coloqué una sonrisa la cual notaron por el retrovisor— A ver si les aplican otras que les faltan.

—¿Nos estas tomando el pelo? —Miles se exaltó.

—¡Te gusta vernos sufrir!

—¡Renuncio a ser tu hijo, Alexander! —el menor siguió en su papel.

—Claro que no iremos allí, ¿recuerdan que hay que almorzar? —solté una carcajada—. Son unos angelitos en la sala de espera ¿no? Pero cuando entran... que alguien me salve.

—¡Ja! Si lo único que haces es sentarte a vernos llorar.

—Ni que las recibiera por nosotros...

—Podría, así ve lo que se siente —siguió Miles.

—Ya, basta los dos ¿eh? Que ni duran cinco minutos sin pelear.

El silencio no duró mucho por supuesto, alcancé a llegar a un restaurant cuando los gritos se hicieron presente nuevamente. Ahora era por la carcasa de su nuevo celular, uno quería la roja y el otro quería la negra, era las que quedaban en la tienda y cuando lo discutimos allá estuvieron absolutamente de acuerdo en comprarlas, ¿Cuál es el problema ahora?

—¡Que es mía la negra, joder!

—Que mentiroso, quedamos en que te quedabas la roja ¿o se te olvidó zopenco?

—Un insulto más chicos... —advertí sin paciencia.

—¿Y qué? —me desafió Miles—. No puedes castigarnos Alexander.

Así es. Este pequeño está cada vez más rebelde.

—¿No? —levanté una ceja y me volteé a verlos—. Que hayan salido recién de la clínica no significa que se libran de los castigos que quede claro. No permitiré que sigan los insultos y que se comporten así de altaneros ¿estamos?

—¡Pero si yo ni hablé! —se quejó Milan.

—Entienden mi punto, y es más... —tragaron saliva—. Les diré esto solo ahora. Será primera y última vez que les compraré algo por un simple capricho, saben que no es algo que necesitaran. A la próxima que se presente algo así ustedes van a tener que trabajar por lo que quieren y ganarse el dinero.

Aventuras de un herederoWhere stories live. Discover now