Diáspora.

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Un año antes de irse de Estocolmo, Yvaine Lindberg sufrió un accidente de auto que la lanzó al lago Mälar. El agua del lago era permanentemente helada, y la joven rubia sintió como si miles de cuchillos  penetraran en su tersa piel. Estaba dentro del auto que recién le habían comprado sus padres. Ella era nueva manejando un auto, recién había sacado su licencia de conducir, y en los primeros días de primavera la Venecia del Norte aún tenía cristales de hielo que hacían resbalosas las vías terrestres. En algún momento del camino entre la medianoche y la una de la madrugada, Yvaine perdió el control del vehículo que llegó a parar al cuerpo de agua salada.

Yvaine se había golpeado la frente contra el parabrisas, pero seguía despierta mientras observaba como el agua se iba metiendo a toda prisa dentro del auto. Intentó patear con fuerza el vidrio del copiloto, pero fue en vano; la presión del agua era demasiada como para romperlo. Por un minuto, pensó que iba a morir. No importaban todas las lecciones de boxeo y defensa personal que había tomado desde que era más joven, su destino había decidido que Yvaine moriría ahogada en el fondo del Mälaren.

Fue cuando tuvo el agua hasta el cuello que notó que algo nadaba a toda prisa hacia ella. Pensó que eran imaginaciones en su desesperación por salir de allí, pero cuando la puerta del auto fue arrancada de sus bisagras, notó que era completamente cierto. El agua entró por completo, inundando el auto y por consiguiente a Yvaine cuando la criatura la sacó de allí, usando una fuerza tremenda. 

La rubia estaba sorprendida por el hecho de que alguien hubiese notado el accidente, incluso  esas horas de la noche. Si tan solo no hubiese sido una rebelde interesada en asistir a ese concierto; si tan solo le hubiese hecho caso a su hermana gemela, Sophia, a quedarse en casa; si tan solo no hubiese escapado llevándose el auto.

El aire de Estocolmo le llenó los pulmones, luego de casi un minuto sumergida bajo el agua. Tosió como si no hubiese un mañana, y fue entonces cuando vio a su salvador. Era un hombre, el más guapo que ella hubiese visto en su vida. Aparentaba unos dieciocho años, pero algo en sus ojos le indicaba que era mucho mayor.

-Gracias.- dijo Yvaine en voz ahogada. Tomaba amplias bocanadas de aire primaveral mientras el atractivo joven la llevaba hasta la orilla de la bahía más oriental del enorme lago, el Riddarfjärden, también conocida como el Golfo de los Caballeros.

El hombre no pronunció palabra cuando la joven le preguntó que cómo se había dado cuenta del accidente, tampoco cuando le preguntó el nombre de su salvador. Simplemente se limitaba a observar a la empapada adolescente que se exprimía las ropas con ímpetu ante el frío de la madrugada.

Yvaine lo detalló con mejor precisión: era un hombre rubio y alto, al igual que la mayoría de los hombres escandinavos, pero este se veía diferente de alguna forma, como si poseyera algún otro tipo de descendencia, una proveniente del mismo cielo. El joven se hallaba sin camisa, mostrando un abdomen firme y un pecho amplio y musculoso, como los de los antiguos campesinos de la ciudad. Finalmente, Yvaine, quien era impaciente por naturaleza, le ordenó que se presentara. El joven, en un sueco bastante rudimentario, se presentó como Bard.

Bard hablaba en el sueco usado en la Edad Media, pues el joven era un vampiro. No dudó al decirle su verdadera identidad a la mujer, quien sonrió ante la declaración tan ridícula del atractivo joven. Obviamente, los vampiros no existían.

El rubio le relató brevemente a Yvaine Lindberg que la leyenda vampírica era cierta, y que él había habitado bajo las profundidades del Mälaren desde hacía doscientos cincuenta años, pues había descubierto que la oscuridad submarina era un excelente escondite. Había sido pura casualidad que Bard estuviese a punto de salir del lago para buscar de quien alimentarse, cuando ella decidió entrar, como si se estuviese ofreciendo voluntariamente.

Vrykolakas: La Venganza.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora