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— ¿Cuánto tiempo hay de aquí a Bretwood?—le pregunté a Wilre mientras le daba sorbos al té que había ordenado. La cafetería se encontraba llena de personas, todos comiendo como si el día anterior no fuesen hecho nada malo.

Según la señorita Newman, el remordimiento de conciencia solo surgía si uno se arrepentía del acto realizado.

Y si no, podías vivir tranquilo, sin tormentos en el camino.

—Umh... menos de una hora, ¿cuarenta minutos? No lo sé exactamente, Danforth, ¿por qué preguntas?—frunció el ceño y se cruzó de brazos.

Esa mañana la chica se veía exhausta, no se comparaba nada con la adolescente implacable que habló conmigo los primeros días.

—Curiosidad—respondí—. No hice nada esta última semana, imaginé que ustedes sí habían hecho algo fuera de aquí, en Bretwood quizás.

— ¿Ustedes quiénes?

—No lo sé, los demás... los otros chicos y tú.

Wilre sonrió y movió sus pobladas cejas de forma divertida.

—Te dije que no soy estudiante, Danforth. Yo siempre estoy aquí, a veces en el bosque jugando, viviendo mi propia diversión... Y aprendiendo.

—Eh... pues suena bien.

—No siempre lo es, pero algo es algo.

—¿A qué te refieres?

—Que si no fuera tan consiente que soy un encanto, terminaría cortando mis venas.

—¿Qué?

Wilre elevó las comisuras de sus labios y comenzó a dar tirones a uno de sus rulos.

—Tienes una invitación para mañana, de los licaones... a ver si el sábado va más movidito.

— ¿Licao... qué?

—Licaones, mujer. L-I-C-A-O-N-E-S.

— ¿Y eso qué es?—pregunté con voz divertida.

—Mañana lo sabrás, Danforth—me guiñó el ojo—. Estaré en la puerta trasera del jardín, no lo olvides, a las diez de la noche.

—¡¿A las diez?!

—Si, no estás sorda.

Sonrió antes de levantarse y dejarme sola en medio del bullicio.

Vi como desaparecía entre las personas y seguí bebiendo del té, analizando y recordando los días anteriores donde no hice más que estar en la biblioteca rodeada de información valiosa.

Los pasillos parecían un desierto silencioso, esos días de soledad logré respirar algo de tranquilidad ¿sabes? No sentía la angustia de ser atacada por la espalda. Porque llegué a la corta conclusión que el internado Red era todo, menos un lugar tranquilo; Era especial, un lugar para retorcer mentes... hasta tenía miedo que mi mente fuese a sufrir daños colaterales.

¿De qué hablas, Vellty?

¿Y dónde dejas tu locura interna?

¿Dónde?

Me había enterado por la voz de un conserje que, así como lo mandaba la orden, los que poseían la preparación suficiente para enfrentar al mundo debían cumplir misiones en sus días libres, así como Ailey y Nilsen, yo había sido su misión; Salían a fingir, apostar, ser maestros del engaño, unos destacando por sus especialidades o manchando sus manos con sangre, otros simplemente salían para intentar ser libres... cosa imposible cuando lo único que tienes que hacer es obedecer.

Red - [La Orden Sangrienta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora