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La habitación se encontraba sumida en un silencio abrumador, posterior a eso, traía consigo las dolencias físicas de la chica que estaba perdida en un desastre catastrófico, temblando por el gélido ambiente, el miedo y sus impulsos la habían llevado hasta allí, pero no se arrepentía de nada.

Lo hará hoy.

No... no... no lo logré hacer.

Voy a morir.

Pensaba ella mientras cubría sus pechos con la superficie posterior de su brazo izquierdo y, un vendaval de recuerdos tétricos la invadía.

Que maldita resultó ser la luna y sus estrellas.

Para nadie era un secreto que, cuando el sol se escondía, los humanos hacían de las suyas. Las apariencias desaparecían para revelar a los verdaderos monstruos, esos que sacian sus deseos con tibia sangre, con el crujir de los huesos rotos o con una taza de té verde.

La chica con el cuerpo magullado que yacía en el fino suelo de mármol era la prueba de ello. La sonrisa se había esfumado de su delicado rostro, la esperanza de su alma se perdió apenas la encerraron en ese lugar y ni hablar de los hematomas en su piel.

Cuando escuchó la puerta de la habitación rechinar, comenzó a resignarse porque estaba segura que iba a morir allí, sola. Entonces, las luces se encendieron y él entró con esa sonrisa torcida que le regalaba a sus víctimas, poseía una inexplicable forma de elegancia que se fundía con su maldad y sus ansias de sangre, tenía un cuchillo de fina hoja de plata y un limpio pañuelo blanco en la mano y, en ese instante, supo que no estaba equivocada.

Sí iba a morir.

Sólo que no se sentía preparada.

Estaba asustada.

Totalmente aterrada.

Y lo único que pensaba era en él... en su error.

— ¿Es inevitable, cierto?—le preguntó él cuando se arrodilló y la miró a los ojos con diversión—. Te lo advertí, cielito, pero nunca me escuchaste... ¿Y sabes qué es lo mejor?

Ella no tenía la energía suficiente para responder, prefirió utilizar su efímero momento y le escupió la cara.

Él negó con la cabeza y comenzó a reírse con estruendosas carcajadas que resonaban en las cuatro paredes de la habitación.

—Nunca aprenden, —fue lo único que dijo cuándo se acercó y la agarró con fuerza por el cabello para tirar de ella hacia atrás y así apreciar su blanquecino cuello.

Ella gimió por el dolor que le provocaba su agarre y, cuando intentó zafarse, él se levantó mientras su mano seguía envuelta en las hebras de su pelo. Estando de pie comenzó a jugar con el cuchillo en su mano, el pañuelo le daba un toque especial porque solo lo usaba con sus invitados de calidad, pero claro, esa chica no significaba más que otra ilusa que no quiso colaborar con él. La consideraba ingenua, una simple zorra que se había metió donde nadie la había llamado.

No esperó réplicas y pasó el cuchillo por el cuello de su víctima, dejando una perfecta línea de sangre a lo largo de su garganta. Le gustaba hacer eso, lo disfrutaba tanto que llegaba al punto de excitación, mientras la chica agonizaba en silencio él sonreía por el espectáculo que tenía frente.

Las blancas paredes.

El exquisito olor a sangre.

Y un filoso cuchillo en mano.

Dejó caer el cuerpo y se inclinó hacia ella para limpiar la sangre con el pañuelo blanco, la chica estaba muerta... muerta a sus pies. Él hizo una mueca en los labios cuando comenzó a pasar el pañuelo por el pecho desnudo de la chica, trató de ignorar el hecho de que le habían parecido bonitos hace un tiempo atrás, pero sólo se levantó y doblo el pañuelo para salir de esa habitación con la frente en alto.

Antes de cerrar la puerta volvió a ver el cuerpo.

Si supiera lo hermosa que se ve cubierta de sangre.

Pensó y desapareció, dejando la habitación en un estado neutral, Picasso al ver dicho escenario se sentiría inspirado; Paredes limpias, fino mármol, una hermosa musa que pasó al mundo de los muertos, con espesa sangre saliendo de su garganta y goteando el suelo para darle el toque perfecto... Sí, toda una obra de arte.

Su obra de arte.




Red - [La Orden Sangrienta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora