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La brisa azotó mi piel haciendo que mis vellos se pusieran de punta, estaba segura que iba a llover, el cielo se encontraba cubierto por un manto de nubes grises y los árboles danzaban con el soplar del viento.

Miré la lápida por décima vez, rosas blancas la decoraban y una inesperada lagrima se deslizó por mi mejilla mojando mi rostro hasta llegar a mis labios. Estaba harta de llorar, me dolía la cabeza, tenía los ojos hinchados y rojos, el pecho lo sentía pesado... yo... moría lentamente asfixiada sin querer.

—Cariño... vamos a casa—pronunció mi madre cuando su mano tocó mi hombro.

Pasé de ella y me limpié el rostro con el dorso de la mano. Miré el cielo por un efímero instante y volví a la lápida. En mi mano tenía un hermoso tulipán amarillo, conseguirlo fue toda una odisea cuando las palabras se atoraban en mi garganta, impidiendo que pudiera tener una conversación amena con el florista del pueblo.

Respiré hondo antes de caer en el césped y dejar el tulipán junto a las rosas blancas.

—Y-yo...—intenté comenzar, pero las lágrimas no tardaron en salir nuevamente—. Conseguí el tulipán... le dijiste a mamá que eran tus favoritos ¿no? Amarrillos como el sol—recordé—. Te voy a extrañar tanto...

Sentía que una parte de mí también había muerto, que esa parte estaba enterrada tres metros bajo tierra y que hiciera lo que hiciese no la iba a recuperar... Justo ese sentimiento amargo me carcomía por dentro, quemaba y destrozaba mis entrañas.

Mi madre se aclaró la garganta y, cuando se arrodilló para poder quedar a mi altura en el césped, retiró unos mechones de cabello que cubrían mi rostro.

—Ya es hora de irnos, Vell—dijo y agarró mi rostro con sus manos, haciendo que mi mirada se conectara con la suya—. Hija... sé que esto es difícil, pero... el dolor no es eterno. Yo estoy igual o más destrozada que tú por dentro.

Sus ojos, por un segundo, me pudieron transmitir lo que durante esos dos días llenos de agonía y sufrimiento no encontraba.

Asentí como respuesta y sus brazos envolvieron mi delgado cuerpo llenando mis fosas nasales de su aroma maternal. Ese abrazo lo sentí como el pegamento que mi alma necesitaba para unir sus piezas nuevamente, aún dolía, quemaba inclusive más que el mismísimo infierno, pero evité a toda costa pensar en el lado oscuro que mantenía la situación como la pérdida de un ser querido.

Es un sueño.

Es un sueño.

Es un sueño.

Pensaba mientras mis manos tocaban el césped.

Quiero despertar.

Quiero despertar.

Quiero despertar.

Pero nunca pasó, así necesitara con urgencia abrir los ojos y hacer que todo era una horrible pesadilla que envolvía mi cabeza para llevar mi imaginación al límite de lo indeseado, no pasó. Todo lo que estaba viviendo era la cruda realidad, tanto así que, cuando la primera gota de agua cayó del cielo me tocó asumir que nunca lo volvería a ver, que sus risas por la mañana no iban a ser mi despertador, que esperar por las noches hasta que llegara para cenar no iba a ser necesario, que sus historias jamás las escucharía..que todo iba a cambiar.

—Dónde sea que estés, a cualquier hora del día, recuerda que seguirás siendo el amor de mi vida, —se despidió mi madre y comenzó a caminar hacia el auto cuando le pedí unos minutos a solas.

Red - [La Orden Sangrienta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora