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No lo entendía, me habían advertido dos veces de la misma persona, como si fuese algún monstruo lleno de toxicidad y asesinara con la mirada al tener el mínimo contacto, supongo que a esa altura de no llevar ni un día ahí dentro era muy corto tiempo para jugar a los asesinos.

Sin embargo, lo consideraba absurdo, monstruos advirtiendo sobre monstruos ¿qué era eso? Alguna manera retorcida de decir que la humanidad se encontraba más jodida o una invitación al maravilloso mundo de las hienas.

— ¿Ya decidiste, Danforth? Porque a las diez estaré ocupada, mi tiempo es oro—preguntó Wilre cuando salimos de la cafetería. Estuvimos poco tiempo hasta que se llenó de personas. Ese lugar parecía una agencia de modelos, todos esculpidos y hermosos.

—Umh... no lo sé. Pero tengo la remota sospecha de que estás aquí porque alguien te mandó.

Ella frunció las cejas y se echó a reír.

— ¿Qué cosas dices, mujer? A mí nadie me manda—contestó—. Mis razones son claras, solo que tú no las vas a entender... aún.

—A ver, y porqué no las entendería, soy una persona muy razonable—me crucé de brazos y la chica me vió, seria.

—Luego lo sabrás ¿vale? Haces muchas preguntas para el tiempo que llevamos conociéndonos—volvió a tocar los botones de su planchado blazer por quinta vez y me miró—. ¿Ya decidiste?

—Supongo que sí—respondí por fin—, estar divagando por los pasillos no es una opción cuando todos me miran como carne fresca, no quiero ser degollada tan joven.

—Es lo que pareces—sonrió—. Andando.

Sujetó mi brazo y me llevó fuera del imponente edificio. La idea de Wilre era clara: mostrarme los alrededores del internado, porque según ella el día estaba de maravilla como para salir a cazar ciervos. No entendía a esa chica para nada, pero necesitaba conocer el lugar donde me encontraba lamentablemente metida.

Cuando mi vista reparó en el cielo dudé en dar dos pasos más, iba a llover, y la sola imagen de mi padre se manifestó en mi cabeza.

¿Por qué?

¿Por qué?

¡¿Por qué?!

Estábamos al frente del edificio rodeado de arbustos y farolas apagadas, la chica a mi lado parloteaba y seguía expulsando palabras de su boca.

Si bien sabía que escucharla era importante, estaba absorta mirando el camino de piedras, sintiendo la gélida brisa soplar y rozar mi piel. Pero algo no estaba bien en mí, no lo disfrutaba, no era un sentir que llegara al alma, sino algo vacío, sin sentimiento. Me llegué a sentir asfixiada, hasta un poco dolida sin tener razones claras, extraña.

—Y esta maravilla que ves aquí, es el salón de armería—anunció Wilre cuando nos detuvimos en una cabaña con pinos en la entrada —. Es el paraíso hecho realidad, Danforth.

— ¿Eso debería alegrarme?—pregunté confundida.

—Es obvio ¿no? Todos aman este lugar—quiso aclarar—. Eres una novata, se nota que te urgen unas clasesitas... mejor te llevo a ver algo normal.

La chica volvió a sujetar mi brazo y en movimientos rápidos ya me encontraba caminando a su lado.

Rodeando la cabaña continuamos por el mismo camino de rocas, los árboles a nuestro alrededor eran gigantescos, tanto así que me comencé a sentir diminuta al ver a una ardilla que subía a uno de ellos con una rapidez impresionante, llegué a tener un mal presentimiento en ese pequeño instante cuando escuché un disparo lejano y todo se volvió real cuando la ardilla cayó a la tierra en seco, muerta.

Red - [La Orden Sangrienta]Where stories live. Discover now