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Hi, mundo cruel. Tardé bastante en actualizar, sorry. Este capítulo solo lo corregí una vez así que tiene muchos errores por eso aviso desde el principio xd.

¡Disfruta la lectura!😙




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Corre, pequeña asesina.

Corre sin mirar atrás.

Corre lo más rápido que puedas.

No supe cómo terminé montada en la camioneta de un señor barbudo. Había encontrado una carretera a la mitad de la nada, la desesperación en mi pecho se incrementó pensando que alguien venía detrás de mí, que me iban a volver a encadenar, que quizás iba a morir como... ella.

Eso es lo que mereces.

Morir por dejarla morir.

Ni el alma más sucia en el mundo habría hecho lo que tú por cobarde hiciste.

—¡Cállate!—grité y llevé mis manos a la cabeza.

El señor me volteó a ver con la cara contraída en confusión.

—Señorita... ¿usted está...?

—Déjame por aquí por favor—pedí cuando vi ese conocido camino de tierra.

—¿Segura que...?

—Y gracias—le corté con la voz tajante.

Asintió sin decir nada al respecto y estacionó la vieja camioneta roja, no le pude ni sonreír cuando bajé de ella y le vi desaparecer via a Bretwood. Al sur... con el sonido de los pájaros y el cálido aire de la primavera.

Suspiré resignada y emprendí mi caminata hacia el internando.

Mi cabeza no paró de doler mientras me debatía internamente sobre las escorias del mundo.

¿Todos éramos realmente malos? Yo... simplemente no lo sabía. La inocencia se podía desvanecer tan rápido, así como la azúcar en agua. Y se va, abriendo paso a la verdaderas del mundo. Esas verdaderas que son inevitables de negar, el dolor, las mentiras, la muerte, y todo aquello que solo manifiesta torturas internas.

Porque todos tenemos problemas. Todos sufrimos por la más mínima razón. Todos somos algo... y en un efímero momento somos nada.

Y esa analogía, mientras veía el bosque y el cielo azul, me hizo recordar al hombre que minutos antes me había dado el aventón.

Yo pensaba matarlo, porque su ayuda creó a un testigo, eso implicaba pruebas, y las pruebas no debían existir para la orden Red. Pero luego vi su humildad, y la bondad en su corazón, aunque la ingenuidad era evidente porque nadie en su sano juicio ayudaría a una loca que ve en la carretera con la ropa sucia, al igual que las manos y la conciencia. Era un asco andante, pero a pesar de todo, él me ofreció su mano y no cuestionó mi estado. Solo me llevó a mi destino con el cuerpo vuelto trizas por dentro.

Red - [La Orden Sangrienta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora